EL SEÑOR DIOS TIENE PROYECTOS DE PAZ: PALABRAS DEL PAPA EN LA ORACIÓN ECUMÉNICA POR LA PAZ EN EL LÍBANO (01/07/2021)

Movidos por la preocupación por el Líbano, sumido en una grave crisis, el Papa Francisco y los líderes de las comunidades cristianas libanesas, en una iniciativa convocada por el Sumo Pontífice, concluyeron la Jornada de Reflexión dedicada al país de los Cedros este 1º. de julio, con una oración ecuménica llevada a cabo ante el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana. En sus palabras finales el Papa manifestó su gratitud a los participantes – entre ellos los Patriarcas de Oriente –, que aceptaron de buen grado la invitación a participar en este día marcado, tal como expresó el Santo Padre, por el “compartir fraterno”, y en el que trataron de orientarse “juntos” a la luz de Dios. Compartimos a continuación, el texto del mensaje final del Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido hoy para orar y reflexionar, impulsados por la preocupación por Líbano, preocupación fuerte al ver este país ―que llevo en el corazón y que tengo el deseo de visitar― precipitado en una grave crisis. Estoy agradecido con todos los participantes por haber acogido con prontitud la invitación y por el compartir fraterno.

Nosotros, Pastores, sostenidos por la oración del Pueblo santo de Dios, en esta coyuntura obscura, hemos tratado de orientarnos juntos a la luz de Dios. Y en su luz hemos visto, sobre todo, nuestras opacidades: los errores cometidos cuando no hemos dado testimonio creíble y coherente del Evangelio; las oportunidades perdidas en el camino de la fraternidad, la reconciliación y la plena unidad. De esto pedimos perdón y con el corazón contrito decimos: «¡Piedad, Señor!» (Mt 15, 22).

Este era el grito de una mujer que, precisamente en las cercanías de Tiro y Sidón, se encontró con Jesús y, angustiada, le imploró con insistencia: «¡Señor, ayúdame!» (v. 25). Este grito se ha convertido hoy en el de todo un pueblo, el pueblo libanés, decepcionado y agotado, necesitado de certidumbre, esperanza y paz. Con nuestra oración hemos querido acompañar este grito. No desistamos, no nos cansemos de implorar al Cielo esa paz que los hombres tienen dificultad de construir en la tierra. Pidámosla con insistencia para Medio Oriente y para Líbano. Este querido país, tesoro de civilización y espiritualidad, que ha irradiado a lo largo de los siglos sabiduría y cultura, que es testigo de una experiencia única de convivencia pacífica, no puede ser abandonado a merced del destino o de quien persigue sin escrúpulos sus propios intereses. Porque Líbano es un pequeño gran país, pero es más que eso: es un mensaje universal de paz y fraternidad que se eleva desde Medio Oriente.

Una frase que el Señor pronuncia en la Escritura resonó hoy entre nosotros, casi en respuesta al grito de nuestra oración. Son pocas palabras con las que Dios declara que tiene «proyectos de paz y no de desventura» (Jer 29, 11). Proyectos de paz y no de desventura. En estos tiempos de desventura queremos afirmar con todas nuestras fuerzas que Líbano es, y debe seguir siendo, un proyecto de paz. Su vocación es la de ser una tierra de tolerancia y pluralismo, un oasis de fraternidad donde religiones y confesiones diferentes se encuentran, donde diversas comunidades convivan anteponiendo el bien común a las ventajas particulares. Y por ello es esencial ―quisiera reiterarlo― «que quien tiene el poder se ponga final y decididamente al servicio verdadero de la paz y no al de los propios intereses. ¡Basta de la ganancia de pocos a costa de la piel de muchos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente!» (Palabras al término de la Jornada, Bari, 7 de julio de 2018). ¡Basta de utilizar al Líbano y al Medio Oriente para intereses y beneficios ajenos! Es necesario dar a los libaneses la posibilidad de ser protagonistas de un futuro mejor, en su tierra y sin indebidas interferencias.

