CATEQUESIS DEL PAPA: PIDAMOS LA GRACIA DEL ESTUPOR CONTEMPLANDO EL PESEBRE (23/12/2020)

Como cada miércoles, la mañana de este 23 de diciembre el Sumo Pontífice celebró la Audiencia General y pronunció una catequesis propia para este tiempo en el que nos encontramos, ofreciendo algunos puntos para prepararse a la celebración de la Navidad. El primer punto de reflexión ha sido el consumismo que ha secuestrado la Navidad: “Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana”. El Papa Francisco, insistió en que el cristiano “sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras” de hecho – dice – incluso quien no cree “percibe la fascinación de esta festividad”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta catequesis, ante la inminencia de la Navidad, quisiera ofrecer algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad. En la Liturgia de la Noche resonará el anuncio del ángel a los pastores: «No teman, he aquí que les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo Señor. Esta es para ustedes la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2, 10-12).

Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo,  «porque —dice una vez más San Lucas— no había lugar para ellos en el alojamiento» (2, 7). La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, y también quien no cree percibe la fascinación de este evento. El cristiano, sin embargo, sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras. Es importante que ésta no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista. El domingo pasado llamé la atención sobre este problema, subrayando que el consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No: la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana, y también pobre de humanidad. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe, que es este: «El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como Hijo unigénito que viene del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Y esto es el núcleo de la Navidad, es más: es la verdad de la Navidad; no hay otra.

La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre el carácter dramático de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida. Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero miren de este lado, del otro, por allá: busquen el mérito y no encontrarán otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia. Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e inerme, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros. El Concilio Vaticano II, en un célebre pasaje de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, nos dice que este evento concierne a cada uno de nosotros: «Con la Encarnación El Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». «Trabajó con manos de hombre, pensó con mente de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Naciendo de María Virgen, se hizo verdaderamente uno de nosotros semejante en todo a nosotros excepto en el pecado» (Const. past. Gaudium et spes, 22). Pero Jesús nació hace dos mil años, ¿y me concierne a mí? — Sí, te concierne a ti y a mí, a cada uno de nosotros. Jesús es uno de nosotros: Dios, en Jesús, es uno de nosotros.

Esta realidad nos da tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido de un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos. Esto es esencial para comprender la fe cristiana. San Agustín, repensando su camino de conversión, en sus Confesiones escribe: «Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad» (Confesiones VII, 8). ¿Y cuál es la debilidad de Jesús? ¡La “debilidad” de Jesús es una “enseñanza”! Porque nos revela el amor de Dios. La Navidad es la fiesta del Amor encarnado, del amor nacido por nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la luz de los hombres que resplandece en las tinieblas, que da sentido a la existencia humana y a la historia entera.

Queridos hermanos y hermanas, que estas breves reflexiones nos ayuden a celebrar la Navidad con mayor conciencia. Pero hay otro modo de prepararse, que quiero recordarles a ustedes y a mí, y que está al alcance de todos: meditar un poco en silencio ante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esa realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. A ejemplo de San Francisco de Asís, podemos convertirnos un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: ante este misterio, ante esta realidad tan tierna, tan bella, tan cercana a nuestros corazones, que el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros. Esto hará renacer en nosotros la ternura. El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de la inteligencia artificial y de los robots… hay robots programados para todos y para todo, y esto avanza. Y yo les dije: “¿Pero qué es eso que los robots nunca podrán hacer?”. Ellos pensaron, hicieron propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios. ¡Y hoy necesitamos tanto la ternura, tenemos mucha necesidad de caricias humanas, frente a tantas miserias! Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos este camino. ¡Feliz Navidad!

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