CATEQUESIS DEL PAPA: LA MISIÓN ES EL OXÍGENO DE LA VIDA CRISTIANA (11/01/2023)
La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. La llamada al apostolado (Mt 9, 9-13)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un nuevo ciclo de catequesis, dedicado a un tema urgente y decisivo para la vida cristiana: la pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico. Se trata de una dimensión vital para la Iglesia: la comunidad de los discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, nace misionera, no proselitista y desde el principio deberíamos distinguir esto: ser misionero, ser apostólico, evangelizar no es lo mismo que hacer proselitismo, no tiene nada que ver una cosa con la otra. Se trata de una dimensión vital para la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús nace apostólica y misionera. El Espíritu Santo la moldea en salida ―la Iglesia en salida, que sale―, para que no esté replegada en sí misma, sino que sea extrovertida, testigo contagioso de Jesús ― la fe se contagia, también ―, orientada a irradiar su luz hasta los últimos confines de la tierra. Pero puede suceder que el ardor apostólico, el deseo de alcanzar a los demás con el buen anuncio del Evangelio, disminuya, se vuelva tibio. A veces parece eclipsarse, son cristianos cerrados, no piensan en los demás. Pero cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte de la evangelización, el horizonte del anuncio, se enferma: se encierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita. La misión es, en cambio, el oxígeno de la vida cristiana: la tonifica y la purifica. Emprendemos, entones, un camino al descubrimiento de la pasión evangelizadora, empezando por las Escrituras y la enseñanza de la Iglesia, para obtener de las fuentes el celo apostólico. Después nos acercaremos a algunas fuentes vivas, a algunos testimonios que han encendido de nuevo en la Iglesia la pasión por el Evangelio, para que nos ayuden a reavivar el fuego que el Espíritu Santo quiere hacer arder siempre en nosotros.
Y hoy quisiera empezar por un episodio evangélico de alguna manera emblemático, lo hemos escuchado: la llamada del apóstol Mateo, y él mismo lo cuenta en su Evangelio, en el pasaje que hemos escuchado (cf. 9, 9-13).
Todo empieza por Jesús, el cual “ve” ―dice el texto― «a un hombre». Pocos veían a Mateo tal y como era: lo conocían como aquel que estaba «sentado en el banco de los impuestos» (v. 9). De hecho, era un recaudador de impuestos: es decir, uno que recaudaba tributos de parte del imperio romano que ocupaba Palestina. En otras palabras, era un colaboracionista, un traidor del pueblo. Podemos imaginar el desprecio que la gente sentía por él: era un “publicano”, así se les llamaba. Pero, a los ojos de Jesús, Mateo es un hombre, con sus miserias y su grandeza. Estén atentos a esto: Jesús no se detiene en los adjetivos, Jesús busca siempre el sustantivo. “Este es un pecador, este es un tal por cual…” son adjetivos: Jesús va a la persona, al corazón, esta es una persona, este es un hombre, esta es una mujer, Jesús va a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, olvida los adjetivos. Y mientras entre Mateo y su gente hay distancia ―porque ellos veían el adjetivo, “publicano” ―, Jesús se acerca a él, porque todo hombre es amado por Dios; “¿También este desgraciado?”. Sí, también este desgraciado, es más, Él ha venido por este desgraciado, lo dice el Evangelio: “Yo he venido por los pecadores, no por los justos”. Esta mirada de Jesús que es hermosa, que ve al otro, sea quien sea, como destinatario de amor, es el inicio de la pasión evangelizadora. Todo parte de esta mirada, que aprendemos de Jesús.
Podemos preguntarnos: ¿cómo es nuestra mirada hacia los demás? ¡Cuántas veces vemos los defectos y no las necesidades; cuántas veces etiquetamos a las personas por lo que hacen o lo que piensan! También como cristianos nos decimos: ¿es de los nuestros o no es de los nuestros? Esta no es la mirada de Jesús: Él mira siempre a cada uno con misericordia, es más, con predilección. Y los cristianos están llamados a hacer como Cristo, mirando como Él especialmente a los llamados “alejados”. De hecho, el relato de la llamada de Mateo se concluye con Jesús que dice: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Y si cada uno de nosotros se siente justo, Jesús está lejos, Él se acerca a nuestros límites y a nuestras miserias, para sanarnos.
