RESPONDER AL ODIO CON AMOR: ÁNGELUS DEL 17/11/2019

Previamente a la oración mariana del Ángelus de este 17 de noviembre, el Papa se dirigió a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro. “Los discípulos de Cristo están llamados a detener la fuerza destructiva del mal”. Esta fue la exhortación que hizo el Papa Francisco, al comentar el Evangelio según San Lucas, en que presenta dos imágenes conflictivas: Por un lado, una mirada realista a la historia, “marcada por la calamidad y la violencia”, por otro, la tranquilidad de Jesús, “que nos habla de la actitud que debe tomar el cristiano al vivir esta historia”. El Papa Francisco aseguró que tener una actitud “de esperanza en Dios” nos permite no dejarnos vencer ante eventos trágicos, que de hecho, señaló, “son una ocasión para dar testimonio”. Reproducimos a continuación el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico (cf. Lc 21, 5-19) nos presenta el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos. Jesús lo pronuncia delante del templo de Jerusalén, un edificio admirado por la gente por su grandeza y esplendor. Pero Él profetiza que de toda esa belleza del Templo, de esa grandiosidad «no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (v. 6). La destrucción del templo anunciada por Jesús es una figura no tanto del final de la historia sino del fin (objetivo) de la historia. En efecto, frente a los oyentes que quieren saber cómo y cuándo ocurrirán estos signos, Jesús responde con el típico lenguaje apocalíptico de la Biblia.

Utiliza dos imágenes aparentemente contrastantes: la primera es una serie de eventos que dan miedo: catástrofes, guerras, carestías, disturbios y persecuciones (vv. 9-12); la otra es tranquilizante: «Ni siquiera un solo cabello de su cabeza se perderá» (v. 18). Primero hay una mirada realista de la historia, marcada por calamidades y también por violencia, por traumas que hieren la creación, nuestra casa común, y también la familia humana que allí vive, y la propia comunidad cristiana. Pensemos en tantas guerras de hoy, en tantas calamidades de hoy. La segunda imagen – encerrada en la seguridad de Jesús – nos dice la actitud que debe asumir el cristiano al vivir esta historia, caracterizada por violencia y adversidad.

Y, ¿cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de la esperanza en Dios, que permite no dejarnos abatir por trágicos eventos. Más bien, son «oportunidad para dar testimonio» (v. 13). Los discípulos de Cristo no pueden seguir siendo esclavos de miedos y angustias; están llamados en cambio a habitar la historia, a frenar la fuerza destructora del mal, con la certeza de que acompañando su acción de bien está siempre la providente y tranquilizante ternura del Señor. Este es el signo elocuente de que el Reino de Dios viene a nosotros, es decir, que se está acercando la realización del mundo como Dios lo quiere. Es Él, el Señor, quien conduce nuestra existencia y conoce el fin último de las cosas y los eventos.

El Señor nos llama a colaborar en la construcción de la historia, convirtiéndonos, junto a Él, en trabajadores de paz y testigos de la esperanza en un futuro de salvación y resurrección. La fe nos hace caminar con Jesús por los caminos muchas veces tortuosos de este mundo, en la certeza de que la fuerza de su Espíritu doblegará a las fuerzas del mal, sometiéndolas al poder del amor de Dios. El amor es superior, el amor es más poderoso, porque es Dios: Dios es amor. Son ejemplo los mártires cristianos – nuestros mártires, incluso de nuestro tiempo, que son más que los del principio – quienes, a pesar de la persecución, son hombres y mujeres de paz. Ellos nos entregan una herencia para cuidar e imitar: el Evangelio del amor y de la misericordia. Este es el tesoro más precioso que se nos ha dado y el testimonio más eficaz que podemos dar a nuestros contemporáneos, respondiendo al odio con el amor, a la ofensa con el perdón. También en la vida cotidiana: cuando recibimos una ofensa, sentimos dolor; pero hay que perdonar de corazón. Cuando nos sentimos odiados, orar con amor por la persona que nos odia. Que la Virgen María sostenga, con su materna intercesión, nuestro camino de fe cotidiano, en el seguimiento del Señor que guía la historia.

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