VEN, SEÑOR JESÚS, DESPIÉRTANOS DE LA INDIFERENCIA: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DEL 29/11/2020

En la homilía del Papa Francisco, en la Santa Misa con los nuevos Cardenales, celebrada en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, este 29 de noviembre, I Domingo de Adviento, dijo que la Palabra de Dios nos sugiere dos palabras clave: cercanía y vigilancia: “La cercanía de Dios y nuestra vigilancia. Mientras el profeta Isaías dice que Dios está cerca de nosotros, Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar esperando en Él”. Compartimos a continuación el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Las lecturas de hoy sugieren dos palabras clave para el tiempo de Adviento: cercanía y vigilancia. Cercanía de Dios y vigilancia nuestra: mientras el profeta Isaías dice que Dios está cerca de nosotros, Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar en espera de Él.

Cercanía. Isaías comienza tuteando a Dios: «¡Tú eres nuestro padre!» (63, 16). Y continúa: «Nunca se oyó [...] que otro dios, haya hecho tanto favor por quien confía en él» (64, 3). Vienen a la mente las palabras del Deuteronomio: ¿quién, «como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?» (4, 7). El Adviento es el tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros. Pero el profeta va más allá y le pide a Dios que se acerque más: «¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!» (Is 63, 19). Lo hemos pedido también en el Salmo: “Vuelve, visítanos, ven a salvarnos” (cf. Sal 79, 15.3). «Dios mío, ven a salvarme» es a menudo el comienzo de nuestra oración: el primer paso de la fe es decirle al Señor que lo necesitamos, necesitamos su cercanía.

Es también el primer mensaje del Adviento y del Año Litúrgico, reconocer que Dios está cerca y decirle: “¡Acércate más!”. Él quiere acercarse a nosotros, pero se propone, no se impone; está en nosotros no cansarnos de decirle: “¡Ven!”. Está en nosotros, es la oración del Adviento: “¡Ven!”. Jesús – nos recuerda el Adviento – vino a nosotros y vendrá de nuevo al final de los tiempos. Pero nos preguntamos, ¿de qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo. Hagamos nuestra la invocación típica del Adviento: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 20). Con esta invocación termina el Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús». Podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de los encuentros, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos más importantes y en aquellos de prueba: Ven, Señor Jesús. Una pequeña oración, pero que nace del corazón. Digámosla en este tiempo de Adviento, repitámosla: «Ven, Señor Jesús».

Así, invocando su cercanía, ejercitaremos nuestra vigilancia. El Evangelio de Marcos hoy nos propuso la parte final del último discurso de Jesús, que se condensa en una sola palabra: —«¡Vigilen!». El Señor la repite cuatro veces en cinco versículos (cf. Mc 13, 33-35.37). Es importante permanecer vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios. San Agustín decía: «Timeo Iesum transeuntem» (Sermones, 88, 14,13), “tengo miedo de que Jesús pase y no me dé cuenta”. Atraídos por nuestros intereses― todos los días sentimos esto ― y distraídos por tantas vanidades, corremos el riesgo de perder lo esencial. Por eso hoy el Señor repite «a todos: ¡vigilen!» (Mc 13, 37). Vigilen, estén atentos.

Pero, si debemos vigilar, quiere decir que es de noche. Sí, ahora no vivimos en el día, sino en la espera del día, entre oscuridad y esfuerzos. Llegará el día cuando estemos con el Señor. Llegará, no nos desanimemos: pasará la noche, aparecerá el Señor, nos juzgará Él, que murió en la cruz por nosotros. Vigilar es esperar esto, es no dejarse llevar por el desánimo, y esto se llama vivir en la esperanza. Como antes de nacer éramos esperados por quienes nos amaban, ahora somos esperados por el Amor en persona. Y si somos esperados en el Cielo, ¿por qué vivir de pretensiones terrenales? ¿Por qué afanarnos por un poco de dinero, de fama, de éxito, todas cosas que pasan? ¿Por qué perder el tiempo en lamentarse por la noche, mientras nos espera la luz del día? ¿Por qué buscar “padrinos” para obtener una promoción y ascender, promocionarnos para hacer carrera? Todo pasa. Vigilen, dice el Señor.

Estar despiertos no es fácil, al contrario, es algo muy difícil: de noche es natural dormir. No lo lograron los discípulos de Jesús, a quienes Él les había dicho que velaran “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, en la mañana” (cf. v. 35). Y precisamente a esas horas no estuvieron vigilantes: en la tarde, en la última cena, traicionaron a Jesús; por la noche se durmieron; al canto del gallo lo negaron; en la mañana dejaron que lo condenaran a muerte. No habían velado. Se quedaron dormidos. Pero también sobre nosotros puede caer el mismo letargo. Hay un sueño peligroso: el sueño de la mediocridad. Llega cuando olvidamos el primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila. Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto corroe la fe, porque la fe es lo contrario a la mediocridad: es deseo ardiente de Dios, es audacia continua para convertirse, es valor para amar, es ir siempre adelante. ¡La fe no es agua que apaga, es fuego que quema; no es un calmante para quien está estresado, es una historia de amor para quien está enamorado! Por eso Jesús detesta más que cualquier otra cosa la tibieza (cf. Ap 3, 16). Se ve el desprecio de Dios por los tibios.

Y entonces, ¿cómo podemos despertarnos del sueño de la mediocridad? Con la vigilancia de la oración. Orar es encender una luz en la noche. La oración despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva la mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso libera de la soledad y da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin orar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por quien duerme, de adoradores, de intercesores, que día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia. Hay necesidad de adoradores. Hemos perdido un poco el sentido de la adoración, de estar en silencio ante el Señor, adorando. Ésta es la mediocridad, la tibieza.

Hay también un segundo sueño interior: el sueño de la indiferencia. Quien es indiferente ve todo igual, como de noche, y no se interesa en quien está cerca. Cuando giramos sólo alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón. El corazón se vuelve oscuro. Se comienza rápido a quejarse de todo, luego nos sentimos víctimas de todos y al final hacemos complots de todo. Quejas, victimismo y complots. Es una cadena. Hoy esta noche parece que ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás.

¿Cómo despertarse de este sueño de indiferencia? Con la vigilancia de la caridad. Para llevar luz a aquel sueño de la mediocridad, de la tibieza, está la vigilancia de la oración. Para despertarnos de este sueño de la indiferencia está la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano: así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad. ¡Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir es algo para perdedores! En realidad, es la única cosa que vence, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor, cuando todo pasará y quedará sólo el amor. Es con las obras de misericordia que nos acercamos al Señor. Se lo pedimos hoy en la oración colecta: «Suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro, con las buenas obras, de Cristo que viene». La voluntad de ir al encuentro de Cristo con las buenas obras. Jesús viene y el camino para ir a su encuentro está señalado: son las obras de caridad.

Queridos hermanos y hermanas, orar y amar, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y probada, camina hacia el Señor. Invoquémoslo: Ven, Señor Jesús, te necesitamos. Acércate a nosotros. Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad, despiértanos de las tinieblas de la indiferencia. Ven, Señor Jesús, haz vigilantes nuestros corazones que ahora están distraídos: haznos sentir el deseo de orar y la necesidad de amar.

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