LA IGLESIA PIDE SACERDOTES QUE COLABOREN JUNTOS, SIRVIENDO: MENSAJE DEL PAPA A PRÓXIMOS PRESBÍTEROS DE LA DIÓCESIS DE ROMA (24/02/2024)

El Papa Francisco no pudo recibir la mañana de este 24 de febrero, a 14 diáconos que serán ordenados sacerdotes de la Diócesis de Roma. En el discurso que tenía preparado, y que se publicó para darlo a conocer esta mañana, el Pontífice recordó tres elementos esenciales en el ministerio: ser fieles cooperadores, después estar al servicio del pueblo de Dios y, por último, estar bajo la guía del Espíritu Santo. Compartimos a continuación el texto completo de su discurso publicado hoy, traducido del italiano:

Queridos hermanos:

Gracias por estar aquí. Saludo a Mons. di Tolve y le doy la bienvenida a cada uno de ustedes, contento por encontrarlos en este tiempo que precede a su ordenación presbiteral.

Imagino que, pensando en ese día, ya estarán “estudiando” el rito de ordenación. Pues bien, la primera pregunta que se les hará acerca de los compromisos que profesarán asumir, dice: «¿quieren ejercer por toda la vida el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, como fieles cooperadores del orden de los Obispos en el servicio al pueblo de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo?». En estas palabras me parece observar tres elementos esenciales en el ministerio: ante todo ser fieles cooperadores, después ponerse al servicio del pueblo de Dios; finalmente estar bajo la guía del Espíritu Santo. Me detengo brevemente en estos tres puntos.

Fieles cooperadores. Uno puede tener la idea de que, una vez que se ha convertido en sacerdote, pastor en el pueblo de Dios, esencialmente ha llegado la hora de tomar en mano la situación, realizando en primera persona lo que había deseado por años, organizando finalmente las situaciones con su propio estilo y según sus propias ideas, las que consideran más importantes con base en su historia personal y su camino. Sin embargo, la Santa Madre Iglesia en primer lugar no pide ser líderes, sino cooperadores, es decir, respetando el sentido de la palabra, aquellos que “operan con”. Este “con” es esencial, porque la Iglesia, como nos recuerda el Concilio, es ante todo un misterio de comunión. Y el presbítero es testigo de esta comunión, que implica fraternidad, fidelidad y docilidad. Miembros de un coro, en resumen, no solistas; hermanos en el presbiterado y sacerdotes para todos, no para el propio grupo; ministros siempre en perenne formación, sin pensar nunca en ser autónomos y autosuficientes. Qué importante es hoy continuar la formación, y no solos, sino siempre en contacto con quienes, llamados a acompañarnos, han recorrido más camino en el ministerio; y hacerlo con apertura de corazón, para no ceder a la tentación de manejar la vida por cuenta propia, convirtiéndose así en presas fáciles de las tentaciones más diversas.

Segundo aspecto: al servicio del pueblo de Dios. Me da gusto encontrarlos ahora, mientras un diáconos, porque no nos convertimos en pastores si antes no somos diáconos. El diaconado no se desvanece con el presbiterado; al contrario, es la base sobre la cual se funda. Serán sacerdotes para servir, conformados a Jesús que «no he venido para ser servido, sino para servir y dar su propia vida» (cf. Mc 10, 45). Diría entonces que hay que proteger un fundamento interior del sacerdocio, que podríamos llamar “conciencia diaconal”: así como la conciencia está en la base de las decisiones, así el espíritu de servicio está en la base de ser sacerdotes. De manera que cada mañana es bueno orar pidiendo saber servir: “Señor, hoy ayúdame a servir”; y cada noche, agradeciendo y haciendo el examen de conciencia, decir: “Señor, perdóname cuando pensé más en mí que en ponerme al servicio de los demás”. Pero servir, queridos amigos, es un verbo que rechaza toda abstracción: servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar listos a las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, de los imprevistos, de los cambios de programa, de las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “corrección” de lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda cotidiana; no es un trabajo preparado en el escritorio, sino “una aventura eucarística”. Es repetir con la vida, en primera persona: «Este es mi cuerpo, entregado por ustedes». Es una actitud constante, hecho de acogida, compasión, ternura, un estilo que habla con los hechos más que con las palabras, expresando el lenguaje de la cercanía. Es no desear el bien a las personas con segundas intenciones, aun cuando sean las mejores, sino reconociendo en ellas los dones únicos y maravillosos que el señor nos ha dado para servirles, con alegría, con humildad. Es la alegría de acompañar los pasos llevando de la mano, con paciencia y discernimiento. Y es bajo esta luz que, con la gracia de Dios, se supera el peligro De guardar dentro de sí un poco de amargura e insatisfacción por las cosas que no funcionan como quisiéramos, cuando la gente no responde a nuestras esperanzas y no se adecua a nuestras expectativas.

Y ahora llegamos al último aspecto: bajo la guía del Espíritu Santo. Al Espíritu, que descenderá sobre ustedes, es importante darle siempre la primacía. Si esto ocurre, su vida, como ocurrió a los Apóstoles, estará orientada al Señor y por el Señor, y ustedes serán realmente “hombres de Dios”. De otro modo, cuando se cuenta en las propias fuerzas, se corre el riesgo de encontrarse con un puñado de moscas en la mano. La vida bajo la guía del Espíritu: quiere decir pasar de la función de la ordenación a una “función cotidiana”. Y Jesús infunde en nosotros la unción del Espíritu cuando estamos en su presencia, cuando lo adoramos, cuando somos íntimos con su Palabra. Estar con Él, permanecer con Él (cf. Jn 15), entonces, nos permite también interceder ante Él por el Santo Pueblo de Dios, por la humanidad, por las personas que encontramos cada día. Así, un corazón que toma su propia alegría del Señor y fecunda con oración las relaciones, no pierde de vista la belleza inacabable de la vida sacerdotal.

Esto les deseo, queridos hermanos, agradeciéndoles por su “sí” a Dios y pidiéndoles, por favor, que oren cada día por mí.

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