SEMBRAR SEMILLAS CON EJEMPLOS Y NO CON PALABRAS: ÁNGELUS DEL 21/03/2021
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este quinto domingo de Cuaresma proclama el Evangelio en el que San Juan refiere un episodio sucedido en los últimos días de vida de Cristo, poco antes de la Pasión (cf. Jn 12, 20-33). Mientras Jesús estaba en Jerusalén para la fiesta de pascua, algunos griegos, llenos de curiosidad por lo que estaba haciendo, expresan el deseo de verlo. Acercándose al apóstol Felipe, le dicen: «Queremos ver a Jesús» (v.21). «Queremos ver a Jesús». Recordemos este deseo: “Queremos ver a Jesús”. Felipe lo habla con Andrés y luego juntos lo dicen al Maestro. En la petición de aquellos griegos podemos ver la petición que muchos hombres y mujeres, en todo lugar y tiempo, dirigen a la Iglesia y también a cada uno de nosotros: “Queremos ver a Jesús”.
¿Y cómo responde Jesús a esta petición? De un modo que hace pensar. Dice así: «ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. […] Si el grano de trigo, caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto» (vv. 23.24). Estas palabras no parecen responder a la petición que habían hecho aquellos griegos. En realidad, van más allá. Jesús de hecho revela que Él, para todo hombre que quiere buscarlo, es la semilla oculta dispuesta a morir para dar mucho fruto. Como diciendo: si quieren conocerme, si quieren comprenderme, miren el grano de trigo que muere en la tierra, es decir, miren la cruz.
Se puede pensar en el signo de la cruz, que se ha convertido en los siglos en el emblema por excelencia de los cristianos. Quien también hoy quiere “ver a Jesús”, tal vez proveniente de países y culturas donde el cristianismo es poco conocido, ¿qué ve en primer lugar? ¿Cuál es el signo más común que encuentra? El crucifijo, la cruz. En las iglesias, en los hogares de los cristianos, incluso llevado sobre el propio cuerpo. Lo importante es que el signo sea coherente con el Evangelio: la cruz no puede más que expresar amor, servicio, don de sí mismo sin reservas: sólo así es verdaderamente el “árbol de la vida”, de la vida sobreabundante.
También hoy muchas personas, a menudo sin decirlo, implícitamente, quisieran “ver a Jesús”, encontrarlo, conocerlo. De aquí se comprende la gran responsabilidad de nosotros cristianos y de nuestras comunidades. También nosotros debemos responder con el testimonio de una vida que se entrega en el servicio, de una vida que toma sobre sí el estilo de Dios —cercanía, compasión y ternura— y se entrega en el servicio. Se trata de sembrar semillas de amor no con palabras que se van volando, sino con ejemplos concretos, sencillos y valientes, no con condenas teóricas, sino con gestos de amor. Entonces el Señor, con su gracia, nos hace dar fruto, incluso cuando el terreno es árido por incomprensiones, dificultades o persecuciones, o pretensiones de legalismos o moralismos clericales. Esto es terreno árido. Precisamente entonces, en la prueba y en la soledad, mientras la semilla muere, es el momento en que la vida germina, para producir frutos maduros a su tiempo. Es en esta trama de muerte y de vida que podemos experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del amor, que siempre, repito, se da en el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura.
Que la Virgen María nos ayude a seguir a Jesús, a caminar fuertes y felices por el camino del servicio, para que el amor de Cristo resplandezca en todas nuestras actitudes y se convierta cada vez más en el estilo de nuestra vida diaria.
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