EL CHISME DESTRUYE COMO UNA BOMBA ATÓMICA: HOMILÍA DEL PAPA EN LA PARROQUIA DE SAN CRISPÍN DE VITERBO (03/03/2019)

Este 3 de marzo, el Papa Francisco visitó la parroquia romana de San Crispín de Viterbo, concretamente en Labaro, en el sector norte de la Diócesis de Roma. Allí fue recibido por el Cardenal Angelo De Donatis, por el Obispo auxiliar Mons. Guerino Di Tora, por el párroco P. Luciano Cacciamani, el P. Andrea Lamonaca y todos los sacerdotes que trabajan en San Crispín; así como por los fieles de la comunidad. Después de tener una reunión con los jóvenes de la Parroquia, el Papa tuvo un encuentro con los padres de niños que están por recibir el Bautismo o que acaban de recibirlo, así como con enfermos y discapacitados. También se reunió con un grupo de indigentes que son atendidos en la Parroquia por la Comunidad de San Egidio. La visita concluyó con la Celebración Eucarística de la cual, transcribimos a continuación el texto de la homilía, traducido del italiano:

Escuchamos en el Evangelio cómo Jesús explica a la gente la sabiduría cristiana, con parábolas. Por ejemplo, un ciego no puede guiar a otro ciego; después, el discípulo no es más grande que el Maestro; después, no hay un árbol bueno que produzca un fruto malo. Y así, con estas parábolas, enseña a la gente.

Quisiera detenerme en una solamente, que no he repetido. Ahora la digo: «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te quite la paja que está en tu ojo”, mientras tú mismo no ves la viga que está en el tuyo? Hipócrita. Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás bien, para quitar la paja del ojo de tu hermano». Y con esto, el Señor quiere enseñarnos a no ir criticando a los demás, a no ir mirando los defectos de los demás: mira primero los tuyos, tus defectos: “Pero, Padre, ¡yo no tengo!” – ¡Ah, felicidades! ¡Te aseguro que si no te das cuenta de que los tienes aquí, los encontrarás en el Purgatorio! Mejor verlos aquí.

Todos tenemos defectos, todos. Pero estamos acostumbrados, un poco por inercia, un poco por la fuerza de gravedad del egoísmo, a mirar los defectos de los demás: somos especialistas, todos, en esto. Inmediatamente encontramos los defectos de los demás. Y hablamos de ellos. Porque hablar mal de los demás parece dulce, nos gusta. No, en esta parroquia quizá no sucede, pero en otras partes es muy común. Siempre sucede así: “Ah, ¿cómo está usted?” – “Bien, bien, con este tiempo, todo bien…” – “Oiga, ¿ya vio aquello de…?” Y de inmediato se cae en esto.

No sé si ustedes habrán escuchado estas cosas, pero es algo feo. Y no es una cosa nueva: desde el tiempo de Jesús se hacía esto. Es una cosa que, con el pecado original que tenemos, nos lleva a condenar a los demás, a condenar. Y de pronto somos especialistas en buscar las cosas feas de los demás, sin ver las nuestras. Y Jesús dice: “Tú condenas a este por una pequeña cosa, y tu tienes muchas cosas más grandes, pero no las ves”. Y esto es verdad: nuestra maldad no es tanta, porque estamos acostumbrados a no ver nuestros límites, a no ver nuestros defectos, pero somos especialistas en ver los defectos de los demás.

Y Jesús nos dice una palabra muy fea, muy fea: “Si ustedes van por este camino, se les dice hipócritas”. Es feo decir hipócrita: Jesús se lo decía a los fariseos, a los doctores de la ley, que decían una cosa y hacían otra. Hipócrita. Hipócrita quiere decir uno que tiene un doble pensamiento, un doble juicio: uno lo dice abiertamente, y otro a escondidas, con el que condena a los demás. Es tener un doble modo de pensar, un doble modo de hacerse ver. Se hace ver como gente buena, perfecta, y por debajo condenan. Por esto Jesús huye de esta hipocresía y nos aconseja: “Es más bello que mires tus defectos y dejes vivir en paz a los demás. No meterse en la vida de los demás: mira los tuyos”.

Y esta es una cosa que no termina ahí: las habladurías no terminan en el chisme; el chisme va más allá, siembra discordia, siembra enemistad, siembra el mal. Escuchen esto, no exagero: con la lengua comienzan las guerras. Tú, hablando mal de los demás, comienzas una guerra. Un paso hacia la guerra, una destrucción. Porque es lo mismo destruir al otro con la lengua y con una bomba atómica, es lo mismo. Tú destruyes. Y la lengua tiene el poder de destruir como una bomba atómica. Es potentísima. Y esto no lo digo yo, lo dice el apóstol Santiago en su Carta. Tomen la Biblia y escuchen esto. ¡Es potentísima! Es capaz de destruir. Y con los insultos, con hablar mal de los demás comienzan muchas guerras: guerras domésticas – se comienza a gritar –, guerras en el barrio, en el lugar de trabajo, en la escuela, en la parroquia… Por esto Jesús dice: “Antes de hablar mal de los demás, toma un espejo y mírate a ti mismo; mira tus defectos y avergüénzate de tenerlos. Y así te volverás mudo sobre los defectos de los demás”. “No, Padre, es que muchas veces hay gente mala, que tiene tantos defectos…” Bueno, muy bien, sé valiente y dilo en su cara: “Eres malo, eres mala, porque estás haciendo esto y esto”. Dilo en su cara, no a sus espaldas, no por detrás. Dilo de frente. “Pero no quiere escucharme”. Entonces dilo a quien puede poner remedio a esto, a quien puede corregir, pero no lo digas en un chisme, porque el chisme no resuelve nada. Es más, hace empeorar las cosas y te lleva a la guerra.

Dentro de poco comenzaremos la Cuaresma: sería muy hermoso que cada uno de nosotros, en esta Cuaresma, reflexionara sobre esto. ¿Cómo me comporto con la gente? ¿Cómo es mi corazón frente a la gente? ¿Soy un hipócrita, que sonríe y después por detrás critico y destruyo con mi lengua? Y si nosotros al final de la Cuaresma hemos sido capaces de corregir un poco esto, y no vamos siempre criticando a los demás por detrás, les aseguro que la Resurrección de Jesús se verá más bella, más grande entre nosotros. “Padre, es muy difícil, porque me dan ganas de criticar a los demás” – puede decir alguno de nosotros, porque es un hábito que el diablo pone en nosotros. Es verdad, no es fácil. Pero hay dos medicinas que ayudan mucho. Primero que todo, la oración. Si te dan ganas de “despellejar” a otro, criticar a otro, haz oración por él, has oración por ella, y pide al Señor resolver aquel problema, y a ti, que te cierre la boca. Primer remedio: la oración. Sin la oración no podemos hacer nada. Y segundo, hay otra medicina, también práctica como la oración: cuando sientas el deseo de hablar mal de alguien, muérdete la lengua. ¡Fuerte! Porque así se te hinchará la lengua y no podrás hablar. Es una medicina práctica, es muy práctica.

Piensen en serio en esto que dice Jesús: “¿Por qué miras los defectos de los demás y no miras los tuyos, que son más grandes?” Piensen bien. Piensen que esta costumbre fea es el inicio de muchas desuniones, de muchas guerras domésticas, guerras en el barrio, guerras en el lugar de trabajo, de muchas enemistades. Piénsenlo. Y hagan oración al Señor, oren para que nos dé la gracia de no hablar mal de los demás. ¡Y todos los días conserven la dentadura para que esté lista para hacer la segunda medicina!

¡Que el Señor los bendiga!

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