LOS MODOS DE ACTUAR DE DIOS: HOMILÍA DE LEÓN XIV EN LA CATEDRAL DE ALBANO (20/07/2025)
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy contento de encontrarme hoy aquí, para celebrar la Eucaristía dominical en esta hermosa Catedral. Como saben, tenía que venir el 12 de mayo, pero el Espíritu Santo hizo otra cosa. Estoy verdaderamente contento y, con esta fraternidad, esta alegría cristiana, saludo a todos ustedes aquí presentes, a Su Eminencia, el Obispo de la Diócesis, a las autoridades presentes y a todos ustedes.
En la liturgia de este día, la primera lectura y el Evangelio nos hablan de hospitalidad, de servicio y de escucha (cf. Gen 18, 1-10; Lc 10, 38-42).
En el primer caso, Dios visita a Abraham en la persona de “tres hombres” que llegan a su tienda “a la hora más calurosa del día” (cf. Gen 18,1-2). Podemos imaginar la escena: el sol abrasador, la calma inmutable del desierto, el calor intenso y los tres desconocidos que buscan resguardo. Abraham, sentado “a la entrada de su tienda”, está en la posición del dueño de casa, y es muy hermoso ver cómo ejercita su papel: habiendo reconocido en los visitantes la presencia de Dios, se pone en pie, corre a su encuentro, se inclina hasta el suelo, les ruega que se detengan. Así toda la escena se anima. La inmovilidad de la tarde se llena de gestos de amor que involucran no sólo al Patriarca, sino también a Sara, su mujer, y a los siervos. Abraham ya no está sentado, sino «de pie al lado de ellos, debajo del árbol» (Gen 18,8), y allí Dios le comunica la noticia más hermosa que podría esperar: “Sara, tu mujer, tendrá un hijo” (cf. Gen 18,9-10).
La dinámica de este encuentro puede hacernos reflexionar: Dios elige la vía de la hospitalidad para encontrarse con Sara y Abraham y darles el anuncio de su fecundidad, que tanto deseaban y en la que ya habían dejado de esperar. Después de tantos momentos de gracia en los que los había visitado, vuelve a llamar a su puerta, pidiéndoles acogida y confianza. Y los dos ancianos esposos responden positivamente, sin saber aún qué va a suceder. Reconocen en los visitantes misteriosos su bendición, su misma presencia. Les ofrecen lo que tienen: la comida, la compañía, el servicio, la sombra de un árbol. De ellos reciben la promesa de una vida nueva y de una descendencia.
Aunque en circunstancias diferentes, también el Evangelio nos habla del mismo modo de actuar de Dios. También aquí, de hecho, Jesús se presenta como huésped en la casa de Martha y María. No es un desconocido: está en casa de amigos y el clima es de fiesta. Una de las hermanas lo acoge con mil atenciones, mientras la otra lo escucha sentada a sus pies, con la actitud típica del discípulo hacia el maestro. Como sabemos, ante las quejas de la primera, que quisiera recibir un poco de ayuda en las tareas domésticas, Jesús le responde invitándola a apreciar el valor de la escucha (cf. Lc 10, 41-42).
Pero sería erróneo ver estas dos actitudes como opuestas una de otra, así como hacer comparaciones de méritos entre las dos mujeres. El servicio y la escucha, de hecho, son dos dimensiones gemelas de la acogida.
Primero que nada, en nuestra relación con Dios. Si de hecho es importante que vivamos nuestra fe en la concreción de la acción y en la fidelidad a nuestros deberes, según el estado y la vocación de cada uno, también es fundamental que lo hagamos partiendo de la meditación de la Palabra de Dios y de la atención a lo que el Espíritu Santo sugiere a nuestro corazón, reservando, para tal fin, momentos de silencio, momentos de oración, tiempos en los que, haciendo callar ruidos y distracciones, nos recojamos ante Él y logremos unidad en nosotros mismos. Esta es una dimensión de la vida cristiana que hoy necesitamos recuperar particularmente, tanto como valor personal y comunitario, que como signo profético para nuestros tiempos: dar espacio al silencio, a la escucha del Padre que habla y «ve en lo secreto» (Mt 6, 6). Con este objetivo, los días de verano pueden ser un momento providencial en el cual experimentar qué hermosa e importante es la intimidad con Dios, y cuánto ésta puede ayudarnos también a ser más abiertos, más acogedores los unos con los otros.
