CATEQUESIS DEL PAPA: ABANDONARSE EN LAS MANOS DEL PADRE (04/11/2020)

Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria. El Papa durante la Audiencia General de este 4 de noviembre, que volvió a realizarse en la Biblioteca Vaticana en vista de los rebrotes de COVID en Italia, reflexionó sobre la oración de Jesús, una “realidad misteriosa, de la que sólo intuimos algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del COVID. Esto nos enseña también que debemos estar muy atentos a las prescripciones de las autoridades, ya sean las autoridades políticas o las autoridades sanitarias, para defendernos de esta pandemia. Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros, por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, en los enfermeros, las enfermeras, los voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en este momento: ellos arriesgan la vida pero lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Oramos por ellos.

Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a orar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Ellos dan testimonio sin embargo claramente que, incluso en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.

En la vida de Jesús hay, entonces, un secreto, escondido a los ojos humanos, que representa el sostén de todo. La oración de Jesús es una realidad misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias — antes del amanecer o en la noche — Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros días de su ministerio público.

Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un “hospital de campaña”: después de ponerse el sol llevan a Jesús a todos los enfermos, y Él los sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un lugar solitario y ora. Simón y los otros le buscan y cuando le encuentran le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Debo ir a predicar a los otros pueblos; para eso he venido” (cf. Mc 1, 35-38). Jesús siempre está un poco más allá, más allá en la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para ir a predicar, otros pueblos.

La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Dictan las etapas de su misión no los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. Traza el camino de Jesús la vía menos cómoda, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.

El Catecismo afirma: «Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar» (n. 2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la oración cristiana.

Ante todo, ésta posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al amanecer, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús en cambio educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha. La oración es ante todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamados de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está enfrente. Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida sería de otro modo una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de ensanchar el corazón.

En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: toquen la puerta, toquen, toquen. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa para otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio, y es asumida dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, nos hace fuertes en los períodos de tribulación, da la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.

Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien ora no se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden brotar muchas voces que escondemos en lo íntimo: los deseos más reprimidos, las verdades que nos obstinamos en sofocar, etc. Y, sobre todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar la propia vida interior, donde las acciones reencuentran un sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos – ¡qué mal nos hace la ansiedad! Por esto debemos ir a la oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.

Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y a Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a reencontrar la justa dimensión, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es hermoso cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad”.

Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, a Jesucristo como maestro de oración, y entremos en su escuela. Les aseguro que encontraremos la alegría y la paz.

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