LA ALABANZA QUE DIOS APRECIA ES EL AMOR FRATERNO: HOMILÍA DEL PAPA EN EL “TE DEUM” DE ACCIÓN DE GRACIAS POR EL FIN DE AÑO (31/12/2020)

Giovanni Batista Re, decano del Colegio de Cardenales, dio lectura este 31 de diciembre a la homilía que el Papa Francisco había preparado para esta ocasión. Un fuerte dolor y la constatación de no poder estar en el altar para concluir el año 2020 con el rezo del Te Deum y abrir el 2021 con la Misa en la Solemnidad de la Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz, impidieron al Santo Padre, presidir la celebración. Compartimos a continuación, el texto completo de la homilía del Santo Padre, que fue leído por el Card. Re, traducido del italiano:

Muy queridos hermanos y hermanas:

Esta celebración vespertina tiene siempre un doble aspecto: con la liturgia entramos en la fiesta solemne de María Santísima Madre de Dios; y al mismo tiempo concluimos el año solar con el gran himno de alabanza.

Sobre el primer aspecto se hablará en la homilía de mañana por la mañana. Esta tarde demos espacio al agradecimiento por el año que llega a término.

«Te Deum laudamus», «Te alabamos, Dios, te proclamamos Señor…». Podría parecer forzado agradecer a Dios al término de un año como este, marcado por la pandemia. El pensamiento se dirige a las familias que han perdido a uno o más miembros; pensemos en aquellos que han estado enfermos, en cuantos han sufrido la soledad, en quien ha perdido el trabajo…

A veces alguno pregunta: ¿cuál es el sentido de un drama como este? No debemos tener prisa de dar respuesta a tal interrogante. A nuestros “por qué” más angustiantes Dios no responde haciendo recurso a “razones superiores”. La respuesta de Dios recorre el camino de la encarnación, como cantará dentro de poco la Antífona al Magnificat: «Por el gran amor con que nos ha amado, Dios envió a su hijo en una carne de pecado».

Un Dios que sacrificara a los seres humanos por un gran designio, aunque fuera el mejor posible, no es en verdad el Dios que nos ha revelado Jesucristo. Dios es padre, «eterno Padre», y si su Hijo se hizo hombre, es por la inmensa compasión del corazón del Padre. Dios es Padre y es pastor, y ¿qué pastor daría por perdida incluso a una sola oveja, pensando que mientras tanto le quedan muchas? No, este dios cínico y despiadado no existe. Ne es este el Dios que nosotros «alabamos» y «proclamamos Señor».

El buen samaritano, cuando encontró a aquel pobre hombre medio muerto al borde del camino, no le dio un discurso para explicarle el sentido de cuanto le había sucedido, quizá para convencerlo que en el fondo era para él, un bien. El samaritano, movido por la compasión, se inclinó sobre aquel extranjero tratándolo como un hermano y lo cuidó haciendo todo cuanto estaba en sus posibilidades (cf. Lc 10, 25-37).

Aquí, sí, quizá podríamos encontrar un “sentido” de este drama que es la pandemia, como de otros flagelos que afectan a la humanidad: el de suscitar en nosotros la compasión y provocar actitudes y gestos de cercanía, de cuidado, de solidaridad, de afecto.

Es lo que ha sucedido y sucede también en Roma, en estos meses; y sobre todo por esto, esta tarde, damos gracias a Dios. Damos gracias a Dios por las cosas buenas sucedidas en nuestra ciudad durante el “lockdown” y, en general, en el tiempo de la pandemia, que desafortunadamente no ha terminado aún. Son muchas las personas que, sin hacer ruido, han buscado actuar de manera que el peso de la prueba resultara soportable. Con su compromiso cotidiano, animado por el amor al prójimo, han hecho realidad esas palabras del himno Te Deum: «Cada día te bendecimos, alabamos tu nombre por siempre». Porque la bendición y la alabanza que Dios más agradece es el amor fraterno.

Los trabajadores de la salud – médico, enfermeras, enfermeros, voluntarios – se encuentran en primera línea, y por esto están de manera particular en nuestras oraciones y merecen nuestro reconocimiento; como también tantos sacerdotes, religiosas y religiosos, que se han prodigado con generosidad y dedicación. Pero esta tarde nuestro gracias se extiende a todos aquellos que se esfuerzan cada día por sacar delante de la mejor manera a la propia familia y a aquellos que se comprometen en el propio servicio al bien común. Pensemos en los dirigentes de escuelas y los maestros, que recuperan un papel esencial en la vida social y que deben enfrentar una situación muy compleja. Pensemos también con gratitud en los administradores públicos que saben valorar todos los buenos recursos presentes en la ciudad y el territorio, que se separan de intereses privados y de los de su partido. ¿Por qué? Porque buscan en verdad el bien de todos, el bien común, el bien a partir de los que tienen menos ventajas.

Todo esto no puede ocurrir sin la gracia, sin la misericordia de Dios. Nosotros – lo sabemos bien por experiencia – en los momentos difíciles somos orillados a defendernos – es natural –, somos llevados a protegernos y a nuestros seres queridos, a cuidar nuestros intereses… ¿Cómo es posible entonces que muchas personas, sin otra recompensa que la de hacer el bien, encuentren la fuerza para preocuparse por los demás? ¿Qué los impulsa a renunciar a algo suyo, la propia comodidad, el propio tiempo, los propios bienes, para darlos a los demás? Muy en el fondo, aunque ellos mismos no lo piensen, los impulsa la fuerza de Dios, que es más poderoso que nuestros egoísmos. Por esto, esta tarde le alabamos a Él, porque creemos y sabemos que todo el bien que día a día se realiza sobre la tierra viene, al final, de Él, viene de Dios. Y mirando al futuro que nos espera, nuevamente imploramos: «Que siempre esté con nosotros tu misericordia, esperamos en ti». En ti está nuestra confianza y nuestra esperanza.

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