SIN NATALIDAD NO HAY FUTURO. MUJERES NO ESCONDAN SU VIENTRE: PALABRAS DEL PAPA AL INAUGURAR LOS “ESTADOS GENERALES DE LA NATALIDAD” (14/05/2021)

Por un lado, el “desconcierto por la incertidumbre laboral”, por otro, los “temores dados por los costos cada vez menos sostenibles de la crianza de los hijos” y la “tristeza” por las mujeres “que en el trabajo se ven desanimadas a tener hijos o tienen que esconder la barriga”. Todas ellas son “arenas movedizas que pueden hundir a una sociedad” y contribuyen a hacer aún más “frío y oscuro” ese invierno demográfico que ya es constante en Italia. El Papa Francisco inauguró este 14 de mayo los trabajos de los Estados Generales de la Natalidad, el encuentro promovido por el Foro de Asociaciones Familiares en el Auditorium de la Via de la Conciliazione en Roma y dedicado al destino demográfico de Italia y del mundo. Compartimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Los saludo cordialmente y estoy agradecido con el Presidente del Foro de Asociaciones Familiares, Gianluigi De Palo, por la invitación y sus palabras de presentación. Agradezco al Dr. Mario Draghi, Presidente del Gobierno, por sus palabras claras y esperanzadoras. Agradezco a todos ustedes, que hoy reflexionan obre el tema urgente de la natalidad, fundamental para invertir la tendencia y volver a poner en movimiento a Italia a partir de la vida, a partir del ser humano. Y es hermoso que lo hagan juntos, involucrando a las empresas, los bancos, la cultura, los medios de comunicación, el deporte y el espectáculo. En realidad, hay muchas otras personas aquí con ustedes: hay sobre todo jóvenes que sueñan. Los datos dicen que la mayoría de los jóvenes desea tener hijos. Pero sus sueños de vida, brotes de renacimiento del país, chocan con un invierno demográfico todavía frío y oscuro: sólo la mitad de los jóvenes cree que podrá tener dos hijos en el transcurso de su vida.

Italia se encuentra así desde hace años con el menor número de nacimientos de Europa, en lo que está convirtiendo al viejo continente no ya por su gloriosa historia, sino por su avanzada edad. Este país nuestro, donde cada año es como si desapareciera una ciudad de más de doscientos mil habitantes, en 2020 llegó al número más bajo de nacimientos desde la unidad nacional: no sólo por el COVID, sino por una continua, progresiva tendencia a la baja, un invierno cada vez más duro.

Sin embargo, todo esto no parece haber atraído todavía la atención general, focalizada en el presente y en lo inmediato. El Presidente de la República ha reiterado la importancia de la natalidad, que ha definido como «el punto de referencia más crítico de esta temporada», afirmando que «las familias no son el tejido conectivo de Italia, las familias son Italia» (Audiencia al Foro de Asociaciones Familiares, 11 de febrero de 2020). ¡Cuántas familias en estos meses han tenido que hacer lo extraordinario, dividiendo la casa entre el trabajo y la escuela, con los padres haciendo de profesores, técnicos informáticos, trabajadores, psicólogos! ¡Y cuántos sacrificios se piden a los abuelos, los verdaderos botes salvavidas de las familias! Pero no sólo: ellos son la memoria que nos abre al futuro.

Para que el futuro sea bueno, debemos entonces ocuparnos de las familias, en particular de las jóvenes, acosadas por preocupaciones que ponen en riesgo de paralizar sus proyectos de vida. Pienso en el desconcierto por la incertidumbre del trabajo, pienso en los temores que provocan los costos cada vez menos sostenibles para el crecimiento de los hijos: son miedos que pueden engullir el futuro, son arenas movedizas que pueden hacer hundirse a una sociedad. También pienso, con tristeza, en las mujeres a las que en el trabajo se les desanima de tener hijos o que tienen que ocultar su vientre. ¿Cómo es posible que una mujer tenga que avergonzarse por el don más hermoso que la vida puede ofrecer? No la mujer, sino la sociedad debería avergonzarse, porque una sociedad que no acoge la vida deja de vivir. ¡Los hijos son la esperanza que hace renacer a un pueblo! Por fin, en Italia se ha decidido convertir en ley una subvención, definida como única y universal, para cada niño que nazca. Expreso mi agradecimiento a las autoridades y espero que esta subvención responda a las necesidades concretas de las familias, que tantos sacrificios han hecho y están haciendo, y marque el inicio de reformas sociales que pongan en el centro a los hijos y a las familias. Si las familias no están al centro del presente, no habrá futuro; pero si las familias vuelven a ponerse en marcha, todo vuelve a ponerse en marcha.

