DIÁLOGO, COMUNIÓN Y MISIÓN: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DEL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO (14/01/2023)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Le doy mi cordial bienvenida a todos ustedes, sacerdotes, diáconos, seminaristas y personal del Pontificio Colegio Norteamericano y agradezco al Rector, Mons. Powers, por sus gentiles palabras. Recuerdo mi visita al Colegio en mayo de 2015 y la celebración de la Misa en la capilla.
Queridos amigos, su estancia aquí en Roma coincide con el camino sinodal que toda la Iglesia está actualmente emprendiendo, un camino que implica la escucha del Espíritu Santo y mutua, para discernir cómo ayudar a los miembros del pueblo santo de Dios a vivir el don de comunión y a convertirse en discípulos misioneros. Este es también el desafío y la tarea que están llamados a recoger mientras recorren juntos el camino que conduce a la ordenación sacerdotal y al servicio pastoral.
Con tal propósito, quisiera compartir con ustedes algunas breves reflexiones sobre tres elementos que considero esenciales para la formación sacerdotal: el diálogo, la comunión y la misión. Podemos verlos en el fragmento del Evangelio de San Juan que relata sobre Andrés y otro discípulo de Juan el Bautista que encuentran a Jesús, se quedan con Él por un cierto tiempo y después conducen a otros, en particular a Simón Pedro, a encontrar al Señor (cf. Jn 1, 35-42).
En primer lugar, el diálogo. Cuando Jesús se da cuenta de que los discípulos lo seguían, pregunta qué están buscando. Cuando le preguntaron sobre el lugar en que se alojaba, los invitó: “Vengan y verán” (vv. 38-39). En el curso de su vida y sobre todo en este tiempo de formación en el Seminario, el Señor entra en un diálogo personal con ustedes, preguntándoles “qué buscan” e invitándoles a “venir y ver”, a hablar con Él abriendo su corazón y a entregarse a Él con confianza en la fe y en el amor. Se trata de cultivar una relación cotidiana con Jesús, alimentada sobre todo por la oración, la meditación de la palabra de Dios, la ayuda del acompañamiento espiritual y la escucha silenciosa ante el Tabernáculo. Nunca se olvidan de esto: la escucha silenciosa ante el Tabernáculo. Es de hecho en estos momentos de relación familiar con el señor en que podemos escuchar mejor su voz y descubrir cómo servirlo a Él y a su pueblo con generosidad y con todo el corazón.
San Juan nos dice que los discípulos aquel día “se quedaron con” Jesús (v. 39). He ahí el segundo elemento esencial: la comunión. Quedándose con Jesús, los discípulos comenzaron a aprender, de sus palabras, de sus gestos e incluso de su mirada, lo que realmente contaba para Él y lo que el Padre le había enviado a anunciar. De manera similar, el camino de formación sacerdotal requiere una constante comunión: ante todo con Dios, pero también con aquellos que están unidos en el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Durante sus años en Roma, los invito a tener los ojos abiertos tanto al misterio de la unidad de la Iglesia, manifestada en la legítima diversidad pero vivida en la unicidad de la fe, como el testimonio profético de la caridad que la Iglesia, en particular aquí en Roma, expresa a través de sus actos concretos de compartir y de asistencia a los necesitados. Espero que estas experiencias les ayuden a desarrollar ese amor fraterno capaz de ver la grandeza sagrada del prójimo, de encontrar en Dios a cada ser humano, de soportar las molestias de la vida en común (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 92).
Finalmente, la misión. Después de haberse quedado con Jesús, Andrés fue a buscar a su hermano Simón y lo llevó con Él (cf. Jn 1, 40-41). Aquí vemos cómo el testimonio, nacido del diálogo y la comunión con Cristo, se vuelve misión: los discípulos, apenas llamados, van a atraer a otros con su testimonio. Cada vez que Jesús llama a hombres y mujeres, lo hace siempre para enviarlos, en particular con los más vulnerables y con aquellos que están a los márgenes de la sociedad, que no solo estamos llamados a servir, sino de quienes podemos también aprender mucho. Las personas hoy necesitan de nosotros para que escuchemos sus interrogantes, sus ansias y sueños, de manera que podamos acompañarles mejor con el Señor, que enciende de nuevo la esperanza y renueva la vida de todos. Confío que, mientras realizan las obras de misericordia espirituales y corporales a través de los distintos apostolados educativos y caritativos en que ya están comprometidos, sean siempre signos de una Iglesia que sabe salir e ir al encuentro (cf. Evangelii gaudium, 20), compartiendo la presencia, la compasión y el amor de Jesús con nuestros hermanos y hermanas.
Queridos amigos, ruego que su experiencia de estudio en Roma y su formación en el Pontificio Colegio Norteamericano les permitan crecer en el amor fiel a Dios y en el servicio humilde a los hermanos. Encomendando los a la maternal intercesión de María Inmaculada, patrona del Colegio y de los Estados Unidos, aseguró mi oración por ustedes, por sus familias y por sus Iglesias de origen. A todos ustedes imparto de corazón mi bendición y les pido, por favor, no olvidarse de orar por mí. Gracias.
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