¿CUÁL ES EL LUGAR EN EL QUE PODEMOS ENCONTRAR AL SEÑOR?: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (06/01/2023)
Como una estrella que surge (cf. Num 24, 17), Jesús viene a iluminar a todos los pueblos y a aclarar las noches de la humanidad. Con los Magos, alzando la mirada al cielo, hoy también nosotros nos preguntamos: «¿Dónde está el que acaba de nacer?» (Mt 2, 2). Es decir, ¿cuál es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?
De la experiencia de los Magos, comprendemos que el primer “lugar” en que Él ama ser buscado es la inquietud de las preguntas. La fascinante aventura de estos sabios de Oriente nos enseña que la fe no nace de nuestros méritos o de razonamientos teóricos, sino que es don de Dios. Su gracia nos ayuda a despertarnos de la apatía y a hacer espacio a las preguntas importantes de la vida, preguntas que nos hacen salir de la presunción de estar bien y nos abren a aquello que nos supera. En los Magos, al comienzo, está esto: la inquietud de quien se interroga. Habitados por una conmovedora nostalgia de infinito, escrutan el cielo y se dejan asombrar por el fulgor de una estrella, representando así la tensión hacia lo trascendente que anima el camino de la civilización y la incesante búsqueda de nuestro corazón. Aquella estrella, de hecho, deja en su corazón precisamente una pregunta: ¿Dónde está el que ha nacido?
Hermanos y hermanas, el camino de la fe inicia cuando, con la gracia de Dios, damos espacio a la inquietud que nos mantiene despiertos; cuando nos dejamos interrogar, cuando no nos conformamos con la tranquilidad de nuestras costumbres, sino que nos la jugamos en los desafíos de cada día; cuando dejamos de mantenernos en un espacio neutral y decidimos habitar en los espacios incómodos de la vida, hechos de relaciones con los demás, de sorpresas, de imprevistos, de proyectos que sacar adelante, de sueños que realizar, de miedos que enfrentar, de sufrimientos que hieren la carne. En estos momentos se elevan de nuestro corazón esas preguntas irreprimibles, que nos abren a la búsqueda de Dios: ¿dónde está la felicidad para mí? ¿Dónde está la vida plena a la que aspiro? ¿Dónde está ese amor que no pasa, que no tiene ocaso, que no se rompe ni siquiera ante la fragilidad, los fracasos o las traiciones? ¿Cuáles son las oportunidades escondidas dentro de mis crisis y mis sufrimientos?
Pero sucede que cada día el clima que respiramos ofrece “tranquilizantes del alma”, sustitutos para sedar, para sedar nuestra inquietud y apagar esas preguntas: desde los productos del consumismo a las seducciones del placer, desde los debates sensacionalistas hasta la idolatría del bienestar; todo parece decirnos: ¡no pienses mucho, deja que pasen, goza la vida! Frecuentemente buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la comodidad — acomodar el corazón en la caja fuerte de la comodidad—, pero si los Magos hubiesen actuado así nunca habrían encontrado al Señor. Sedar el corazón, sedar el alma para que ya no haya inquietud: este es el peligro. Dios, en cambio, habita en nuestras preguntas inquietas; en ellas nosotros «lo buscamos como la noche busca a la aurora […]. Él está en el silencio que nos turba ante la muerte y al final de toda grandeza humana; Él está en la necesidad de justicia y de amor que llevamos dentro; Él es el Misterio santo que viene al encuentro del Totalmente Otro, nostalgia de justicia perfecta y consumada, de reconciliación, de paz» (C.M. Martini, Encuentro con el Señor Resucitado. El corazón del espíritu cristiano, Cinisello Balsamo 2012, 66). Por tanto, este es el primer lugar: la inquietud de las preguntas. No tengan miedo de entrar en esta inquietud de las preguntas: son precisamente los caminos que nos llevan a Jesús.
El segundo lugar donde podemos encontrar al Señor es el riesgo del camino. Las interrogantes, incluso aquellas espirituales, pueden inducir a la frustración y a la desolación si no nos ponen en camino, si no dirigen nuestro movimiento interior hacia el rostro de Dios y la belleza de su Palabra. El peregrinar de los Magos, «su peregrinación exterior — ha dicho Benedicto XVI — era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de su corazón» (Homilía en la Epifanía del Señor, 6 enero 2013). Los Magos, en efecto, no se detienen a mirar el cielo y a contemplar la luz de la estrella, sino que se aventuran en un viaje arriesgado, que no prevé caminos seguros ni mapas definidos. Quieren descubrir quién es el Rey de los Judíos, dónde ha nacido, dónde pueden encontrarlo. Por esto preguntan a Herodes, quien a su vez convoca a los jefes del pueblo y a los escribas que examinan las Escrituras. Los Magos están en camino: la mayor parte de los verbos que describen sus acciones son verbos de movimiento.
