CATEQUESIS DEL PAPA: PERSEVERAR EN LA ORACIÓN A PESAR DEL CANSANCIO (11/11/2020)

El Papa Francisco introdujo la catequesis de este 11 de noviembre, afirmando que el fundamento de la misión de Jesús fue el continuo diálogo con el Padre, el silencio y el recogimiento. Respondiendo a la pregunta que alguien le hizo sobre por qué habla mucho de la oración, el Obispo de Roma afirmó: “La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es para atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que siempre nos guía hacia adelante. Por eso hablo mucho sobre la oración”. El Papa finalizó insistiendo en que “por eso el cristiano que ora no teme a nada, se encomienda al Espíritu Santo, que nos fue dado como un regalo y que ora en nosotros, despertando la oración. Que el mismo Espíritu Santo, Maestro de la oración, nos enseñe el camino de la oración”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos con las catequesis sobre la oración. Alguien me ha dicho: “Usted habla demasiado sobre la oración. No es necesario”. Sí, es necesario. Porque si nosotros no oramos, no tendremos la fuerza para avanzar en la vida. La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que nos lleva siempre adelante. Por esto, yo hablo tanto de la oración.

Jesús ha dado ejemplo de una oración continua, practicada con perseverancia. El diálogo constante con el Padre, en el silencio y en el recogimiento, es el fundamento de toda su misión. Los Evangelios nos reportan también sus exhortaciones a los discípulos, para que oren con insistencia, sin cansarse. El Catecismo recuerda las tres parábolas contenidas en el Evangelio de Lucas que subrayan esta característica de la oración (cf. CCE, 2613) de Jesús.

La oración debe ser sobre todo tenaz: como el personaje de la parábola que, teniendo que acoger un huésped que llega de improviso, en plena noche va a tocar la puerta de un amigo y le pide pan. El amigo responde “¡no!”, porque ya está en la cama, pero él insiste e insiste hasta que le obliga a alzarse y a darle el pan (cf. Lc 11,5-8). Una petición tenaz. Pero Dios es más paciente que nosotros, y quien llama con fe y perseverancia a la puerta de su corazón no queda decepcionado. Dios siempre responde. Siempre. Nuestro Padre sabe bien qué necesitamos; la insistencia no sirve para informarlo o convencerlo, sino para alimentar en nosotros el deseo y la espera.

La segunda parábola es la de la viuda que se dirige al juez para que la ayude a obtener justicia. Este juez es corrupto, es un hombre sin escrúpulos, pero al final, exasperado por la insistencia de la viuda, se decide a complacerla (cf. Lc 18,1-8). Y piensa: “Bueno, es mejor que le resuelva el problema y me la quito de encima, a que venga continuamente a quejarse delante de mí”. Esta parábola nos hace entender que la fe no es el impulso de un momento, sino una disposición valiente a invocar a Dios, incluso a “discutir” con Él, sin resignarse ante al mal y la injusticia.

La tercera parábola presenta un fariseo y un publicano que van al Templo a orar. El primero se dirige a Dios envaneciéndose de sus méritos; el otro se siente indigno incluso sólo de entrar en el santuario. Dios, sin embargo, no escucha la oración del primero, es decir, de los soberbios, mientras escucha la de los humildes (cf. Lc 18, 9-14). No hay verdadera oración sin espíritu de humildad. Es precisamente la humildad la que nos lleva a pedir en la oración.

La enseñanza del Evangelio es clara: se debe orar siempre, también cuando todo parece vano, cuando Dios nos parece sordo y mudo y nos parece que perdemos el tiempo. Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de orar. Su oración va a la par con la fe. Y la fe, en muchos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros, en nuestra vida y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la oración significa también aceptar este cansancio. “Padre, yo voy a orar y no siento nada… me siento así, con el corazón seco, con el corazón árido”. Pero debemos ir adelante, con este cansancio de los momentos malos, de los momentos en que no sentimos nada. Muchos santos y santas han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios — cuando nosotros llamamos y Dios no responde — y estos santos han sido perseverantes.

En estas noches de la fe, quien ora nunca está solo. Jesús de hecho no es solo testigo y maestro de oración, es más. Él nos acoge en su oración, para que nosotros podamos orar en Él y a través de Él. Y esto es obra del Espíritu Santo. Es por esta razón que el Evangelio nos invita a orar al Padre en el nombre de Jesús. San Juan reporta estas palabras del Señor: «Cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (14, 13). Y el Catecismo explica que «la certeza de ser escuchados en nuestras súplicas está fundada en la oración de Jesús» (n. 2614). Ésta da las alas que la oración del hombre siempre ha deseado poseer.

Cómo no recordar aquí las palabras del salmo 91, cargadas de confianza, surgidas de un corazón que espera todo de Dios: «Te cubrirá con su plumaje, bajo sus alas hallarás refugio; su fidelidad será tu escudo y coraza. No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que vaga en las tinieblas, ni el exterminio que devasta a mediodía» (vv. 4-6). Es en Cristo que se cumple esta maravillosa oración, es en Él que encuentra su plena verdad. Sin Jesús, nuestras oraciones correrían el riesgo de reducirse a los esfuerzos humanos, destinados la mayor parte de las veces al fracaso. Pero Él ha tomado sobre sí cada grito, cada gemido, cada júbilo, cada súplica… cada oración humana. Y no olvidemos el Espíritu Santo que ora en nosotros; es Aquel que nos lleva a orar, nos lleva a Jesús. Es el don que el Padre y el Hijo nos han dado para proceder al encuentro de Dios. Y el Espíritu Santo, cuando nosotros oramos, es el Espíritu Santo quien ora en nuestros corazones.

Cristo es todo para nosotros, también en nuestra vida de oración. Lo decía San Agustín con una expresión iluminadora, que encontramos también en el Catecismo: Jesús «ora por nosotros como nuestro sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza; le oramos como nuestro Dios. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestra voz; y en nosotros la suya» (n. 2616). Es por esto que el cristiano que ora no teme nada, se encomienda al Espíritu Santo, que se nos ha dado como don y que ora en nosotros, suscitando la oración. Que sea el mismo Espíritu Santo, Maestro de oración, quien nos enseñe el camino de la oración.

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