SISTEMAS SANITARIOS ABIERTOS A TODOS LOS ENFERMOS, SIN DISPARIDAD: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA “EXPLORANDO LA MENTE, EL CUERPO Y EL ALMA” (08/05/2021)

El Santo Padre Francisco envió este 8 de mayo un video mensaje a los participantes de la conferencia online “Explorando la mente, el cuerpo y el alma”, organizada por el Consejo Pontificio de la Cultura, “The Cura Foundation” y la organización Stem for Life. El Papa celebra los avances científicos y médicos que, sin duda, “han abierto ante nosotros un horizonte de conocimientos e interacciones que hace unos siglos ni siquiera eran concebibles” y pide que sean utilizados para el bien común de todos los enfermos, “sin disparidad alguna”. Compartimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos amigos:

Me dirijo a todos ustedes que participan en la Conferencia internacional titulada “Mente, cuerpo y alma”, una temática sobre la cual en el correr de los siglos se ha esforzado la búsqueda por la comprensión del misterio de la persona humana. Saludo y agradezco al Card. Gianfranco Ravasi, Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, y a los organizadores del evento, como también a los Presidentes de las Fundaciones “Cura” y “Ciencia y Fe” y a los relatores.

Su conferencia une la reflexión filosófico-teológica a la investigación científica, especialmente en el ámbito médico. Esto me ofrece ante todo la ocasión para expresar la común gratitud a quien ha elegido como compromiso personal y profesional el cuidado de los enfermos y el apoyo a los más necesitados. En este período alimentamos todos un sentimiento de reconocimiento hacia quien se dedica incansablemente a contrarrestar la pandemia, que no cesa de cobrar víctimas y que, al mismo tiempo, pone a prueba nuestro sentido de solidaridad y fraternidad. He aquí por qué pensar y tener al centro a la persona humana exige también una reflexión sobre los modelos de sistemas de salud abiertos a todos los enfermos, sin ninguna disparidad.

El programa del evento refleja los elementos fundamentales indicados por el título: cuerpo, mente, alma. Estas tres categorías no corresponden a la visión “clásica” cristiana, cuyo modelo más notable es el de la persona, entendida como unidad indivisible de cuerpo y alma, la cual, a su vez, está dotada de inteligencia y voluntad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1703-1705). Esta visión no es sin embargo, exclusiva. San Pablo, por ejemplo, habla de «toda su persona, espíritu, alma y cuerpo» (1 Tes 5, 23): es esta una concepción tripartita después asumida por muchos Padres de la Iglesia y también por varios pensadores modernos. Para atenerme a su división, me parece que su gran merito consiste en indicar que ciertas dimensiones de nuestro ser, hoy muy a menudo separado, en realidad constituyen entre ellas un tejido profundo e inseparable.

El estrato biológico de nuestra existencia, que se expresa a través de nuestra corporeidad, constituye la dimensión más inmediata, pero no por esto la más fácil de comprender. No somos espíritus puros; para cada uno de nosotros, todo inicia con nuestro cuerpo, pero somos un cuerpo – y la fe cristiana nos dice que lo seremos también en la resurrección –. La historia de la investigación médica nos presenta, a este respecto, una dimensión del fascinante viaje del ser humano al descubrimiento de sí mismo. Y no pensemos sólo en la medicina académica por así decirlo, “occidental”, sino en la riqueza de las distintas medicinas en las distintas civilizaciones del mundo. Sin duda, las ciencias han abierto ante nosotros un horizonte de conocimientos e interacciones que hace pocos siglos no eran ni siquiera imaginables.

Gracias a los estudios interdisciplinarios llegamos a entender mejor las dinámicas que relacionan nuestra condición física y el medio ambiente en que vivimos, entre la salud y aquello de lo que nos alimentamos, entre nuestro bienestar psicofísico y el cuidado de la vida espiritual – también a través de la práctica de la oración o de la meditación en sus distintas formas –, y finalmente entre la salud y el arte, pienso en particular en la música. En efecto, no es casualidad, la medicina constituye un puente entre las ciencias naturales y las humanas, tanto así que fue definida en el pasado como philosophia corporis, como atestigua uno de los manuscritos custodiados en la Biblioteca Apostólica Vaticana.