Así es también para nuestra fe: sin un camino continuo y un diálogo constante con el Señor, sin escucha de la Palabra, sin perseverancia, no puede crecer. No basta alguna idea de Dios y alguna oración que calma la conciencia; es necesario hacerse discípulos en seguimiento de Jesús y su Evangelio, hablar con Él de todo en la oración, buscarlo en las situaciones cotidianas y en el rostro de los hermanos. Desde Abrahám que se puso en camino hacia una tierra desconocida hasta los Magos que se mueven tras la estrella, la fe es un camino, la fe es una peregrinación, la fe es una historia de inicios y nuevos inicios. No lo olvidemos nunca: la fe es un camino, una peregrinación, una historia de inicios y nuevos inicios. Recordemos esto: la fe no crece si permanece estática; no podemos reducirla a alguna devoción personal o confinarla en los muros de las iglesias, sino que es necesario sacarla fuera, vivirla en constante camino hacia Dios y hacia los hermanos. Preguntémonos hoy: ¿estoy caminando hacia el Señor de la vida, para que sea el Señor de mi vida? ¿Jesús, quién eres para mí? ¿A dónde me llamas a ir, qué pides a mi vida? ¿Qué decisiones me invitas a tomar para los demás?
Finalmente, después de la inquietud de las preguntas y el riesgo del camino, el tercer lugar donde hallamos al Señor es el asombro de la adoración. Al final de un largo recorrido y de una fatigosa búsqueda, los Magos entraron en la casa, «vieron al niño con María, su madre, se postraron y lo adoraron» (Mt 2, 11). Este es el punto decisivo: nuestras inquietudes, nuestras preguntas, los caminos espirituales y las prácticas de la fe deben converger en la adoración del Señor. Allí encuentran la fuente porque todo nace de ahí, porque es el Señor quien suscita en nosotros el sentir, el actuar y el obrar. Todo nace y todo culmina allí, porque el fin de cada cosa no es alcanzar una meta personal y recibir gloria para sí mismo, sino encontrar a Dios y dejarse abrazar por su amor, que da fundamento a nuestra esperanza, que nos libera del mal, que nos abre al amor hacia los demás, que nos hace personas capaces de construir un mundo más justo y más fraterno. De nada sirve activarnos pastoralmente si no ponemos a Jesús en el centro, adorándolo. El asombro de la adoración. Allí aprendemos a estar delante de Dios no tanto para pedir o hacer algo, sino sólo para quedarse en silencio y abandonarnos a su amor, para dejarnos aferrar y regenerar por su misericordia. Nosotros oramos muchas veces, pedimos cosas, reflexionamos… pero, por lo general, nos falta la oración de adoración. Hemos perdido el sentido de adorar, porque hemos perdido la inquietud de las preguntas y hemos perdido el valor de ir adelante en los riesgos del camino. Hoy el Señor nos invita a hacer como los Magos: como los Magos, postrémonos, rindámonos ante Dios en el asombro de la adoración. Adoremos a Dios y no a nuestro yo; adoremos a Dios y no a los falsos ídolos que nos seducen con la fascinación del prestigio y del poder, con la fascinación de las falsas noticias; adoremos a Dios para no inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras y vacías del mal.
Hermanos, hermanas, ¡abramos el corazón a la inquietud, pidamos el valor para avanzar en el camino y finalicemos en la adoración! No tengamos miedo, es el recorrido de los Magos, es el recorrido de todos los santos de la historia: recibir las inquietudes, ponerse en camino y adorar. Hermanos y hermanas, no dejemos que se apague en nosotros la inquietud de las preguntas; no detengamos nuestro camino cediendo a la apatía o a la comodidad; y, encontrando al Señor, rindámonos al asombro de la adoración. Entonces descubriremos que una luz ilumina incluso las noches más oscuras: es Jesús, es la estrella radiante de la mañana, el sol de justicia, el fulgor misericordioso de Dios, que ama a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra.
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