Quisiera ahora mirar precisamente a la reanudación y ofrecerles tres pensamientos que espero sean útiles de cara a una esperada primavera, que nos saque del invierno demográfico. La primera reflexión gira en torno a la palabra don. Todo don se recibe, y la vida es el primer don que cada uno ha recibido. Nadie puede dárselo a sí mismo. En primer lugar hubo un don. Es un antes que olvidamos en el transcurso de la vida, siempre empeñados en mirar al después, a lo que podemos hacer y tener. Pero ante todo hemos recibido un don y estamos llamados a transmitirlo. Y un hijo es el don más grande para todos y está por encima de todo. A un hijo, a cada hijo, le acompaña esta palabra: antes. Así como un hijo es esperado y amado antes de que vea la luz, así debemos dar prioridad a los hijos si queremos volver a ver la luz después del largo invierno. En cambio, «la falta de hijos, que provoca un envejecimiento de la población, afirma implícitamente que todo termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales» (Carta enc., Fratelli tutti, 19). Hemos olvidado la primacía del don —¡la primacía del don! —, código fuente de la vida en común.  Ha ocurrido sobre todo en las sociedades más ricas, más consumistas. Vemos, en efecto, que donde hay más cosas, a menudo hay más indiferencia y menos solidaridad, más cerrazón y menos generosidad. Ayudémonos a no perdernos en las cosas de la vida, para redescubrir la vida como sentido de todas las cosas.

Ayudémonos, queridos amigos, a redescubrir el valor de dar, la valentía de elegir la vida. Hay una frase del Evangelio que puede ayudar a cualquiera, incluso a quien no cree, a orientar sus decisiones. Jesús dice: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6, 21). ¿Dónde está nuestro tesoro, el tesoro de nuestra sociedad? ¿En los hijos o en las finanzas? ¿Qué nos atrae, la familia o la facturación? Hay que tener el valor de elegir qué va primero, porque allí es donde se atará el corazón. La valentía de elegir la vida es creativa, porque no acumula ni multiplica lo que ya existe, sino que se abre a la novedad, a las sorpresas: toda vida humana es la verdadera novedad, que no conoce un antes y un después en la historia. Todos hemos recibido este don irrepetible y los talentos que tenemos sirven para transmitir, de generación en generación, el primer don de Dios, el don de la vida.

A este transmitir está relacionada la segunda reflexión que quiero ofrecerles. Gira en torno a la palabra sustentabilidad, palabra-clave para construir un mundo mejor. Se habla a menudo de sustentabilidad económica, tecnológica y medioambiental, etc... Pero también tenemos que hablar de la sustentabilidad generacional. No podremos alimentar la producción y proteger el medio ambiente si no prestamos atención a las familias y los hijos. El crecimiento sustentable pasa por aquí. La historia lo enseña. Durante las fases de reconstrucción que siguieron a las guerras, que en siglos pasados devastaron Europa y el mundo, no hubo reinicio sin una explosión de nacimientos, sin la capacidad de infundir confianza y esperanza a las jóvenes generaciones. También hoy nos encontramos en una situación de reinicio, tan difícil como cargada de expectativas: no podemos seguir modelos miopes de crecimiento, como si para preparar el mañana sólo se necesitara fueran algún ajuste apresurado. No, las dramáticas cifras de natalidad y las aterradoras cifras de la pandemia exigen cambio y responsabilidad.

