CATEQUESIS DEL PAPA: SALVEMOS A LOS NÁUFRAGOS DEL FRÍO DE LA INDIFERENCIA (08/01/2020)

El ministerio de Pablo en Malta fue el tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General de este 8 de enero en el Aula Pablo VI. En su catequesis, el Santo Padre invitó a leer el Libro de los Hechos de los Apóstoles, para ver cómo el Evangelio, con la fuerza del Espíritu Santo, llega a todos los pueblos, se hace universal. San Pablo, en estos textos, nos enseña a vivir las pruebas aferrándonos a Cristo, para hacer madurar la “convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, incluso en medio de aparentes fracasos”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El libro de los Hechos de los Apóstoles, en su parte final, relata que el Evangelio continúa su camino no sólo por tierra sino también por mar, en una nave que lleva a Pablo prisionero de Cesarea hacia Roma (cf. Hch 27, 1-28,16), al corazón del Imperio, para que se cumpla la palabra del Resucitado: «Seréis mis testigos[…] hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Lean el libro de los Hechos de los Apóstoles y verán cómo el Evangelio, con la fuerza del Espíritu Santo, llega a todos los pueblos, se vuelve universal. Tómenlo. Léanlo.

La navegación encuentra desde el principio condiciones desfavorables. El viaje se vuelve peligroso. Paolo aconseja no continuar la navegación, pero el centurión no le hace caso y se fía del piloto y del armador. El viaje prosigue y se desencadena un viento tan furioso que la tripulación pierde el control y deja ir la nave a la deriva.

Cuando la muerte ya parece cercana y la desesperación invade a todos, Pablo interviene y tranquiliza a sus compañeros diciendo lo que hemos escuchado: «Se me ha presentado […] esta noche un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me ha dicho: “No temas, Pablo; debes comparecer ante el César, y mira, Dios ha querido conservarte y a tus compañeros de navegación”». (Hch 27, 23-24). Incluso en la prueba, Pablo no deja de ser el custodio de la vida de los demás y animador de su esperanza.

Lucas nos muestra así que el designio que guía a Pablo hacia Roma pone a salvo no solamente al Apóstol, sino también a sus compañeros de viaje, y el naufragio, de una situación de desgracia, se convierte en oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio.

Al naufragio sigue el desembarco en la isla de Malta, cuyos habitantes demuestran una atenta acogida. Los malteses son buenos, son humildes, son acogedores ya desde aquel tiempo. Llueve y hace frío y encienden una hoguera para asegurar a los náufragos un poco de calor y alivio. También aquí Pablo, como verdadero discípulo de Cristo, se pone al servicio para alimentar el fuego con algunas ramas. Mientras lo hace es mordido por una víbora pero no sufre ningún daño: la gente, mirando esto, dice “¡Pero este debe ser un gran malhechor porque se salva de un naufragio y acaba mordido por una víbora!” Esperaban el momento en que cayese muerto, pero no sufre daño alguno e incluso es confundido – en lugar de un malhechor – con una divinidad. En realidad, ese beneficio proviene del Señor Resucitado que le asiste, según la promesa hecha antes de subir al cielo y dirigida a los creyentes: «Agarrarán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y éstos se curarán». (Mc 16, 18). Dice la historia que desde aquel momento no hay víboras en Malta: esta es la bendición de Dios por la acogida de este pueblo tan bueno.

En efecto, la estancia en Malta se convierte para Pablo en ocasión propicia para dar “carne” a la palabra que anuncia y ejercer así un ministerio de compasión en la curación de los enfermos. Y esta es una ley del Evangelio: cuando un creyente experimenta la salvación no la retiene para sí mismo, sino que la pone en circulación. «El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia de verdad y belleza busca por sí misma su expansión, y toda persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 9). Un cristiano “probado” puede hacerse ciertamente más cercano a quienes sufren porque sabe qué es el sufrimiento, y hacer su corazón se abierto y sensible a la solidaridad hacia los demás.

Pablo nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, incluso en medio de aparentes fracasos» y la «certeza de que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor, seguramente será fecundo» (ibíd., 279). El amor es siempre fecundo, el amor a Dios siempre es fecundo, y si te dejas tomar por el Señor y recibes los dones del Señor, esto te permitirá darlos a los demás. Siempre va más allá el amor a Dios.

Pidamos hoy al Señor que nos ayude a vivir cada prueba sostenidos por la energía de la fe; y a ser sensibles a tantos náufragos de la historia que llegan exhaustos a nuestras costas, para que también nosotros sepamos acogerlos con ese amor fraterno que viene del encuentro con Jesús. Esto es lo que nos salva del frío de la indiferencia y de la deshumanización.

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