ESPERAMOS LA LLEGADA DEL SEÑOR, HACIENDO EL BIEN: ÁNGELUS DEL 08/11/2020

Asomado como cada domingo a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para la oración del Ángelus con los fieles en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre Francisco continuó este 8 de noviembre, a partir del Evangelio del día, la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con motivo de la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Recorrió la parábola de las diez vírgenes invitadas a una fiesta de bodas, “símbolo del Reino de los cielos”. El Obispo de Roma explicó que, con la parábola de las diez vírgenes, Jesús “quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él”, pero “no solo para el encuentro final, sino para los pequeños y grandes encuentros de cada día, en vistas de ese encuentro”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje del Evangelio de este domingo (Mt 25, 1-13) nos invita a prolongar la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con ocasión de la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Jesús narra la parábola de las diez vírgenes invitadas a una fiesta nupcial, símbolo del Reino de los cielos.

En tiempos de Jesús existía la costumbre de que las bodas se celebraran de noche; por lo tanto, el cortejo de los invitados debía caminar con lámparas encendidas. Algunas damas de honor son tontas: toman las lámparas, pero no llevan consigo el aceite; las sabias, en cambio, junto con las lámparas también llevan el aceite. El esposo tarda, tarda en llegar y todas se quedan dormidas. Cuando una voz advierte que el esposo está por llegar, las necias, en ese momento, se dan cuenta de que no tienen aceite para sus lámparas; se lo piden a las prudentes, pero éstas responden que no pueden darlo, porque no sería suficiente para todas. Mientras las necias van a comprar aceite, llega el esposo. Las muchachas prudentes entran con él en la sala del banquete y se cierra la puerta. Las otras llegan demasiado tarde y son rechazadas.

Está claro que con esta parábola, Jesús nos quiere decir que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y de las buenas obras. La fe que nos une verdaderamente a Jesús es la que, como dice el apóstol Pablo, «se hace activa por medio de la caridad» (Gal 5, 6). Y esto está representado por la actitud de las muchachas prudentes. Ser sabios y prudentes significa no esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato, empezar desde ahora. “Yo ... sí, luego me convertiré” — “¡Conviértete hoy! ¡Cambia de vida hoy!” — “Sí, sí: mañana”. Y lo mismo dice mañana, y así nunca llegará. ¡Hoy! Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor, debemos a partir de ahora cooperar con Él y realizar buenas acciones inspiradas en su amor.

Sabemos que ocurre, lamentablemente, que nos olvidamos de la meta de nuestra vida, es decir, la cita definitiva con Dios, perdiendo así el sentido de la espera y absolutizando el presente. Cuando uno absolutiza el presente, mira solamente el presente, pierde el sentido de la espera, que es tan hermoso, y tan necesario, y también nos saca de las contradicciones del momento. Esta actitud — cuando se pierde el sentido de la espera — excluye toda perspectiva del más allá: se hace todo como si nunca se debiera partir para la otra vida. Y entonces nos preocupa sólo poseer, destacar, establecerse... Y cada vez más. Si nos dejamos guiar por lo que nos parece más atractivo, por lo que me gusta, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril; no acumulamos ninguna reserva de aceite para nuestra lámpara, y se apagará antes del encuentro con el Señor. Debemos vivir el hoy, pero el hoy que va hacia el mañana, hacia ese encuentro, el hoy cargado de esperanza. Si, en cambio, somos vigilantes y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la llegada del esposo. El Señor podrá venir incluso mientras dormimos: esto no nos preocupará, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de cada día, acumulada con esa espera del Señor, que Él venga lo antes posible y que venga para llevarme con Él.

Invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a vivir, como hizo ella, una fe activa: esta es la lámpara luminosa con la que podemos atravesar la noche más allá de la muerte y llegar a la gran fiesta de la vida.

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