CATEQUESIS DEL PAPA: QUE LOS CRISTIANOS SE ENSUCIEN LAS MANOS EN LOS TEMAS DE HOY (13/09/2023)

La figura ejemplar sobre la que el Papa Francisco construyó su catequesis de este 13 de septiembre, fue el Beato José Gregorio Hernández Cisneros, el llamado “médico de los pobres” venezolano, a quien el Pontífice ha señalado en varias ocasiones como modelo de virtudes cívicas y religiosas y a quien hace dos años declaró copatrono del Ciclo de Estudios en Ciencias de la Paz de la Pontificia Universidad Lateranense. El Papa ofreció a los fieles un retrato completo de este hombre al que ya en vida llamaban “santo del pueblo, apóstol de la caridad, misionero de la esperanza”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El Beato José Gregorio Hernández Cisneros, médico de los pobres y apóstol de paz

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

En nuestras catequesis, seguimos encontrando testigos apasionados por el anuncio del Evangelio. Recordemos que esta es una serie de catequesis sobre el celo apostólico, sobre la voluntad y también el ardor interior para llevar el Evangelio. Hoy vamos a América Latina, precisamente a Venezuela, para conocer la figura de un laico, el Beato José Gregorio Hernández Cisneros. Nació en 1864 y aprendió la fe sobre todo de su madre, como contó: «Mi madre, me enseñó la virtud desde la cuna, me hizo crecer en el conocimiento de Dios y me dio como guía la caridad». Estemos atentos: son las madres las que transmiten la fe. La fe se transmite en dialecto, es decir con el lenguaje de las madres, ese dialecto que las madres saben hablar con los hijos. Y a ustedes madres: estén atentas en la transmisión de la fe en ese dialecto materno.

Verdaderamente la caridad fue la estrella polar que orientó la existencia del Beato José Gregorio: persona buena y solar, de carácter alegre, estaba dotado de una aguda inteligencia; se hizo médico, profesor universitario y científico. Pero fue ante todo un doctor cercano a los más débiles, tanto como para ser conocido en la patria como “el médico de los pobres”. Cuidaba a los pobres, siempre. A la riqueza del dinero prefirió la del Evangelio, gastando su existencia para socorrer a los necesitados. En los pobres, en los enfermos, en los migrantes, en los que sufren, José Gregorio veía a Jesús. Y el éxito que nunca buscó en el mundo lo recibió, y sigue recibiéndolo, de la gente, que lo llama “santo del pueblo”, “apóstol de la caridad”, “misionero de la esperanza”. Hermosos nombres: “Santo del pueblo”, “apóstol de la cridad”, “misionero de la esperanza”.

José Gregorio era un hombre humilde, un hombre gentil y disponible. Y al mismo tiempo estaba movido por un fuego interior, por el deseo de vivir al servicio de Dios y del prójimo. Impulsado por este ardor, en distintas ocasiones intentó hacerse religioso y sacerdote, pero varios problemas de salud se lo impidieron. La fragilidad física no lo llevó, sin embargo, a encerrarse en sí mismo, sino a convertirse en un médico aún más sensible a las necesidades de los demás; se aferró a la providencia y, fortalecido en el alma, fue más a lo esencial. Ahí está el celo apostólico: no sigue las propias aspiraciones, sino la disponibilidad a los designios de Dios. Y así el Beato comprendió que, a través del cuidado de los enfermos, pondría en práctica la voluntad de Dios, socorriendo a los que sufren, dando esperanza a los pobres, dando testimonio de la fe no de palabra sino con el ejemplo. Llegó así – por este camino interior – a tomar la medicina como un sacerdocio: «el sacerdocio del dolor humano» (M. Yaber, José Gregorio Hernández: Médico de los Pobres, Apóstol de la Justicia Social, Misionero de las Esperanzas, 2004, 107). Qué importante es no sufrir pasivamente las cosas, sino, como dice la Escritura, hacer cada cosa con buen ánimo, para servir al Señor (cf. Col 3, 23).

Pero preguntémonos: ¿de dónde le venía a José Gregorio todo este entusiasmo, todo este celo? Venía de una certeza y de una fuerza. La certeza era la gracia de Dios. Él escribió que «si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han vuelto malos: pero los buenos lo son con la ayuda de Dios» (27 de mayo 1914). Y él, en primer lugar, se sentía necesitado de gracia, que mendigaba en las calles y tenía necesidad extrema del amor. Y esta es la fuerza a la que recurría: la intimidad con Dios. Era un hombre de oración – está la gracia de Dios y la intimidad con el Señor – era un hombre de oración que participaba en la Misa.

Y en contacto con Jesús, que se ofrece en el altar por todos, José Gregorio se sentía llamado a ofrecer su vida por la paz. El primer conflicto mundial estaba en curso. Llegamos así al 29 de junio de 1919: un amigo lo visita y lo encuentra muy feliz. José Gregorio, de hecho, se había enterado de que se había firmado el tratado que pone fin a la guerra. Su ofrenda de paz ha sido acogida, y es como si él presagiara que su tarea en la tierra hubiera terminado. Esa mañana, como era habitual, había ido a Misa y ahora baja por la calle para llevar una medicina a un enfermo. Pero mientras atraviesa la calle, es atropellado por un vehículo; llevado al hospital, muere pronunciando el nombre de la Virgen. Su camino terreno concluye así, en una calle mientras realiza una obra de misericordia, y en un hospital, donde había hecho de su trabajo una obra maestra como médico.

Hermanos, hermanas, ante este testigo preguntémonos: yo, ante Dios presente en los pobres cerca de mí, frente a quien en el mundo sufre más, ¿cómo reacciono? Y el ejemplo de José Gregorio ¿cómo me toca? Él nos estimula al compromiso ante las grandes cuestiones sociales, económicas y políticas de hoy. Muchos hablan de ellas, muchos hablan mal de ellas, muchos critican y dicen que todo va mal. Pero el cristiano no está llamado a esto, sino a ocuparse de ellas, a ensuciarse las manos: sobre todo, como nos ha dicho San Pablo, a orar (cf. 1 Tim 2, 1-4), y después a comprometerse no en chismorreos – el chismorreo es una peste – sino a promover el bien y a construir la paz y la justicia en la verdad. También esto es celo apostólico, es anuncio del Evangelio, y esto es bienaventuranza cristiana: «bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5, 9). Sigamos adelante en el camino del Beato Gregorio: un laico, un médico, un hombre de trabajo cotidiano que el celo apostólico impulsó a vivir haciendo la caridad durante toda la vida. Gracias.

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