CADA PERSONA ES MI HERMANO: MENSAJE NAVIDEÑO DEL PAPA, PREVIO A LA BENDICIÓN “URBI ET ORBI” (25/12/2020)

Este 25 de diciembre son varios los deseos de Navidad del Papa Francisco, expresados en su mensaje navideño, que se transmitió, junto con la Bendición “Urbi et Orbi”, desde el Aula de las Bendiciones en el Vaticano. Su primer deseo: vacunas de protección ante el coronavirus para todos. También fraternidad humana y paz para Oriente Medio, cese al fuego para el Cáucaso, alto a los conflictos armados en África y esperanza para América y Asia. Ante tanto sufrimiento, dijo el Papa, el Niño Jesús nace para todos: abramos nuestro corazón para acogerle. Reproducimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Navidad!

Quiero hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 5).

Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre fuente de esperanza, es vida que florece, es promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.

Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie conoce al Padre, sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser realmente hermanos: de todos los continentes, de cualquier lengua y cultura, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.

En este momento histórico, marcado por la crisis ecológica y por graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos... No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de com-padecer su sufrimiento, de acercarse y cuidarlo aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también en las relaciones entre los pueblos y las naciones: ¡hermanos todos!

En Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y Él viene para todos: no sólo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad e incertidumbre por la pandemia, aparecen distintas luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas. Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo antes que los demás, poniendo las leyes del mercado y de las patentes por encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad. Pido a todos: a los responsables de los estados, a las empresas, a los organismos internacionales, que promuevan la cooperación y no la competencia, y que busquen una solución para todos: vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. ¡En primer lugar, los más vulnerables y necesitados!

Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y cuantos en este tiempo se encuentran sin trabajo o están en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica.

Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada uno veo reflejado el rostro de Dios y en cuantos sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado: ¡todos hermanos y hermanas!

En el día en que el Verbo de Dios se hace niño, volvamos la mirada a tantos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de los hombres de buena voluntad, para que se afronten las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz.

Que este sea el tiempo propicio para atemperar las tensiones en todo el Medio Oriente y en el Mediterráneo oriental.

Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la reconciliación, en particular a los yazidíes, duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que lleve paz a Libia y permita que la nueva fase de negociaciones en curso finalice con toda forma de hostilidad en el país.

Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza recíproca para buscar una paz justa y duradera a través de un diálogo directo, capaz de vencer la violencia y superar resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.

Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo libanés, para que, en las dificultades que está afrontando, con el apoyo de la comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los responsables del país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano pueda recorrer un camino de reformas y continúe con su vocación de libertad y de convivencia pacífica.

Que el Hijo del Altísimo sostenga el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados a mantener el cese al fuego en Nagorno- Karabakh, como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.

Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han emprendido.

Que el Verbo eterno del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los muchos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.

Que el Rey de los Cielos proteja a las poblaciones azotadas por los desastres naturales en el sudeste asiático, de manera particular en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas humanas, daños al medio ambiente y consecuencias para las economías locales.

Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve esperanza a sus sufrimientos.

Queridos hermanos y hermanas:

«Un niño nos ha nacido» (Is 9, 5). ¡Ha venido a salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la última palabra. Resignarse a la violencia y a las injusticias significaría rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.

En este día de fiesta dirijo un pensamiento particular a cuantos no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a quien sufre y acompañando a quien está solo.

Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y de San José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que hoy no pueden reunirse, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa. Que para todos la Navidad sea la oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; lugar de amor acogedor, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.

¡Feliz Navidad a todos!

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