Por tanto, todo empieza por la mirada de Jesús “Vio a un hombre”, Mateo. A esto le sigue ―segundo paso― un movimiento. Primero la mirada, Jesús vio, después el segundo paso, el movimiento. Mateo estaba sentado en el banco de los impuestos; Jesús le dijo: «Sígueme». Y él «se levantó y le siguió» (v. 9). Notamos que el texto subraya que “se levantó”. ¿Por qué es tan importante este detalle? Porque en esa época quien estaba sentado tenía autoridad sobre los otros, que estaban de pie delante de él para escucharlo o, como en ese caso, para pagar el tributo. Quien estaba sentado, en resumen, tenía poder. Lo primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: de estar sentado recibiendo a los demás lo pone en movimiento hacia los demás; no recibe, no: va hacia los demás; le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con los hermanos y abrirle los horizontes del servicio. Esto hace y esto es fundamental para los cristianos: nosotros, discípulos de Jesús; nosotros, Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente venga o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los demás, buscar a los demás? Es una posición no cristiana decir: “Pero que vengan, yo estoy aquí, que vengan”. No, ve tú a buscarlos, da tú el primer paso.
Una mirada ―Jesús vio―, un movimiento ―se levanta― y tercero, una meta. Después de haberse levantado y haber seguido a Jesús, ¿dónde irá Mateo? Podríamos imaginar que, cambiada la vida de ese hombre, el Maestro lo conduzca hacia nuevos encuentros, nuevas experiencias espirituales. No, o al menos no enseguida. En primer lugar, Jesús va a su casa; ahí Mateo le prepara «un gran banquete», en el que «participa una multitud numerosa de publicanos» (Lc 5, 29) es decir, gente como él. Mateo vuelve a su ambiente, pero vuelve cambiado y con Jesús. Su celo apostólico no empieza en un lugar nuevo, puro, un lugar ideal, lejano, sino ahí, empieza donde vive, con la gente que conoce. Este es el mensaje para nosotros: no debemos esperar a ser perfectos y haber hecho un largo camino detrás de Jesús para dar testimonio suyo; nuestro anuncio empieza hoy, ahí donde vivimos. Y no empieza tratando de convencer a los demás, convencer no: sino dando testimonio cada día de la belleza del Amor que nos ha mirado y nos ha levantado y será esta belleza, comunicar esta belleza la que convenza a la gente, no comunicarnos nosotros, sino al mismo Señor. Nosotros somos los que anuncian al Señor, no nos anunciamos a nosotros mismos, ni anunciamos un partido político, una ideología, no: anunciamos a Jesús. Es necesario poner en contacto a Jesús con la gente, sin convencerles, sino dejar que el Señor convenza. Como de hecho nos enseñó el Papa Benedicto, «la Iglesia no hace proselitismo. Ella se desarrolla más por atracción» (Homilía en la Misa inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007). No olviden esto: cuando vean a cristianos que hacen proselitismo, que te hacen una lista de gente para que vayas… estos no son cristianos, son paganos disfrazados de cristianos, pero el corazón es pagano. La Iglesia crece no por proselitismo, crece por atracción. Una vez recuerdo que en un hospital de Buenos Aires se fueron unas monjas que trabajaban allí porque eran pocas y no podían sacar adelante el hospital y vino una comunidad de hermanas de Corea y llegaron, pongamos un lunes, por ejemplo, no recuerdo el día. Tomaron posesión de la casa de las hermanas del hospital y el martes bajaron a visitar a los enfermos del hospital, pero no hablaban una palabra de español, solamente hablaban coreano y los enfermos estaban felices, porque comentaban: “Buenas estas hermanas, buenas, buenas” – Pero ¿qué te ha dicho la hermana? – “Nada, pero con la mirada me habló, comunicaron a Jesús”. No comunicarse a sí mismo, sino con la mirada, con los gestos, comunicar a Jesús. Esta es la atracción, lo contrario al proselitismo.
Este testimonio que atrae, este testimonio alegre es la meta a la que nos lleva Jesús con su mirada de amor y con el movimiento de salida que su Espíritu suscita en el corazón. Y nosotros podemos pensar si nuestra mirada se asemeja a la de Jesús para atraer a la gente, para acercar a la Iglesia. Pensemos en esto. Gracias.
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