EL CARISMA DE SANTO DOMINGO, INSPIRACIÓN PARA LLEGAR A LAS PERIFERIAS: CARTA DEL PAPA A LA ORDEN DE PREDICADORES (24/05/2021)

“Ojalá que la celebración del Año Jubilar derrame abundantes gracias sobre los Frailes Predicadores y sobre toda la Familia dominica, e inaugure una nueva primavera del Evangelio. Con gran afecto, encomiendo a todos los que participan en las celebraciones jubilares a la amorosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario y de su patriarca Santo Domingo”, escribió el Papa Francisco en la Carta dirigida a Fray Gerard Francisco Timoner, O.P., Maestro General de la Orden de Predicadores, con motivo del VIII Centenario de la muerte de Santo Domingo de Caleruega, este 24 de mayo. Compartimos a continuación, el texto de la carta, traducido del italiano:

Al hermano Gerard Francisco Timoner, O.P.,
Maestro General de la Orden de Predicadores

Praedicator Gratiae: entre los títulos atribuidos a Santo Domingo, el de “Predicador de la Gracia” destaca por su consonancia con el carisma y la misión de la Orden que fundó. En este año, en que se celebra el octavo centenario de la muerte de Santo Domingo, me uno con agrado a los Frailes Predicadores para dar gracias por la fecundidad espiritual de ese carisma y de esa misión, que se manifiesta en la rica variedad de la familia dominica así como en su crecimiento a lo largo de los siglos. Mis saludos orantes y buenos deseos se dirigen a todos los miembros de esta gran familia, que abraza la vida contemplativa y las obras apostólicas de sus monjas y hermanas, sus fraternidades sacerdotales y laicas, sus institutos seculares y sus movimientos juveniles.

En la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate expresé mi convicción de que «Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (n. 19). Domingo responde a la urgente necesidad de su tiempo no sólo de una renovada y vibrante predicación del Evangelio, sino también, igualmente importante, de un testimonio convincente de sus invitaciones a la santidad en la comunión viva de la Iglesia. En el espíritu de toda reforma auténtica, trató de volver a la pobreza y la sencillez de la primitiva comunidad cristiana, reunida en torno a los apóstoles y fiel a su enseñanza (cf. Hch 2, 42). Al mismo tiempo, su celo por la salvación de las almas le llevó a constituir un cuerpo de predicadores comprometidos, cuyo amor por la página sagrada y la integridad de la vida pudiera iluminar las mentes y calentar los corazones con la verdad vivificante de la palabra divina.

En nuestro tiempo, caracterizado por cambios de época y nuevos desafíos a la misión evangelizadora de la Iglesia, Domingo puede entonces servir de inspiración a todos los bautizados, que son llamados, como discípulos misioneros, a llegar a todas las “periferias” de nuestro mundo con la luz del Evangelio y el amor misericordioso de Cristo. Hablando de las líneas temporales perennes de la visión y el carisma de Santo Domingo, el Papa Benedicto XVI nos recordó que «en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero» (Audiencia general, 3 de febrero de 2010).

La gran vocación de Domingo era la de predicar el Evangelio del amor misericordioso de Dios en toda su verdad salvífica y poder redentor. Como estudiante en Palencia llegó a apreciar la inseparabilidad de fe y caridad, verdad y amor, integridad y compasión. Como nos cuenta el Beato Jordán de Sajonia, conmovido por las grandes multitudes que sufrían y morían durante una severa hambruna, Domingo vendió sus preciosos libros y con gentileza ejemplar instituyó una limosnería donde poder dar de comer a los pobres (Libellus, 10). Su testimonio de la misericordia de Cristo y su deseo de llevar el bálsamo que cura a cuantos vivían en la pobreza material y espiritual inspirarían más tarde la fundación de su Orden y darían forma a la vida y al apostolado de innumerables dominicos en diferentes tiempos y lugares. La unidad de la verdad y la caridad encontró quizás su máxima expresión en la escuela dominicana de Salamanca, y en particular en la obra de Fray Francisco de Victoria, que propuso un marco de derecho internacional enraizado en los derechos humanos universales. Esto, a su vez, proporcionó la base filosófica y teológica para el compromiso heroico de los frailes Antonio Montesinos y Bartolomé de Las Casas en América, y Domingo de Salazar en Asia, para defender la dignidad y los derechos de los pueblos nativos.

El mensaje evangélico de nuestra inalienable dignidad humana como hijos de Dios y miembros de la única familia humana desafía a la Iglesia, hoy, a reforzar los vínculos de amistad social, a superar las estructuras económicas y políticas injustas y a trabajar por el desarrollo integral de cada individuo y pueblo. Fieles a la voluntad del Señor e inspirados por el Espíritu Santo, los seguidores de Cristo están llamados a cooperar en todo esfuerzo para «parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz» (Fratelli tutti, n. 278). Ojalá la Orden de Predicadores pueda, hoy como entonces, estar en la primera línea de una proclamación renovada del Evangelio, capaz de hablar al corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y de despertar en ellos la sed por la venida del reino de Cristo de santidad, justicia y paz.