Son días en los que tenemos más tiempo libre, tanto para recogernos y meditar, como para encontrarnos e intercambiar visitas. Aprovechemos todo eso para saborear, saliendo del torbellino de compromisos y preocupaciones, algún momento de tranquilidad, de recogimiento, como también para compartir, yendo a algún lugar, la alegría de vernos – como lo es para mí, hoy, aquí –, hagamos de ello la ocasión para cuidarnos unos a otros, para intercambiar experiencias, ideas, para ofrecernos mutuamente comprensión y consejo: esto nos hace sentirnos amados, y todos lo necesitamos. Hagámoslo con valentía. Promoveremos, de este modo, en la solidaridad, en el compartir la fe y la vida, una cultura de paz, ayudando también a quienes nos rodean a superar rupturas, hostilidades, y a construir comunión: entre las personas, entre los pueblos, entre las religiones.
El Papa Francisco decía que «si queremos saborear la vida con alegría, debemos asociar estas dos actitudes: por un lado, el “estar a los pies” de Jesús, para escucharlo mientras nos revela el secreto de cada cosa; por otro, estar preocupados y listos en la hospitalidad, cuando Él pasa y llama a nuestra puerta, con el rostro del amigo que necesita un momento de descanso y fraternidad» (Ángelus, 21 julio 2019). Decía estas palabras, por cierto, pocos meses antes de que estallara la pandemia: y cuánto nos ha enseñado, en este sentido, esa larga y dura experiencia, que aún recordamos.
Ciertamente, todo esto cuesta esfuerzo. Tanto el servicio como la escucha no son siempre fáciles: requieren esfuerzo, capacidad de renuncia. Cuesta trabajo, por ejemplo, en la escucha y en el servicio, la fidelidad y el amor con los que un padre y una madre llevan adelante a su familia; como también cuesta trabajo el esfuerzo con el que los hijos, en casa y en la escuela, corresponden a sus sacrificios; cuesta trabajo comprenderse cuando se tienen opiniones diferentes, perdonarse cuando se equivoca, prestar asistencia cuando se está enfermo, apoyarse cuando se está triste. Pero es sólo así, con estos esfuerzos, que en la vida se construye algo bueno; es sólo así que entre las personas nacen y crecen relaciones auténticas y fuertes, y que desde abajo, desde la cotidianidad, crece, se difunde y se experimenta presente el Reino de Dios (cf. Lc 7, 18-22).
San Agustín, en uno de sus discursos, reflexionando sobre el episodio de Martha y María, comentaba: «en estas dos mujeres están simbolizadas dos vidas: la presente y la futura; una vivida en el esfuerzo y la otra en el reposo; una preocupada, la otra bienaventurada; una temporal, la otra eterna» (Sermón 104, 4). Y pensando en el trabajo de Martha, Agustín decía: «¿Quién está exento de este servicio de cudar a los demás? ¿Quién puede tomar aliento después de estos cuidados? Busquemos hacerlo de modo irreprensible y con caridad […]. Pasará la fatiga y llegará el reposo; pero llegará el reposo únicamente a través de la fatiga. Pasará la nave y llegará a la patria, pero a la patria no se llega si no es por medio de la nave» (ibid., 6-7).
Abraham, Martha y María, hoy ,nos recuerdan precisamente esto: que la escucha y el servicio son dos actitudes complementarias con las cuales abrirnos, en nuestra vida, a la presencia que bendice del Señor. Su ejemplo nos invita a conciliar, en nuestras jornadas, contemplación y acción, descanso y fatiga, silencio y laboriosidad, con sabiduría y equilibrio, teniendo siempre como medida de juicio la caridad de Jesús, como luz su Palabra y como fuente de fortaleza su gracia, que nos sostiene más allá de nuestras posibilidades (cf. Flp 4, 13).
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