CATEQUESIS DEL PAPA: EL ALIMENTO NO ES PROPIEDAD PRIVADA (27/03/2019)

En la catequesis de este 27 de marzo, el Papa Francisco dio inicio a sus reflexiones en torno a la segunda parte de la oración del Padrenuestro, aquella en la que presentamos a Dios nuestras necesidades. Y la primera de ellas, es el pan. «La primera es la del pan, que significa lo necesario para la vida: alimento, agua, casa, medicinas, trabajo. Es una súplica que surge de la misma existencia humana, con sus problemas concretos y cotidianos, que pone en evidencia lo que a veces olvidamos: que no somos autosuficientes, sino que dependemos de la bondad de Dios». El Pontífice señaló que este “pedido urgente” que hacemos a Dios Padre, “muy parecido al de un mendigo”, proviene de una evidencia que a menudo olvidamos, y que es el hecho de “que no somos criaturas autosuficientes, y que necesitamos nutrirnos todos los días”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy pasamos a analizar la segunda parte del “Padre Nuestro”, en la que presentamos a Dios nuestras necesidades. Esta segunda parte comienza con una palabra que huele a cotidiana: el pan.

La oración de Jesús parte de una petición urgente, que se parece mucho a la imploración de un mendigo: “¡Danos el pan de cada día!” Esta oración proviene de una evidencia que a menudo olvidamos, es decir, que no somos criaturas autosuficientes y que todos los días necesitamos alimentarnos.

Las Escrituras nos muestran que para mucha gente el encuentro con Jesús se realizó a partir de una petición. Jesús no pide invocaciones refinadas, al contrario, toda la existencia humana, con sus problemas más concretos y cotidianos, puede convertirse en oración. En los Evangelios encontramos una multitud de mendigos que suplican liberación y salvación. Hay quien pide el pan, hay quien pide la curación; algunos la purificación, otros la vista; o que un ser querido pueda volver a vivir... Jesús nunca pasa indiferente junto a estas peticiones y estos dolores.

Entonces, Jesús nos enseña a pedirle al Padre el pan de cada día. Y nos enseña a hacerlo unidos a tantos hombres y mujeres para quienes esta oración es un grito – a menudo llevado dentro – que acompaña la ansiedad de cada día. ¡Cuántas madres y padres, incluso hoy, se van a dormir con el tormento de no tener para el día siguiente pan suficiente para sus hijos! Imaginemos esta oración recitada no en la seguridad de un cómodo apartamento, sino en la precariedad de una habitación en la que uno se las arregla, donde falta lo necesario para vivir. Las palabras de Jesús asumen una fuerza nueva. La oración cristiana comienza desde este nivel. No es un ejercicio para ascetas; parte de la realidad, del corazón y de la carne de personas que viven en la necesidad, o que comparten la condición de quienes no tienen lo necesario para vivir. Ni siquiera los más altos místicos cristianos pueden prescindir de la simplicidad de esta petición. “Padre, haz que para nosotros y para todos, hoy haya el pan necesario”. Y “pan” quiere decir también agua, medicinas, casa, trabajo... Pedir lo necesario para vivir.

El pan que el cristiano pide en oración no es el “mío”, sino es “nuestro” pan. Así lo quiere Jesús. Nos enseña a pedirlo no sólo para sí mismo, sino para toda la fraternidad del mundo. Si no se ora de esta manera, el “Padre Nuestro” deja de ser una oración cristiana. Si Dios es nuestro Padre, ¿cómo podemos presentarnos ante Él sin tomarnos de la mano? Todos nosotros. Y si el pan que Él nos da nos lo robamos entre nosotros ¿cómo podemos llamarnos hijos suyos ? Esta oración contiene una actitud de empatía una actitud de solidaridad. En mi hambre, siento el hambre de las multitudes, y por eso rezaré a Dios hasta que su petición sea escuchada. Así, Jesús educa a su comunidad, a su Iglesia, para llevar ante Dios las necesidades de todos: “¡Todos somos tus hijos, oh Padre, ten piedad de nosotros!” Y ahora nos hará bien detenernos unos momentos y pensar en los niños hambrientos. Pensemos en los niños que están en los países en guerra: en los niños hambrientos de Yemen, en los niños hambrientos de Siria, en los niños hambrientos de muchos países donde no hay pan, en Sudán del Sur. Pensemos en esos niños y pensando en ellos digamos juntos, en voz alta, la oración: “Padre, danos hoy el pan de cada día”. Todos juntos.

El pan que pedimos al Señor en la oración es el mismo que un día nos acusará. Nos reprochará la poca costumbre de partirlo con quien está cerca, la poca costumbre de compartirlo. Era un pan regalado para la humanidad y, en cambio, ha sido comido sólo por algunos: el amor no puede soportar esto. Nuestro amor no puede soportarlo; y tampoco el amor de Dios puede soportar este egoísmo de no compartir el pan.

Una vez había una gran multitud ante Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo, y solo se encontró un niño dispuesto a compartir lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó ese gesto generoso (cfr. Jn 6, 9). Ese niño había entendido la lección del “Padre Nuestro”: que el alimento no es propiedad privada, – metámonos esto en la cabeza: el alimento no es propiedad privada –, sino providencia para compartir, con la gracia de Dios.

El verdadero milagro realizado por Jesús ese día no es tanto la multiplicación – que es verdad – sino el compartir: den lo que tengan y yo haré el milagro. Él mismo, multiplicando aquel pan ofrecido, anticipó la ofrenda de Sí mismo en el Pan Eucarístico. En efecto, sólo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre, también en la búsqueda del pan cotidiano.

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