El celo de Santo Domingo por el Evangelio y su deseo de una vida auténticamente apostólica le llevaron a subrayar la importancia de la vida en común. Nuevamente, el Beato Jordán de Sajonia nos narra que, al fundar su Orden, Domingo eligió significativamente «ser llamado no sub-prior, sino Fray Domingo» (cf. Libellus, 21). Este ideal de fraternidad encontraría su expresión en una forma inclusiva de gobierno, en la que todos participaban en el proceso de discernimiento y toma de decisiones, conforme a sus respectivos roles y autoridades, a través del sistema de capítulos a todos los niveles. Este proceso “sinodal” permitió a la Orden adecuar su vida y su misión a contextos históricos cambiantes, pero manteniendo la comunión fraterna. El testimonio de la fraternidad evangélica, como testimonio profético del designio último de Dios en Cristo para la reconciliación en la unidad de toda la familia humana, sigue siendo un elemento fundamental del carisma dominico y un pilar del compromiso de la Orden para promover la renovación de la vida cristiana y difundir el Evangelio en nuestro tiempo.

Con San Francisco de Asís, Domingo comprendió que la proclamación del Evangelio, verbis et exemplo, implicaba el crecimiento de toda la comunidad eclesial en la unidad fraterna y el discipulado misionero. El carisma dominico de la predicación condujo muy pronto a la institución de las diversas ramas de la gran familia dominica, abrazando todos los estados de vida en la Iglesia. En siglos sucesivos encontró elocuente expresión en los escritos de Santa Catalina de Siena, en las pinturas del Beato Fra Angélico y en las obras de caridad de Santa Rosa de Lima, del Beato Juan Macías y de Santa Margarita de Castello. Así, también en nuestros tiempos sigue inspirando el trabajo de artistas, estudiosos, profesores y comunicadores. En este año de aniversario, no podemos dejar de recordar a aquellos miembros de la familia dominica cuyo martirio fue en sí mismo una forma poderosa de predicación. O a los innumerables hombres y mujeres que, imitando la sencillez y la compasión de San Martín de Porres, han llevado la alegría del Evangelio a las periferias de la sociedad y de nuestro mundo. Pienso aquí, en particular, en el testimonio silencioso que ofrecen los muchos miles de terciarios dominicos y los miembros del Movimiento Juvenil Dominico, que reflejan el importante y de hecho indispensable papel de los laicos en la obra de evangelización.

En el jubileo del nacimiento de Santo Domingo a la vida eterna, quiero de manera particular expresar gratitud a los Frailes Predicadores por la extraordinaria contribución que han dado a la predicación del Evangelio a través de la exploración teológica de los misterios de la fe. Al enviar a los primeros frailes a las nacientes universidades de Europa, Domingo reconoció la importancia vital de dar a los futuros predicadores una sana y sólida formación teológica basada en la Sagrada Escritura, respetuosa con las cuestiones planteadas por la razón y preparada para comprometerse en un diálogo disciplinado y respetuoso al servicio de la revelación de Dios en Cristo. El apostolado intelectual de la Orden, sus numerosas escuelas e institutos de estudios superiores, su cultivo de las ciencias sagradas y su presencia en el mundo de la cultura han estimulado el encuentro entre fe y razón, alimentado la vitalidad de la fe cristiana y promovido la misión de la Iglesia de atraer mentes y corazones hacia Cristo. También en este sentido no puedo sino renovar mi gratitud por la historia de la Orden de servicio a la Sede Apostólica, que se remonta al propio Domingo.

Durante mi visita a Bolonia hace cinco años, tuve la bendición de pasar unos momentos en oración ante la tumba de Santo Domingo. Hice oración de manera especial por la Orden de Predicadores, implorando para sus miembros la gracia de la perseverancia en la fidelidad a su carisma fundacional y a la espléndida tradición de la que son herederos. Agradeciendo al Santo por todo el bien que sus hijos e hijas hacen en la Iglesia, pedí, como don particular, un considerable aumento de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Ojalá que la celebración del Año Jubilar pueda derramar una abundancia de gracias sobre los Frailes Predicadores y sobre toda la Familia dominica, e inaugurar una nueva primavera del Evangelio. Con gran afecto, encomiendo a todos los que participan en las celebraciones jubilares a la amorosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario y de su patriarca Santo Domingo, e imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, alegría y paz en el Señor.

Roma, desde San Juan de Letrán, 24 de mayo de 2021

Francisco

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