CATEQUESIS DEL PAPA: LA PALABRA DE DIOS NO ESTÁ ENCADENADA (15/01/2020)

La Palabra de Dios no está encadenada sino que quiere “correr” para comunicar la salvación a todos: con este mensaje concluyó este 15 de enero, el ciclo de catequesis del Papa Francisco sobre los Hechos de los Apóstoles, iniciado el 29 de mayo del año pasado. “Que al término de este itinerario, vivido juntos siguiendo el curso del Evangelio en el mundo, el Espíritu reavive en cada uno de nosotros la llamada a ser evangelizadores valientes y gozosos”, concluyó el Papa. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy concluimos la catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, con la última etapa misionera de san Pablo: o sea Roma (cf. Hch 28, 14).

El viaje de Pablo, que ha sido uno con el del Evangelio, es la prueba de que las rutas de los hombres, si se viven en la fe, pueden convertirse en espacio de tránsito de la salvación de Dios, a través de la Palabra de la fe que es un fermento activo en la historia, capaz de transformar las situaciones y de abrir caminos siempre nuevos.

Con la llegada de Pablo al corazón del Imperio termina el relato de los Hechos de los Apóstoles, que no se cierra con el martirio de Pablo, sino con la siembra abundante de la Palabra. El final del relato de Lucas, centrado en el viaje del Evangelio en el mundo, contiene y recapitula todo el dinamismo de la Palabra de Dios, Palabra imparable que quiere correr para comunicar salvación a todos.

En Roma, Pablo encuentra ante todo a sus hermanos en Cristo, que lo acogen y le infunden valor (cf. Hch 28, 15) y cuya cálida hospitalidad deja pensar en cuánto era esperada y deseada su llegada. Después se le concede vivir por su cuenta bajo custodia militaris, es decir con un soldado que le haga guardia, estaba en arresto domiciliario. A pesar de su condición de prisionero, Pablo puede encontrarse con los notables judíos para explicar por qué se ha visto obligado a apelar al César y para hablar del reino de Dios. Busca convencerlos con respecto a Jesús, partiendo de las Escrituras y mostrando la continuidad entre la novedad de Cristo y la «esperanza de Israel» (Hch 28, 20). Pablo se reconoce profundamente judío y ve en el Evangelio que predica, es decir en el anuncio de Cristo muerto y resucitado, el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo elegido.

Después de este primer encuentro informal que encuentra a los judíos bien dispuestos, sigue uno más oficial durante el cual, durante todo un día, Pablo anuncia el reino de Dios y busca abrir a sus interlocutores a la fe en Jesús, a partir «de la ley de Moisés y de los Profetas» (Hch 28, 23). Ya que no todos están convencidos, denuncia el endurecimiento del corazón del pueblo de Dios, causa de su condenación (cf. Is 6, 9-10), y celebra con pasión la salvación de las naciones que se muestran en cambio sensibles a Dios y capaces de escuchar la palabra del Evangelio de la vida (cf. Hch 28, 28).

En este punto de la narración, Lucas concluye su obra mostrándonos no la muerte de Pablo, sino el dinamismo de su predicación, de una Palabra que «no está encadenada» (2 Tm 2, 9), – Pablo no tiene la libertad para moverse pero es libre de hablar porque la Palabra no está encadenada – es una Palabra lista para dejarse sembrar a manos llenas por el Apóstol. Pablo lo hace «con toda valentía y sin impedimento» (Hch 28, 31), en una casa donde acoge a cuantos quieren recibir el anuncio del reino de Dios y conocer a Cristo. Esta casa abierta a todos los corazones en búsqueda es imagen de la Iglesia que, aunque perseguida, incomprendida y encadenada, nunca se cansa de acoger con corazón materno a cada hombre y a cada mujer para anunciarles el amor del Padre que se ha hecho visible en Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, al término de este itinerario, vivido juntos siguiendo el curso del Evangelio en el mundo, que el Espíritu reavive en cada uno de nosotros la llamada a ser evangelizadores valientes y gozosos. Que nos haga capaces también a nosotros, como a Pablo, de impregnar nuestras casas de Evangelio y de convertirlas en cenáculos de fraternidad, donde acoger al Cristo vivo, que «viene a nuestro encuentro en todo hombre y en todo tiempo» (cf. II Prefacio de Adviento).

Comentarios