DERRIBAR LOS MUROS DE LA EXCLUSIÓN: PALABRAS DEL PAPA A LA CONFEDERACIÓN “CONFARTIGIANATO” (10/02/2024)

El Papa Francisco recibió este 10 de febrero, en el Aula Pablo VI, a empresarios y representantes de la Confederación italiana “Confartigianato”, fundada tras la Segunda Guerra Mundial, en 1946, y que ha contribuido al renacimiento económico de Italia. En su discurso, agradeció por la inclusión de quienes tienen graves discapacidades, son discapacitados, se mantienen al margen y los animó a ser “artesanos de una nueva humanidad y de la paz” en un momento en que “las guerras cobran víctimas y no se escucha a los pobres”. Compartimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Me alegra recibirlos en tan gran número, empresarios y representantes de la Confederación, venidos de todas partes de Italia. Saludo al presidente y a todos ustedes que forman parte de Confartigianato.

Nacida en 1946 de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, su Asociación ha contribuido al Renacimiento y desarrollo de la economía nacional. En estas décadas el artesanado ha sufrido notables transformaciones, pasando de los pequeños talleres a negocios que producen bienes y servicios también a gran escala. El uso de las tecnologías ha hecho crecer las posibilidades del sector, pero es importante que no acaben por sustituir la fantasía del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. ¡Las máquinas replican, incluso con una rapidez excepcional, mientras que las personas inventan!

Sus actividades valoran el ingenio y la creatividad humana. En particular, quisiera subrayar cómo su trabajo está conectado con tres miembros del cuerpo: las manos, los ojos y los pies.

Las manos. El trabajo manual hace partícipe al artesano de la obra creadora de Dios. Hacer no equivale a producir. Pone en juegos la capacidad creativa que sabe mantener juntas la habilidad de las manos, la pasión del corazón y las ideas de la mente. Sus manos saben realizar muchísimas cosas que los hacen colaboradores de Dios. Dice el Señor: «Como la arcilla en las manos del alfarero, así son ustedes en mis manos» (Jer 18, 6). Bendigan y agradezcan al Señor por el don de las manos y por el trabajo que les permite expresar. Sabemos que no todos tienen esta fortuna: hay quienes están con los brazos cruzados, hay quien se encuentra sin trabajo y quien está en busca de trabajo. Todas situaciones humanas que necesitan ser sanadas. A veces ocurre también que sus negocios están en búsqueda de personal calificado y no lo encuentran, no se desanimen al ofrecer puestos de trabajo y no tengan temor en incluir a las categorías más frágiles, o sea a los jóvenes, las mujeres y los migrantes. Les agradezco por la contribución que aportan para derribar los muros de la exclusión hacia quienes tienen graves discapacidades o son inválidos quizá precisamente a causa de un accidente en el trabajo, hasta quienes son mantenidos a los márgenes y son explotados. Toda persona debe ser reconocida en su dignidad de trabajadora y trabajador. Nunca cortemos las alas a los sueños de quien intenta mejorar el mundo a través del trabajo y servirse de sus manos para expresarse a sí mismo.

Los ojos. Las manos, ahora los ojos. El artesano tiene una mirada original acerca de la realidad. Tiene la capacidad de reconocer en la materia inerte una obra de arte aún antes de realizarla. Lo que para todos es un bloque de mármol, para el artesano es un elemento de mobiliario; lo que para todos es un pedazo de madera, para un artesano es un violín, una silla, un marco. El artesano llega antes que todos a intuir el destino de belleza que puede tener la materia. Y esto lo acerca al Creador. En el Evangelio de Marcos, Jesús es definido como «el carpintero» (6, 3): el hijo de Dios fue artesano, aprendió el oficio de San José en el taller de Nazaret. Vivió por varios años entre cepillos, cinceles e instrumentos de carpintería. Aprendió el valor de las cosas y del trabajo. El consumismo ha difundido una fea mentalidad: la mentalidad del “usa y tira”. Pero la creación no es una suma de cosas, es don, «un misterio gozoso que contemplamos en la alegría y la alabanza» (Enc. Laudato si’, 12). Y ustedes, artesanos, nos ayudan a tener ojos distintos acerca de la realidad, a reconocer el valor y la belleza de la materia que Dios ha puesto en nuestras manos.

Los pies. Las manos, los ojos... y ahora los pies. Los productos que salen de sus actividades caminan por todo el mundo y lo embellecen, respondiendo a las necesidades de la gente. El artesanado es un camino para trabajar, para desarrollar la fantasía, para mejorar los ambientes, las condiciones de vida, las relaciones. Por eso me gusta pensar en ustedes también como artesanos de fraternidad. La parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 29-37) nos recuerda este artesanado de las relaciones, de compartir juntos. El samaritano se hace prójimo, se inclina y levanta al hombre herido volviendo a ponerlo de pie y ungiéndolo de dignidad a través de los gestos del cuidado. Así «la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede reconstruir una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se edifique una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan de nuevo y rehabilitan al hombre caído, para que el bien sea común» (Enc. Fratelli tutti, 67). Nuestros pies nos permiten encontrar a muchas personas caídas a lo largo del camino: a través del trabajo podemos permitirles caminar con nosotros. Podemos convertirnos en compañeros de camino, en medio de la cultura de la indiferencia. Cada vez que damos un paso para acercarnos al hermano, nos volvemos artesanos de una nueva humanidad.

Los animo a ser artesanos de paz en un tiempo en el que las guerras cobran víctimas y los pobres no encuentran escucha. Que sus manos, sus ojos, sus pies sean signo de una humanidad creativa y generoso. Y que su corazón esté siempre apasionado por la belleza. Gracias por el bien que realizan. Los encomiendo a la protección de San José, que los cuide a ustedes, a sus familias y a su trabajo. Los bendigo de corazón. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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