Sustentabilidad rima con responsabilidad: es el tiempo de la responsabilidad para que hacer florecer la sociedad. Aquí, además del papel principal de la familia, es fundamental la escuela. No puede ser una fábrica de nociones que se vierten sobre los individuos; debe ser el tiempo privilegiado para el encuentro y el crecimiento humano. En la escuela no se madura sólo mediante las calificaciones, sino a través de los rostros que se encuentran. Y para los jóvenes es esencial entrar en contacto con modelos elevados, que formen los corazones además de las mentes. En la educación el ejemplo hace mucho, también pienso en el ámbito del espectáculo y el deporte. Es triste ver modelos que sólo se preocupan por parecer, siempre bellos, jóvenes y en forma. Los jóvenes no crecen gracias a los fuegos artificiales de la apariencia, maduran si se son atraídos por quien tiene el valor de perseguir sueños grandes, de sacrificarse por los demás, de hacer el bien al mundo en que vivimos. Y mantenerse joven no pasa por tomarse selfies y retocarse, sino por poder reflejarse un día en los ojos de los hijos. A veces, en cambio, pasa el mensaje de que realizarse significa ganar dinero y tener éxito, mientras que los hijos parecen casi una distracción, que no debe obstaculizar las aspiraciones personales. Esta mentalidad es una gangrena para la sociedad y hace insostenible el futuro.

La sustentabilidad necesita un alma y esta alma —la tercera palabra que les propongo— es la solidaridad. Y también a ella le asocio un adjetivo: así como necesitamos una sustentabilidad generacional, así necesitamos una solidaridad estructural. La solidaridad espontánea y generosa de muchos ha permitido a muchas familias, en este período duro, salir adelante y hacer frente a la creciente pobreza. Sin embargo, no puede quedarse en el ámbito de la emergencia y lo provisional, es necesario dar estabilidad a las estructuras que apoyan a las familias y ayudan a los nacimientos. Son indispensables una política, una economía, una información y una cultura que promuevan con valentía la natalidad.

En primer lugar, se necesitan políticas familiares de largo alcance, con visión de futuro: no basadas en la búsqueda del consenso inmediato, sino en el crecimiento del bien común a largo plazo. Aquí está la diferencia entre gestionar los asuntos públicos y ser buenos políticos. Es urgente ofrecer a los jóvenes garantías de un empleo suficientemente estable, seguridad para la casa, incentivos para no abandonar el país. Es una tarea que implica de cerca también al mundo de la economía: ¡qué maravilloso sería ver aumentar el número de empresarios y empresas que, además de producir utilidades, promueven la vida, que estén atentos a no explotar nunca a las personas con condiciones y horarios insostenibles, que llegan a distribuir parte de las ganancias a los trabajadores, en la óptica de contribuir a un desarrollo impagable, el de las familias! Es un desafío no sólo para Italia, sino para muchos países, a menudo ricos en recursos, pero pobres en esperanza.

La solidaridad se rechaza también en el precioso servicio de la información, que tanto influye en la vida y en la forma de contarla. Están de moda los giros escénicos y las palabras fuertes, pero el criterio para formar informando no es la audiencia, no es la polémica, es el crecimiento humano. Necesitamos una “información en formato familiar”, donde se hable de los demás con respeto y delicadeza, como si fueran sus propios parientes. Y que al mismo tiempo saque a la luz los intereses y tramas que perjudican el bien común, las maniobras que giran en torno al dinero, sacrificando a las familias y a las personas. La solidaridad convoca después a los mundos de la cultura, el deporte y el espectáculo a promover y valorar la natalidad. La cultura del futuro no puede basarse en el individuo y en la mera satisfacción de sus derechos y necesidades. Urge una cultura que cultive la química del conjunto, la belleza del don, el valor del sacrificio.

Queridos amigos, me gustaría finalmente decirles la palabra más sencilla y sincera: gracias. Gracias por los Estados Generales de la Natalidad, gracias a cada uno de ustedes y a cuantos creen en la vida humana y en el porvenir. A veces les parecerá que gritan en el desierto, que luchan contra molinos de viento. Pero sigan adelante, no se rindan, porque es hermoso soñar, soñar el bien y construir el futuro. Y sin natalidad no hay futuro. Gracias.

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