SEAN MADRES PARA EL MUNDO: MENSAJE DEL PAPA A LAS FRANCISCANAS DEL SAGRADO CORAZÓN (08/08/2020)

Comienza este 8 de agosto un año jubilar en la memoria litúrgica de la Beata María Margarita Caiani, religiosa toscana fallecida un día como hoy de 1921, después de haber dado nacimiento a la Congregación de las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón dedicada a la formación de la juventud y al cuidado de los enfermos. En 2021, pues, se cumplirán cien años de que la Familia, nacida e inspirada por la beata, vive y trabaja, y el Papa Francisco, en vista de este importante aniversario, escribe sus deseos a sus hijas espirituales, para acompañarlas en la preparación del año jubilar. Compartimos a continuación el texto del mensaje que Su Santidad dedicó este día a las Franciscanas del Sagrado Corazón, traducido del italiano:


Queridas hermanas:

El 8 de agosto de 2021 se cumplirá el centenario del nacimiento al cielo de la Beata María Margarita Caiani, que en 1902 dio vida al Instituto de las Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón. Me alegro de que ustedes, sus hijas espirituales, quieran prepararse para este evento con el año jubilar que inicia hoy, en la memoria litúrgica de la Beata.

Mi deseo es que este año pueda ser para toda la Congregación ocasión de hacer memoria de la vida y las enseñanzas de la Fundadora, como también de estos casi ciento veinte años de camino, mirando también los desafíos del futuro. Es una gracia tener el corazón agradecido y reconciliado con el propio ayer y los ojos llenos de esperanza en el mañana; ay, sin embargo, de refugiarse en un pasado que no existe más o en un mañana que aún no existe, huyendo del hoy en que estamos llamados a vivir y trabajar. Que el Espíritu Santo, que las inspiró al inicio del siglo pasado, les de la fuerza para redescubrir la frescura y la capacidad de continuar perfumando el mundo con el don de su vida.

Ustedes son las Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón. Quiero detenerme brevemente en este nombre.

La Madre Caiani, llamándolas Mínimas ha querido poner en relieve cómo debe ser el estilo de su vida: el estilo de la pequeñez. Esto después recibió una confirmación con la inserción de su Instituto en el árbol de la gran Familia Franciscana: han sido colocadas en la escuela de San Francisco para seguir mejor al Señor, que primero «se hizo pequeño, escogió este camino. El de humillarse a sí mismo y humillarse hasta la muerte en la cruz» (Homilía de la Misa en Casa Santa Martha, 23 de junio 2017).

Es un camino por recorrer cada día. Es un sendero estrecho y cansado, pero, si se sigue hasta el fin, la vida se hace fecunda. Como fue para la Virgen María, mirada por el Altísimo justamente por humilde, pequeña (cf. Lc 1, 47); y así se convirtió en la Madre de Dios.

Franciscanas, Mínimas, y especificó “del Sagrado Corazón”, para enraizarlas junto a la fuente de la Caridad. El amor que Jesús tiene por nosotros no deslumbra con grandes efectos especiales que se desvanecen pronto, sino es un amor concreto y fiel, hecho de cercanía, de gestos que nos levantan de nuevo y nos dan dignidad y confianza. Pensemos en los dos discípulos de Emaús que, confundidos y amargados, en la tarde de Pascua, regresaban a su casa (cf. Lc 24, 13-35). El Señor se les acerca no como un héroe sino como un compañero de camino; caminando «les explicaba todo lo que en las Escrituras se refería a Él» (v.27), y su corazón ardía de alegría; y después partió el pan, «entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (v. 31).

Que puedan amar con el Corazón de Jesús, con gestos ricos de ternura. Y el primer lugar en el cual vivir este amor sencillo y concreto es su comunidad religiosa.

“Del Sagrado Corazón” no es sólo un complemento, sino dice mucho más: habla de una pertenencia. El Señor les ha dado la vida, las ha generado en la fe y las ha llamado a sí en la vida consagrada atrayéndolas a su Corazón. Esta pertenencia se manifiesta de manera particular en la oración. Toda nuestra vida es llamada, con la gracia del Espíritu, a convertirse en oración. Por esto debemos permitir al Señor permanecer unido a nosotros siempre. Y así Él nos transforma, día tras día, haciendo nuestro corazón cada vez más similar al suyo.

Hay momentos en el día que favorecen esta unión con Dios: la Misa, la Liturgia de las Horas, la Adoración, la meditación de la Palabra, el Rosario, la lectura espiritual. Que su caminar al Señor pueda estar lleno de alegría, la alegría del niño que corre hacia sus padres para abrazarlos y besarlos. ¡Esta alegría atrae y es contagiosa! A veces parece que hay otras mil cosas más necesarias por hacer, si embargo sentimos la dificultad de estar con Jesús; pero, como los discípulos en el huerto de Getsemaní, Jesús nos invita a permanecer ahí, cerca de Él (cf. Mc 14, 38). ¡Permitamos al Señor quedarse unido a nosotros!

Impulsadas por el Sagrado Corazón, serán madres para los hermanos y hermanas que encuentren “desde la cuna hasta la tumba”, como decía la Beata María Margarita. Anunciarán alegres que el Señor nos mira siempre con misericordia, tiene un Corazón misericordioso.

Su carisma tiene también una dimensión reparadora. Este es un gran servicio para el bien del mundo. El pecado arruina la obra que Dios ha creado bella. Ustedes, con sus oraciones y sus pequeños gestos, siembran en el campo del mundo la semilla del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas. La semilla, cuando cae en la tierra, no hace ruido: así son las muchas obras que ustedes sacan adelante en Italia, Brasil, Egipto, Sri Lanka y Belén, sobretodo a favor de los niños y los jóvenes. Gestos que son capaces de hacer más bello el mundo, de iluminarlo con un rayo del amor de Dios.

Queridas hermanas, ¡les deseo un santo y fecundo centenario! Les aseguro mi recuerdo ante el Señor, por intercesión de la Virgen María; y también ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí. A ustedes y a cuantos les son confiados a su caridad imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Roma, San Juan de Letrán, 8 de agosto 2020

FRANCISCO

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