ESTAR VIGILANTES PARA PERMANECER EN EL CAMINO DE JESÚS: HOMILÍA DEL PAPA EN EL CONSISTORIO PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES (28/11/2020)

El Papa Francisco presidió el séptimo Consistorio de su pontificado, en la víspera del primer domingo de Adviento este 28 de noviembre, donde 13 nuevos Cardenales han sido creados. Dirigiéndose a todos los fieles, y principalmente a los Cardenales, el Papa centró su homilía en el tema del camino, y refiriéndose al texto del evangelista Marcos afirmó que el camino “es el lugar donde se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino”. El Santo Padre recordó que este relato evangélico ha estado presente con frecuencia en los consistorios y subrayó: “No es sólo un ‘trasfondo’, sino la ‘hoja de ruta’ para nosotros que estamos hoy en camino con Jesús, que va delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio”. Compartimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Jesús y los discípulos estaban en camino, iban de camino. El camino es el ambiente donde se desarrolla la escena que describe el evangelista Marcos (cf. 10, 32-45). Y es el lugar donde siempre se desarrolla el camino de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La Cruz y la Resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro hoy, pero también son siempre la meta de nuestro camino.

Esta Palabra evangélica ha acompañado con frecuencia los consistorios para la creación de nuevos Cardenales. No es sólo un “trasfondo”, es una “hoja de ruta” para nosotros que, hoy, estamos en camino con Jesús, que va en el camino delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio.

Por tanto, queridos hermanos, hoy nos toca a nosotros medirnos con esta Palabra.

Marcos resalta que, en el camino, los discípulos «estaban asombrados […] estaban atemorizados» (v. 32). Pero ¿por qué? Porque sabían lo que les esperaba en Jerusalén; lo intuían, es más, lo sabían, porque Jesús ya les había hablado muchas veces abiertamente. El Señor conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y esto no lo deja indiferente. Jesús no abandona jamás a sus amigos; no los olvida nunca. Aun cuando parece que va derecho por su camino, Él siempre lo hace por nosotros. Y todo lo que hace, lo hace por nosotros, por nuestra salvación. Y, en el caso específico de los Doce, lo hace para prepararlos a la prueba, para que puedan estar con Él, ahora, y sobre todo después, cuando Él no esté más en medio de ellos. Para que estén siempre con Él en su camino.

Sabiendo que el corazón de los discípulos estaba turbado, Jesús llama aparte a los Doce y, «de nuevo», les dice «lo que le estaba por suceder» (v. 32). Lo hemos escuchado: es el tercer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Este es el camino del Hijo de Dios. El camino del Siervo del Señor. Jesús se identifica con este camino, hasta el punto de que Él mismo es este camino. «Yo soy el camino» (Jn 14, 6). Este camino, y no otro.

Y en este momento sucedió un “golpe de efecto”, que cambia la situación y permitirá a Jesús revelar a Santiago y a Juan —pero en realidad a todos los Apóstoles y a todos nosotros— el destino que les espera. Imaginemos la escena: Jesús, después de haberles explicado nuevamente lo que debe sucederle en Jerusalén, mira bien a la cara a los Doce, fija en ellos sus ojos, como diciendo: “¿Está claro?”. Después retoma el camino, a la cabeza del grupo. Y del grupo se separan dos, Santiago y Juan. Se acercan a Jesús y le expresan su deseo: «Concédenos sentarnos, en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (v. 37). Y este es otro camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien, quizás sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice San Pablo— busca sus propios intereses, no los de Cristo (cf. Flp 2, 21). Sobre esto San Agustín tiene aquel estupendo Discurso sobre los pastores (n. 46), que siempre nos hace bien releer en el Oficio de Lecturas.

Jesús, después de haber escuchado a Santiago y Juan, no se altera, no se enoja. Su paciencia es verdaderamente infinita. También con nosotros, tuvo, tiene paciencia, y la tendrá. Y responde: «No saben lo que piden» (v. 38). Los disculpa, en cierto sentido, pero al mismo tiempo los acusa: “Ustedes no se dan cuenta de que se salieron del camino”. En efecto, inmediatamente después serán los otros diez apóstoles quienes demostrarán, con su reacción de indignación hacia los hijos de Zebedeo, qué tanto todos fueron tentados a salirse del camino.

Queridos hermanos, todos nosotros queremos a Jesús, todos queremos seguirlo, pero debemos estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos, y llevarnos fuera del camino. Pensemos en tantos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente. Y tú ya no serás el pastor cercano al pueblo, sentirás que eres sólo “la eminencia”. Cuando sientas esto, estarás fuera del camino.

En este relato evangélico, lo que siempre impacta es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el contraste permanece: Él en el camino, ellos fuera del camino. Dos recorridos inconciliables. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su Cruz y su Resurrección. Por ellos, y por todos, Él sube a Jerusalén. Por ellos, y por todos, entregará su cuerpo y derramará su sangre. Por ellos, y por todos, resurgirá de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonará y los transformará. Los pondrá finalmente en su camino.

San Marcos —como también Mateo y Lucas— insertó este relato en su Evangelio porque es una Palabra que salva, una Palabra necesaria para la Iglesia de todos los tiempos. Aún cuando los Doce hacen un mal papel, este texto entró en el Canon porque muestra la verdad sobre Jesús y sobre nosotros. Es una Palabra beneficiosa también para nosotros hoy. También nosotros, Papa y Cardenales, debemos reflejarnos siempre en esta Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios.

Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia.

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