CATEQUESIS DEL PAPA: TRABAJAR JUNTOS PARA CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR (05/08/2020)

El Papa Francisco inició un nuevo ciclo de catequesis para afrontar las cuestiones apremiantes que la pandemia ha puesto de relieve, sobre todo las enfermedades sociales, “a la luz del Evangelio, de las virtudes teologales y de los principios de la doctrina social de la Iglesia”, al retomar las Audiencias Generales este 5 de agosto desde la Biblioteca del Palacio Apostólico. “Reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras”, es el deseo del Papa Francisco, luego del receso habitual del mes de julio. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socioeconómicos, que afectan especialmente a los más pobres.

Por esto debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús (cfr. Hb 12, 2) y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos trae (cfr. Mc 1, 5; Mt 4, 17; CCC, 2816). Un Reino de curación y de salvación que está ya presente en medio de nosotros (cfr. Lc 10, 11). Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe (cfr. 1 Cor 13, 13). En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infundidas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo (cfr. CCC, 1812-1813): dones que nos curan y que nos hacen sanadores, dones que nos abren a horizontes nuevos, también mientras navegamos en las difíciles aguas de nuestro tiempo.

Un nuevo encuentro con el Evangelio de la fe, de la esperanza y del amor nos invita a asumir un espíritu creativo y renovado. De esta manera, seremos capaces de transformar las raíces de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales. Podremos sanar en profundidad las estructuras injustas y las prácticas destructivas que nos separan los unos de los otros, amenazando la familia humana y nuestro planeta.

El ministerio de Jesús ofrece muchos ejemplos de curación. Cuando sana a aquellos que tienen fiebre (cfr. Mc 1, 29-34), lepra (cfr. Mc 1, 40-45), parálisis (cfr. Mc 2, 1-12); cuando devuelve la vista (cfr. Mc 8, 22-26; Jn 9, 1-7), el habla o el oído (cfr. Mc 7, 31-37), en realidad cura no sólo un mal físico, sino a toda la persona. De tal manera la regresa también a la comunidad, curada; la libera de su aislamiento porque la ha curado.

Pensemos en el bellísimo relato de la curación del paralítico en Cafarnaúm (cfr. Mc 2, 1-12), que hemos escuchado al principio de la audiencia. Mientras Jesús está predicando en la entrada de la casa, cuatro hombres llevan a su amigo paralítico con Jesús; y al no poder entrar, porque había una gran multitud, hacen un agujero en el techo y descuelgan la camilla delante de él que está predicando. «Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Y después, como signo visible, añade: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (v. 11).

¡Qué maravilloso ejemplo de curación! La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y entonces Jesús sana, pero no sana simplemente la parálisis, cura todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una curación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos cómo esta amistad, y la fe de todos los presentes en esa casa, hayan crecido gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús!

Y entonces nos preguntamos: ¿de qué forma podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar «su obra de curación y de salvación» (CCC, 1421) en sentido físico, social y espiritual.

La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y mucho menos da indicaciones sociopolíticas específicas (cfr. S. Pablo VI, Cart. ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 4). Esta es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-208), principios que pueden ayudarnos a avanzar, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio del destino universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, a los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la curación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de maneras diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor.

En las próximas semanas, los invito a afrontar juntos las cuestiones apremiantes que la pandemia ha puesto de relieve, sobre todo las enfermedades sociales. Y lo haremos a la luz del Evangelio, de las virtudes teologales y de los principios de la doctrina social de la Iglesia. Exploraremos juntos cómo nuestra tradición social católica puede ayudar a la familia humana a sanar este mundo que sufre de graves enfermedades. Es mi deseo reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 de noviembre 2013, 183).

Comentarios