Una mirada amplia y un compromiso de investigación interdisciplinaria determinan entonces un progreso del saber que, aplicado a las ciencias médicas, se traduce en investigaciones más sofisticadas y en tratamientos cada vez más adecuados y precisos. Basta sólo pensar en el vasto campo de la investigación en el ámbito de la genética, dirigida a la superación de diversas enfermedades. Ésta, por otra parte, plantea también algunas interrogantes antropológicas y éticas de fondo, como, por ejemplo, la cuestión de la manipulación del genoma humano para controlar o incluso superar el proceso de envejecimiento, o incluso para alcanzar una potenciación alterada del ser humano.

Otro tanto importante es una segunda dimensión: la de la mente, que constituye la condición de posibilidad de nuestra autocomprensión. De hecho, la interrogante de fondo con la que se confrontan es la que desde hace milenios impulsa a la humanidad a investigar la esencia de aquello que nos hace humanos. Actualmente, se tiende a menudo a identificar tal elemento esencial con el cerebro y sus procesos neurológicos. Sin embargo, subrayando la relevancia vital del componente biológico y funcional del cerebro, éste no es, si embargo, el elemento suficiente para explicar todos los fenómenos que nos definen como humanos, muchos de los cuales no son “medibles” y, por tanto, van más allá de la materialidad corpórea. De hecho, el ser humano no puede poseer una mente sin materia cerebral; pero, al mismo tiempo, su mente no puede ser reducida a la mera materialidad de su encéfalo. Esta, es una ecuación a seguir.

En las últimas décadas, gracias a la relación entre ciencias naturales y humanas, se han multiplicado los esfuerzos por comprender mejor la relación entre la dimensión material y la no material de nuestro ser. De esta manera, la relación mente-cuerpo, por siglos explorada prevalentemente por filósofos y teólogos, se ha ofrecido también a la investigación de quien estudia el nexo entre la mente y el cerebro.

La utilización del término “mente” en el ámbito científico suscita algunas dificultades, por ello es fundamental poderlo entender y describir precisamente en una clave interdisciplinaria. Con la categoría “mente” se quiere generalmente indicar una realidad ontológicamente distinta, capaz de interactuar con nuestro sustrato biológico. De hecho, con la palabra “mente” es a menudo indicada la complejidad de las facultades humanas, especialmente en relación ala formación del pensamiento.

Permanece, por ello, siempre actual la interrogante respecto al origen de las facultades humanas, como la sensibilidad moral de la persona, la compasión, la empatía, el amor solidario que se traduce en gestos filantrópicos y en la dedicación desinteresada hacia los demás, o también el sentido estético, para no hablar de la búsqueda de lo infinito y lo trascendente. Como ven, es algo muy complejo e interdependiente.

En la tradición judeo-cristiana, así como en la greco-clásica y helenista, estas expresiones humanas son reconducidas a la dimensión trascendente, identificada con el principio inmaterial de nuestro ser, o sea con el alma, el tercer elemento puesto a discusión en su Conferencia. Aún si, con el paso del tiempo, este término ha asumido diversas acepciones en las distintas culturas y religiones, la idea que hemos heredado de la filosofía clásica asigna al alma el papel de principio constitutivo que organiza todo el cuerpo y del cual se originan las cualidades intelectuales, afectivas y volitivas, incluida la consciencia moral, De hecho, la Biblia y, sobre todo, la reflexión filosófico-teológica con el concepto de “alma” definían la unicidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser viviente, incluida su apertura hacia una dimensión sobrenatural y, por tanto, a Dios. Esta apertura a lo trascendente, a algo más grande que sí mismo, es constitutiva y atestigua el valor infinito de cada persona humana. Podemos decir, en lenguaje común, que es como la ventana, que mira y lleva hacia un horizonte.

Queridos amigos, me alegra que en este evento participen también los estudiantes de varias Universidades del mundo. Los animo a emprender y hacer avanzar los caminos de una investigación interdisciplinaria que involucre diversos centros de estudio para una mejor comprensión de nosotros mismos, mirando siempre hacia ese horizonte trascendente al que tiende nuestro ser. Encomiendo a Dios su trabajo y deseo a todos ustedes que tengan siempre el entusiasmo, diría incluso el asombro, ante el ser humano, que nunca dejamos de descubrir, como nos recuerda San Agustín con esa afirmación de sabor bíblico, siempre actual: «¡Qué abismo tan profundo es el hombre!» (Confesiones IV, 14, 22). ¡Gracias!

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