EL “ESCÁNDALO” ES HUIR DE LA CRUZ: ÁNGELUS DEL 30/08/2020

El Papa Francisco, este 30 de agosto, se dirigió a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro de Roma, previamente a la oración mariana del Ángelus. Reflexionó sobre el pasaje evangélico que tiene como preámbulo el texto donde Pedro “en nombre también de los otros discípulos, ha profesado la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios” y después del cual, Jesús empieza a hablar de su pasión. El Papa explicó el pasaje del evangelio de este domingo mostrando que “a lo largo del camino hacia Jerusalén, explica abiertamente a sus amigos lo que le espera al final en la ciudad santa: preanuncia su misterio de muerte y de resurrección, de humillación y de gloria”. El Obispo de Roma subrayó que las palabras de Jesús “no son comprendidas, porque los discípulos tienen una fe todavía inmadura y demasiado unida a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12, 2) Piensan en una victoria demasiado terrenal, y por ello no entienden el lenguaje de la cruz”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje evangélico de hoy (cf. Mt 16, 21-27) está unido al del domingo pasado (cf. Mt 16, 13-20). Después de que Pedro, en nombre también de los otros discípulos, ha profesado la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, Jesús mismo comienza a hablar de su pasión. A lo largo del camino hacia Jerusalén, explica abiertamente a sus amigos lo que le espera finalmente en la ciudad santa: preanuncia su misterio de muerte y de resurrección, de humillación y de gloria. Dice que deberá «sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los escribas, ser asesinado y resucitar al tercer día» (Mt 16, 21). Pero sus palabras no son comprendidas, porque los discípulos tienen una fe todavía inmadura y demasiado unida a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12, 2). Ellos piensan en una victoria demasiado terrenal, y por eso no entienden el lenguaje de la cruz.

Frente a la perspectiva de que Jesús pueda fracasar y morir en la cruz, el mismo Pedro se rebela y le dice: «Dios no lo quiera, Señor; ¡esto no te ocurrirá jamás!» (v. 22). Cree en Jesús – Pedro es así –, tiene fe, cree en Jesús, cree; lo quiere seguir, pero no acepta que su gloria pase a través de la pasión. Para Pedro y los otros discípulos – ¡pero también para nosotros! – la cruz es algo incómodo, la cruz es un “escándalo”, mientras que Jesús considera “escándalo” el huir de la cruz, que querría decir eludir la voluntad del Padre, la misión que Él le ha encomendado para nuestra salvación. Por esto Jesús responde a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un escándalo, porque no piensas según Dios, sino según los hombres» (v. 23). Diez minutos antes, Jesús ha alabado a Pedro, le ha prometido ser la base de su Iglesia, el fundamento; diez minutos después le dice “Satanás”. ¿Cómo se entiende esto? ¡Nos sucede a todos! En los momentos de devoción, de fervor, de buena voluntad, de cercanía al prójimo, miramos a Jesús y avanzamos; pero en los momentos en que viene el encuentro con la cruz, huimos. El diablo, Satanás – como dice Jesús a Pedro – nos tienta. Es propio del mal espíritu, es propio del diablo alejarnos de la cruz, de la cruz de Jesús.

Dirigiéndose después a todos, Jesús añade: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz, y me siga» (v. 24). De este modo Él indica el camino del verdadero discípulo, mostrando dos actitudes. La primera es «renunciar a sí mismos», que no significa un cambio superficial, sino una conversión, un cambio total de mentalidad y de valores. La otra actitud es la de tomar la propia cruz. No se trata solo de soportar con paciencia las tribulaciones cotidianas, sino de llevar con fe y responsabilidad esa parte de cansancio, esa parte de sufrimiento que la lucha contra el mal implica. La vida de los cristianos es siempre una lucha. La Biblia dice que la vida del creyente es una milicia: luchar contra el mal espíritu, luchar contra el Mal.

Así el compromiso de “tomar la cruz” se convierte en participación con Cristo en la salvación del mundo. Pensando en esto, hacemos que la cruz colgada en la pared de casa, o esa pequeña que llevamos al cuello, sea signo de nuestro deseo de unirnos a Cristo en el servir con amor a los hermanos, especialmente a los más pequeños y frágiles. La cruz es signo santo del Amor de Dios, es signo del Sacrificio de Jesús, y no debe ser reducida a objeto supersticioso o joya ornamental. Cada vez que fijamos la mirada en la imagen de Cristo crucificado, pensemos que Él, como verdadero Siervo del Señor, ha cumplido su misión dando la vida, derramando su sangre para la remisión de los pecados. Y no nos dejemos llevar a otra parte, en la tentación del Maligno. Como consecuencia, si queremos ser sus discípulos, estamos llamados a imitarlo, gastando sin reservas nuestra vida por amor a Dios y al prójimo.

Que la Virgen María, unida a su Hijo hasta el calvario, nos ayude a no retroceder frente a las pruebas y a los sufrimientos que el testimonio del Evangelio implica para todos nosotros.

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