LLEVAR NUESTRA HISTORIA ANTE DIOS: ÁNGELUS DEL 16/08/2020

En su alocución previa a la oración mariana del Ángelus de este 16 de agosto, el Papa Francisco recordó que, en el Evangelio de hoy, la mujer cananea “nos enseña: el coraje de llevar su historia de dolor ante Dios, ante Jesús; de tocar la ternura de Dios, la ternura de Jesús”. El Pontífice recordó el Evangelio que describe el encuentro entre Jesús y una mujer cananea. Mientras está con sus discípulos alejados de las multitudes, se le acerca una mujer que le implora ayuda para su hija enferma, le suplica a Jesús que tenga piedad de ella. Al respecto el Papa Francisco dijo que este grito, es el grito que nace de una vida marcada por el sufrimiento. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Mt 15, 21-28) describe el encuentro entre Jesús y una mujer cananea. Jesús se encuentra al norte de Galilea, en territorio extranjero, para estar con sus discípulos un poco alejado de las multitudes, que lo buscan cada vez más numerosas. Y entonces se acerca una mujer que implora ayuda para la hija enferma: «¡Ten piedad de mí, Señor!» (v. 22). Es el grito que nace de una vida marcada por el sufrimiento, por el sentido de impotencia de una madre que ve a la hija atormentada por el mal y no puede curarla. Jesús al principio la ignora, pero esta madre insiste, insiste, incluso cuando el Maestro dice a los discípulos que su misión está dirigida solamente a las «ovejas perdidas de la casa de Israel» (v. 24) y no a los paganos. Ella sigue suplicándole, y Él, en este punto, la pone a prueba citando un proverbio – parece casi un poco cruel esto –: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (v. 26). Y la mujer de inmediato, rápidamente, angustiada, responde: «Es verdad, Señor, sin embargo, los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27).

Con estas palabras esta madre demuestra haber intuido que la bondad del Dios Altísimo, presente en Jesús, está abierta a toda necesidad de sus criaturas. Esta sabiduría plena de confianza impacta el corazón de Jesús y le arrebata palabras de admiración: «Mujer, ¡grande es tu fe! Que te suceda como deseas» (v. 28). ¿Cuál es la fe grande? La fe grande es aquella que lleva la propia historia, marcada incluso por las heridas, a los pies del Señor pidiéndole que la sane, que le dé sentido. Cada uno de nosotros tiene su propia historia y no siempre es una historia limpia; muchas veces es una historia difícil, con muchos dolores, muchos problemas y muchos pecados. ¿Qué hago, yo, con mi historia? ¿La escondo? ¡No! Debemos llevarla ante el Señor: “¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!” Esto es lo que nos enseña esta mujer, esta buena madre: la valentía de llevar la propia historia de dolor ante Dios, ante Jesús; tocar la ternura de Dios, la ternura de Jesús. Hagamos, nosotros, la prueba de esta historia, de esta oración: cada uno que piense en la propia historia. Siempre hay cosas feas en una historia, siempre. Vayamos con Jesús, llamemos al corazón de Jesús y digámosle: “¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!”. Y nosotros podremos hacer esto si tenemos siempre ante nosotros el rostro de Jesús, si entendemos cómo es el corazón de Cristo: un corazón que tiene compasión, que lleva sobre sí nuestros dolores, que lleva sobre sí nuestros pecados, nuestros errores, nuestros fracasos.

Pero es un corazón que nos ama así, como somos, sin maquillaje. “¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!”. Y por esto es necesario entender a Jesús, tener familiaridad con Jesús. Y vuelvo siempre al consejo que les doy: lleven siempre un pequeño Evangelio de bolsillo y lean cada día un pasaje. Lleven el Evangelio: en la bolsa, en el bolsillo y también en el celular, para ver a Jesús. Y allí encontrarán a Jesús como Él es, como se presenta; encontrarán a Jesús que nos ama, que nos ama mucho, que nos quiere mucho. Recuerden la oración: “¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!”. Bella oración. Que el Señor nos ayude, a todos nosotros, a rezar esta bonita oración que nos enseña una mujer pagana: no cristiana, ni judía, sino pagana.

Que la Virgen María interceda con su oración, para que crezca en cada bautizado la alegría de la fe y el deseo de comunicarla con el testimonio de una vida coherente, que nos dé la valentía de acercarnos a Jesús y decirle: “¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarme!”.

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