LA ESPIRITUALIDAD DEL ENCUENTRO ES ESENCIAL PARA LA SINODALIDAD: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA CONFEDERACIÓN DE LOS CANÓNIGOS REGULARES DE SAN AGUSTÍN (13/01/2023)
Queridos hermanos, buenos días y bienvenidos:
me alegra recibirlos en ocasión de su reunión del Consejo primacial. Le saludo, padre Abad Primado, y le agradezco por sus palabras, como también a ustedes Superiores Generales y al padre Secretario.
Su Confederación fue instituida en 1959 por San Juan XXIII. Esta estructura, aun cuando no es de tipo jurídico, es importante para favorecer la comunión entre las Congregaciones que la componen y que comparten el mismo carisma. De hecho, los objetivos principales de la Confederación son los de unir a las distintas ramas de su Orden en un vínculo de caridad, valorar el significado evangélico de su carisma y ayudarse mutuamente, sobre todo en lo que se refiere a la dimensión espiritual, la formación de los jóvenes, la formación permanente y la promoción de la cultura.
Aunque cada Congregación goza de su propia autonomía, esto no impide a los estatutos de la Confederación el proveer competencias que favorezcan un equilibrio entre tales autonomías y una oportuna coordinación que evite, en todo caso, la independencia y el aislamiento. El aislamiento es peligroso. Es necesario poner mucha atención en mantenerse alejados de la enfermedad de la auto referencialidad y en cuidar como verdadero tesoro la comunión entre las distintas Congregaciones. Son muy conscientes de encontrarse todos en la misma barca y que « nadie construye el futuro aislándose o solo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha y la ayuda recíproca» (Carta a todos los consagrados en ocasión del Año de la vida consagrada, 21 de noviembre 2014, II, 3). Practicar la espiritualidad del encuentro: eso es esencial para vivirla sinodalidad en la Iglesia.
Como toda otra forma de vida consagrada, también la suya debe adaptarse a las circunstancias del tiempo, de los distintos lugares en que están presentes y de las culturas, siempre a la luz del Evangelio y del propio carisma. La vida consagrada es como el agua, si no fluye, se pudre, pierde significado, es como la sal que pierde sabor, se vuelve inútil (cf. Mt 5, 13). La memoria buena y fecunda, es la memoria “deuteronómica” de las raíces, de los orígenes. No debemos contentarnos con una memoria arqueológica, porque ésta nos transforma en piezas de museo, quizá dignos de admiración pero no de imitación; en cambio la memoria deuteronómica nos ayuda a vivir plenamente y sin miedo el presente para abrirnos al futuro con la esperanza renovada. También ustedes – como escribió San Juan Pablo II – «tienen una gloriosa historia que recordar y contar», pero sobre todo tienen «una gran historia que construir. Miren hacia el futuro, en el cual el espíritu los proyecta para hacer con ustedes aún cosas grandes» (Exhort. ap. Vita consecrata, 25 de marzo 1996, 110).
Regla fundamental de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo propuesto por el Evangelio. Asumir el Evangelio como regla de vida, hasta poder decir con San Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2, 20). Que el Evangelio sea su vademécum, de manera que, estando lejos de la tentación de reducirlo a ideología, éste sea siempre para ustedes espíritu y vida. El Evangelio nos lleva a poner continuamente a Cristo en el centro de nuestra vida y nuestra misión. Nos lleva nuevamente al “primer amor”. Y amar a Cristo significa amar a la Iglesia, su cuerpo. La vida consagrada nace en la Iglesia, crece con la Iglesia y fructifica como Iglesia. Es en la Iglesia, como nos enseña San Agustín, que descubrimos al Cristo total.
Dios nos ha hecho para Sí y nuestro corazón está inquieto hasta que no reposa en Él (cf. S. Agustín, Confesiones, 1, 1, 1). Por eso, como Canónigos Regulares, su ocupación principal es la constante y cotidiana búsqueda del Señor. Buscarlo en la vida comunitaria, reflejo del ser de Dios y de su entrega y testimonio de que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). Que la koinonia los haga sentirse a todos constructores, tejedores de fraternidad. Busquen al Señor en la lectura asidua de la Sagrada Escritura, en cuyas páginas resuenan Cristo y la Iglesia (cf. S. Agustín, Disc. 43, 33). Busquen al Señor en la liturgia, en particular en la Eucaristía, culmen de la vida cristiana, que significa y realiza la unidad de la Iglesia en la armonía de la caridad (Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 25). Búsquenlo en el estudio y en la pastoral ordinaria. Búsquenlo también en las realidades de nuestro tiempo, sabiendo que nada de lo que es humano puede resultarnos ajeno y que, libres de toda mundanidad, podemos animar al mundo con la levadura del Reino de Dios. Estos son los distintos caminos de una única búsqueda, que presupone el camino de la interioridad, del conocimiento y el amor del Señor, en la escuela de San Agustín: «No salgas de ti mismo, entra constantemente en ti mismo; la verdad habita en el hombre interior» (cf. De Vera Religione, 39, 72; Confesiones, 3, 6, 11). De este modo la luz del Maestro interior ilumina para nosotros las realidades temporales.
Queridos hermanos, que este tiempo de encuentro entre ustedes y con el sucesor de Pedro les ayude a revisitar su carisma y a reforzar la comunión de vida a ejemplo de la primitiva comunidad apostólica (cf. Hch 2, 42-47). Y esta comunión es también anticipación de la unión plena y definitiva en Dios y camino hacia ella.
Les agradezco por su presencia y por su testimonio en la iglesia. Que la Virgen los cuide e interceda por ustedes. Bendigo de corazón a ustedes y a sus comunidades. Y les pido por favor orar por mí.
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