SEAN PACIENTES, MUCHOS NECESITAN UNA PALABRA DE CONSUELO: PALABRAS DEL PAPA A LOS EMPLEADOS DE LA FARMACIA VATICANA (18/09/2023)

Un oficio que requiere profesionalismo y dedicación, pero también “espíritu de acogida”, es el de los farmacéuticos, a quienes el Papa Francisco quiso dedicar un pensamiento, al recibir este 18 de septiembre, en la Sala Clementina, a los empleados de la Farmacia Vaticana con motivo del 150 aniversario de su fundación. Los farmacéuticos, dijo el Santo Padre, son “esa mano cercana y tendida que a menudo, en el ritmo frenético de hoy, no sólo reparte medicamentos, sino que transmite valor y cercanía”. Compartimos a continuación el mensaje del Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Saludo al Card. Vérgez, Presidente del Governatorato, a Sor Raffaella Petrini, Secretaria General, al padre general Fray Jesús Etayo Arrondo, al Consejo, al director Fritz Thomas Binish, junto con los consagrados del Orden Hospitalario de San Juan de Dios y a todos ustedes, queridos colaboradores y trabajadores de la Farmacia Vaticana.

Es hermoso encontrarlos al aproximarse el 150º aniversario de su fundación. Yendo a las raíces de su historia, me gusta recordar que la institución realizó un sueño del Papa Gregorio SVI, monje camaldulense que tenía muy presente la importancia de la farmacia anexa al monasterio. Fue después el Beato Pío IX quien realizó este sueño, encomendando al Superior General del Orden Hospitalario de San Juan de Dios la tarea de dar vida a una farmacia en el Vaticano. El Orden, de hecho, presumía una larga tradición en dicho ámbito, con la farmacia de la casa religiosa que en muchos lugares realizaba también un servicio para las personas externas. Fue así elegido como primer farmacéutico Fray Eusebio Frommer, religioso de los Fatebenefratelli, y así inició su historia, única en su género. ¡Hace 150 años!

Siempre haciendo memoria, casi hojeando un álbum de fotografías juntos, es bueno recordar un momento importante, es decir el servicio de su Orden durante el Vaticano II. Cada mañana, antes del inicio de las sesiones conciliares, el local de la Farmacia se llenaba con Obispos de todas nacionalidades para adquirir medicinas y, mientras un pequeño grupo de consagrados trataba de satisfacer las peticiones en distintos idiomas, otros dos religiosos enfermeros estaban presentes en los puestos fijos de primeros auxilios junto con un médico y dos camilleros, para cualquier otra exigencia.

Y llegamos a nuestros días, ahora, con su Farmacia que no se diferencia de las demás sólo porque se dedica al servicio directo del Sucesor de Pedro y de la Curia Romana, sino también porque es llamada hacer un “suplemento de caridad”, realizando un servicio que, además de la venta de fármacos, está llamado a distinguirse por la atención a las personas más frágiles y el cuidado de quien se encuentra en la enfermedad. Es un compromiso dirigido no solamente a los empleados vaticanos y a los residentes en la Ciudad del Vaticano, sino también a quien necesita medicinas particulares, que a menudo difícilmente se consiguen en otra parte.

Quisiera decirles gracias por eso: gracias a los Fatebenefratelli, a los colaboradores laicos, a los farmacéuticos y empleados, a quien trabaja en las bodegas y a todos aquellos que colaboran con esta obra. Gracias por su profesionalismo y dedicación, pero también por el espíritu de acogida y disponibilidad con el que realizan su tarea, que a veces requiere fatiga y – como sucedió especialmente durante la pandemia – disponibilidad para el sacrificio.

No es fácil para ustedes, y no lo es más en general para los farmacéuticos, en quienes pienso en este momento y a los que quisiera dedicar un pensamiento. Cerca de ellos llegan muchas personas, especialmente ancianas, que a menudo, en los ritmos frenéticos de hoy, necesitan, más que una medicina, una atención, una sonrisa; necesitan un oído, una palabra de consuelo. No olviden esto: el apostolado de los oídos. Escuchar, escuchar... Parece aburrido, algunas veces, pero para la persona que habla es una caricia de Dios a través de ustedes. Y los farmacéuticos son esta mano cercana, tendida, que no entrega solo las medicinas, sino que transmite valor y cercanía. ¡Gracias a ustedes y a todos los farmacéuticos por esto! El suyo no es un oficio, es una misión. Gracias.

Queridas hermanas y hermanos, sigan adelante: ustedes, comunidad de los Fatebenefratelli, farmacéuticos, colaboradores y empleados, con generosidad, porque cada día pueden hacer mucho bien, tanto para hacer que el servicio de la Farmacia Vaticana sea cada vez más eficiente y moderno, como para manifestar ese cuidado atento y esa acogida preocupada que son testimonio del Evangelio para cuantos entran en contacto con ustedes.

Tengan mucha paciencia, recordando que la paciencia es la prueba de fuego del amor. Y, finalmente, un pequeño consejo espiritual: de vez en cuando alcen los ojos hacia el Crucificado, dirigiendo la mirada al Dios llagado y herido. El servicio que hacen a los enfermos es servicio que le hacen a Él. Y es hermoso tomar del Médico celestial paciencia y benevolencia, y la fuerza de amar, sin cansarse. En su escuela, desde la cátedra de la cruz hasta el mostrador de la farmacia, que también ustedes puedan ser cada día dispensadores de misericordia. Los bendigo y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

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