Proyectos de paz y no de desventura. Ustedes, queridos libaneses, se han distinguido a lo largo de los siglos, incluso en los momentos más difíciles, por su espíritu emprendedor y laboriosidad. Sus altos cedros, símbolo del país, evocan la floreciente riqueza de una historia única. Y recuerdan también que las ramas grandes nacen sólo de raíces profundas. Que les inspiren los ejemplos de quien ha sabido construir cimientos compartidos, viendo en la diversidad no obstáculos sino posibilidades. Arráiguense en los sueños de paz de sus ancianos. Nunca, como en estos meses, hemos comprendido que solos no podemos salvarnos y que los problemas de unos no pueden ser ajenos a los demás. Por tanto, hacemos un llamado a todos ustedes. A ustedes, ciudadanos: no se desanimen, no pierdan el ánimo, encuentren en las raíces de su historia la esperanza de florecer nuevamente. A ustedes, dirigentes políticos: para que, de acuerdo con sus responsabilidades, encuentren soluciones urgentes y estables a la crisis económica, social y política actual, recordando que no hay paz sin justicia. A ustedes, queridos libaneses de la diáspora: para que pongan al servicio de su patria las energías y recursos mejores de que disponen. A ustedes, miembros de la comunidad internacional: que, con un esfuerzo conjunto, se den las condiciones para que el país no se hunda, sino que emprenda un camino de recuperación. Será un bien para todos.

Proyectos de paz y no de desventura. Como cristianos, hoy queremos renovar nuestro compromiso de edificar un futuro juntos, porque el porvenir será pacífico sólo si será común. Las relaciones entre los hombres no pueden basarse en la búsqueda de intereses, privilegios y ganancias particulares. No, la visión cristiana de la sociedad viene de las Bienaventuranzas, brota de la mansedumbre y la misericordia, lleva a imitar en el mundo el actuar de Dios, que es Padre y quiere la concordia entre sus hijos. Nosotros, cristianos, estamos llamados a ser sembradores de paz, artesanos de fraternidad, a no vivir de rencores y remordimientos pasados, a no huir de las responsabilidades del presente, a cultivar una mirada de esperanza hacia el futuro. Creemos que Dios nos muestra un solo sendero para nuestro camino: el de la paz. Aseguramos, por ello, a nuestros hermanos y hermanas musulmanes y de otras religiones, apertura y disponibilidad para colaborar en la construcción de la fraternidad y para promover la paz. Ésta «no pide vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de las incomprensiones y las heridas del pasado, caminen del conflicto a la unidad» (Discurso, Encuentro Interreligioso, Llanura de Ur, 6 de marzo de 2021). En tal sentido, espero que a esta jornada le sigan iniciativas concretas en el signo del diálogo, del compromiso educativo, de la solidaridad.

Proyectos de paz y no de desventura. Hoy hemos hecho nuestras las palabras llenas de esperanza del poeta Gibrán: Más allá de la negra cortina de la noche hay un amanecer que nos espera. Algunos jóvenes acaban de entregarnos lámparas encendidas. Precisamente ellos, los jóvenes, son lámparas que arden en esta hora oscura. En sus rostros brilla la esperanza del futuro. Que reciban escucha y atención, porque de ellos depende el renacimiento del país. Y todos nosotros, antes de tomar decisiones importantes, miremos las esperanzas y los sueños de los jóvenes. Y miremos a los niños: que sus ojos radiantes, aunque cubiertos de demasiadas lágrimas, sacudan las conciencias y guíen las decisiones. Otras luces brillan en el horizonte del Líbano: son las mujeres. Me viene a la mente la Madre de todos que, desde la colina de Harissa, abraza con su mirada a cuantos, desde el Mediterráneo, llegan al país. Sus manos abiertas están dirigidas hacia el mar y hacia la capital, Beirut, para acoger las esperanzas de todos. Las mujeres son generadoras de vida, generadoras de esperanza para todos; que sean respetadas, valoradas e involucradas en los procesos de toma de decisiones del Líbano. Y también los viejos, que son las raíces. Nuestros ancianos. Mirémoslos, escuchémoslos. Que nos den la mística de la historia, que nos den el fundamento del país para avanzar. Ellos quieren volver a soñar. Escuchémoslos para que en nosotros esos sueños se transformen en profecía.

Parafraseando de nuevo al poeta, reconocemos que para llegar al amanecer no hay otro camino que la noche. Y en la noche de la crisis es necesario permanecer unidos. Juntos, a través de la honestidad del diálogo y la sinceridad de las intenciones, se puede llevar luz a las zonas oscuras. Encomendemos todo esfuerzo y compromiso a Cristo, Príncipe de la Paz, para que, como hemos orado, “cuando se levantan los rayos, privados de sombras, de su misericordia, huyen las tinieblas, termina el crepúsculo, se desvanece la oscuridad y se va la noche” (cf. S. Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 41). Hermanos y hermanas: que se desvanezca la noche de los conflictos y resurja un amanecer de esperanza. Que cesen las animosidades, desaparezcan las desidias y el Líbano vuelva a irradiar la luz de la paz.

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