CATEQUESIS DEL PAPA: SER CONSCIENTES DE QUE JESÚS ORA POR NOSOTROS (02/06/2021)

Nunca dejar de confiar en Jesús, porque Él ora por nosotros ante el Padre. Así lo aseguró el Papa Francisco en la Audiencia General de este 2 de junio, presidida en el Patio de San Dámaso del Vaticano. En su catequesis dedicada a la oración, precedida por la Lectura del Evangelio de San Lucas (22, 28-29), se refirió a la importancia de la oración en la vida de Jesús y en su relación con los discípulos. Haciendo presente que eligió a sus discípulos tras una noche de oración y diálogo con el Padre, a pesar de los errores y las caídas que ellos mostrarían en el futuro, el Santo Padre puso en evidencia cómo Él esperó “con paciencia” su conversión rogando a Dios por ellos, para que permanezcan a su lado en las pruebas y no pierdan la fe. Esto porque el Maestro, incluso en sus errores y caídas, “así como los recibió del Padre tras Su oración, así los lleva en Su corazón”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequsis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los Evangelios nos muestran cuánto la oración era fundamental en la relación de Jesús con sus discípulos. Esto ya aparece en la elección de los que después se convertirán en los Apóstoles. Lucas coloca su elección en un contexto preciso de oración y dice así: «En aquellos días Él se fue al monte a orar y se pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió a doce, a los que llamó también apóstoles» (6, 12-13). Jesús los elige después de una noche de oración. Parece que no haya otro criterio en esta elección sino la oración, el diálogo de Jesús con el Padre. A juzgar por cómo se comportarán después esos hombres, parecería que la elección no fue de las mejores porque todos huyeron, lo dejaron solo antes de la Pasión; pero es precisamente esto, especialmente la presencia de Judas, el futuro traidor, lo que demuestra que esos nombres estaban escritos en el designio de Dios.

Continuamente reaparece en la vida de Jesús la oración en favor de sus amigos. Los Apóstoles a veces se convierten para Él en motivo de preocupación, pero Jesús, así como los recibió del Padre, después de la oración, así los lleva en su corazón, incluso en sus errores, incluso en sus caídas. En todo esto descubrimos cómo Jesús fue maestro y amigo, siempre disponible a esperar con paciencia la conversión del discípulo. El punto culminante de esta espera paciente es la “tela” de amor que Jesús teje en torno a Pedro. En la Última Cena le dice: «¡Simón, Simón! Satanás ha solicitado cribarlos como el trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32). Impresiona, en el tiempo del desfallecimiento, saber que en ese momento no cesa el amor de Jesús, – “Pero Padre, si estoy en pecado mortal, ¿el amor de Jesús sigue ahí? — Sí – ¿y Jesús sigue orando por mí? — Sí — Pero si he hecho cosas muy malas y muchos pecados, ¿sigue amándome Jesús? — Sí”. El amor y la oración de Jesús por cada uno de nosotros no cesan, es más, ¡se hacen más intensos y estamos al centro de su oración! Esto siempre debemos recordarlo: Jesús ora por mí, está orando ahora ante el Padre y le hace ver las llagas que trajo consigo, para hacer ver al Padre el precio de nuestra salvación, es el amor que nos tiene. Pero en este momento cada uno de nosotros piense: ¿en este momento Jesús está orando por mí? Sí. Esta es una gran seguridad que debemos tener.

La oración de Jesús vuelve puntualmente en un momento crucial de su camino, el de la verificación de la fe de los discípulos. Escuchemos de nuevo al evangelista Lucas: «Un día Jesús estaba en un lugar solitario orando. Los discípulos estaban con Él y les preguntó: “La multitud, ¿quién dice que soy yo?”. Ellos respondieron: “Juan el Bautista; otros dicen que Elías; otros, que uno de los profetas antiguos que ha resucitado”. Entonces les preguntó: “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro respondió en nombre de todos: “El Cristo de Dios”. Él les ordenó severamente que no dijeran esto a nadie» (9, 18-21). Los grandes hitos de la misión de Jesús están siempre precedidos de la oración, pero no así, en passant, sino de la oración intensa, prolongada. Siempre en esos momentos está la oración. Esta verificación de la fe parece una meta, y en cambio es un renovado punto de partida para los discípulos, porque, a partir de entonces, es como si Jesús subiera un tono en su misión, hablándoles abiertamente de su pasión, muerte y resurrección.

En esta perspectiva, que instintivamente suscita repulsión, tanto en los discípulos como en nosotros que leemos el Evangelio, la oración es la única fuente de luz y fuerza. Es necesario orar más intensamente, cada vez que el camino se empina.

Y en efecto, tras anunciar a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, tiene lugar el episodio de la Transfiguración. «Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto, y sus vestiduras se hicieron blancas y fulgurantes. Y he aquí que, dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, aparecidos en la gloria, y hablaban de su éxodo, que estaba por cumplirse en Jerusalén» (Lc 9, 28-31), es decir la Pasión. Por tanto, esta manifestación anticipada de la gloria de Jesús tuvo lugar en la oración, mientras el Hijo estaba inmerso en la comunión con el Padre y consentía plenamente en su voluntad de amor, en su designio de salvación. Y, de esa oración, sale una palabra clara para los tres discípulos implicados: «Este es mi Hijo, el Elegido; escúchenlo» (Lc 9, 35). De la oración viene la invitación a escuchar a Jesús, siempre de la oración.

De este rápido recorrido a través del Evangelio, deducimos que Jesús no sólo quiere que oremos como Él ora, sino que nos asegura que, si incluso nuestras tentativas de oración fueran del todo vanas e ineficaces, siempre podemos contar con su oración. Debemos ser conscientes: Jesús ora por mí. Una vez, un buen Obispo me contó que en un momento muy malo de su vida y de una gran prueba, un momento de oscuridad, miró a lo alto de la basílica y vio escrita esta frase: “Yo Pedro oraré por ti”. Y eso le dio fuerza y consuelo. Y esto sucede cada vez que cada uno de nosotros sabe que Jesús ora por él. Jesús ora por nosotros. En este momento, en este momento. Hagan este ejercicio de memoria repitiéndolo. Cuando hay alguna dificultad, cuando están en la órbita de las distracciones: Jesús está orando por mí. Pero, padre ¿eso es verdad? Es verdad, lo dijo Él mismo. No olvidemos que lo que nos sostiene a cada uno de nosotros en la vida es la oración de Jesús por cada uno de nosotros, con nombre, apellido, ante el Padre, haciéndole ver las llagas que son el precio de nuestra salvación.

Incluso si nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, si estuvieran comprometidas por una fe vacilante, nunca debemos dejar de confiar en Él, yo no sé orar, pero Él ora por mí. Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo. No lo olviden: Jesús está orando por mí — ¿Ahora? — Ahora. En el momento de la prueba, en el momento del pecado, incluso en ese momento, Jesús con mucho amor está orando por mí.

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