TENEMOS QUE APRENDER A ACOGER Y DEJARNOS ACOGER: ÁNGELUS DEL 20/07/2025

Desde Castel Gandolfo, este 20 de julio al mediodía, el Papa León XIV centró su alocución previa a la oración del Ángelus en el valor de la hospitalidad, a partir de las lecturas del día: el pasaje del Libro del Génesis en el que Abraham y Sara reciben a tres misteriosos visitantes (Gen 18, 1-10), y el Evangelio según San Lucas que narra la visita de Jesús a las hermanas Martha y María (Lc 10, 38-42). Ante una Plaza de la Libertad llena de fieles entusiastas, bajo un sol esplendoroso, el Pontífice animó a vivir el tiempo veraniego como una oportunidad para redescubrir el sentido profundo del encuentro y de la apertura interior. Compartimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

La hospitalidad de Abraham y de su esposa Sara, y luego la de las hermanas Marta y María, amigas de Jesús es traída hoy a nuestra atención por la Liturgia (cf. Gen 18, 1-10; Lc 10, 38-42). Cada vez que acogemos la invitación a la Cena del Señor y participamos en la mesa eucarística, es Dios mismo quien “pasa a servirnos” (cf. Lc 12, 37). Sin embargo, nuestro Dios supo primero hacerse huésped, y también hoy está a nuestra puerta y llama (cf. Ap 3, 20). Es sugerente que en la lengua italiana el huésped (ospite) sea tanto el que hospeda como el que es hospedado. Así, en este domingo de verano podemos contemplar el juego de la acogida recíproca, fuera del cual nuestra vida se empobrece.

Es necesaria la humildad tanto para hospedar como para ser hospedado. Se requieren delicadeza, atención, apertura. En el Evangelio, Martha corre el riesgo de no entrar plenamente en la alegría de este intercambio. Está tan concentrada en lo que le toca hacer para acoger a Jesús, que corre el riesgo de arruinar un momento inolvidable de encuentro. Martha es una persona generosa, pero Dios la llama a algo más hermoso que la propia generosidad. La llama a salir de sí misma.

Hermanos y hermanas muy queridos, sólo esto hace florecer nuestra vida: abrirnos a algo que nos aparta de nosotros mismos y al mismo tiempo nos plenifica. En el momento en que Marta se queja porque su hermana la ha dejado sola para servir (cf. v. 40), María parece que ha perdido el sentido del tiempo, conquistada por la palabra de Jesús. No es menos concreta que su hermana, ni menos generosa. Sin embargo ha aprovechado la oportunidad. Por eso Jesús reprende a Martha: porque se ha quedado fuera de una intimidad que también a ella le daría mucha alegría (cf. vv. 41-42).

El tiempo de verano puede ayudarnos a “bajar el ritmo” y a hacernos más semejantes a María que a Martha. A veces no nos concedemos la mejor parte. Es necesario que vivamos un poco de descanso, con el deseo de aprender más el arte de la hospitalidad. La industria de las vacaciones quiere vendernos todo tipo de experiencias, pero quizá no lo que buscamos. Es gratuito, en efecto, y no se puede comprar cada encuentro verdadero: sea con Dios, como con los demás, o con la naturaleza. Se necesita solamente hacerse huésped: hacer espacio y también pedirlo; acoger y hacerse acoger. Tenemos mucho que recibir y no sólo que dar. Abraham y Sara, aunque eran ancianos, se descubrieron fecundos cuando acogieron con tranquilidad al Señor mismo en tres viajeros. También para nosotros, aún hay mucha vida por acoger.

Oremos a María Santísima, Madre acogedora, que hospedó al Señor en su propio seno y junto con José le dio una casa. En ella brilla nuestra vocación, la vocación de la Iglesia de seguir siendo casa abierta a todos, para continuar acogiendo a su Señor, que pide permiso para entrar.

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