TENGAN LA VALENTÍA DE SEGUIR A CRISTO: MENSAJE DEL PAPA A JÓVENES EN MEDJUGORJE (02/08/2021)

El Papa Francisco envió este 2 de agosto, un mensaje fechado el pasado 29 de junio, a los participantes del Festival de la Juventud que se celebra todos los años en Medjugorje, un pequeño pueblo ubicado en la parte suroccidental de Bosnia y Herzegovina. Se trata – tal y como lo ha definido el Papa – de “una semana intensa de oración y encuentro con Jesucristo, especialmente en su Palabra viva, en la Eucaristía, en la adoración y en el Sacramento de la Reconciliación”. Además – dice – “es un acontecimiento que tiene el poder de ponernos en camino hacia el Señor”. Compartimos a continuación el texto del mensaje, traducido del italiano:

Muy queridos jóvenes:

El Festival de los Jóvenes es una semana intensa de oración y de encuentro con Jesucristo, en particular en su Palabra viva, en la Eucaristía, en la adoración y en el Sacramento de la Reconciliación. Este evento – lo dice la experiencia de muchos – tiene la fuerza de poner en camino hacia el Señor. Y es justamente este el primer paso que hace también el “joven rico” de quien nos hablan los Evangelios sinópticos (cf. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23), el cual se puso en camino, es más, corre al encuentro del Señor, lleno de impulso y de deseo de encontrar al Maestro para tener en herencia la vida eterna, es decir la felicidad. La palabra-guía del Festival de este año es precisamente la pregunta que aquel joven dirigió a Jesús: «¿Qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?». Es una palabra que nos pone ante el Señor; y Él fija su mirada sobre nosotros, nos ama y nos invita: «¡Ven! ¡Sígueme!» (Mt 19, 21).

El Evangelio no nos dice el nombre de ese joven, y esto sugiere que puede representar a cada uno de nosotros. Él, además de poseer muchos bienes, aparece como bien educado e instruido, y también animado de una sana inquietud que lo impulsa a buscar la verdadera felicidad, la vida en plenitud. Por ello se pone en camino para encontrar un guía con autoridad, creíble y confiable. Tal autoridad la encuentra en la persona de Jesucristo y por ello es que le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Mc 10, 17). Pero el joven piensa en un bien que se conquista con las propias fuerzas. El Señor le responde con otra pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, más que Dios» (v. 18). Así, Jesús lo dirige a Dios, que es el único y sumo Bien del que viene todo otro bien.

Para ayudarlo a tener acceso a la fuente de la bondad y de la verdadera felicidad, Jesús le indica la primera etapa a recorrer, o sea la de aprender a hacer el bien al prójimo: «Si quieres entrar en la vida, observa los mandamientos» (Mt 19, 17). Jesús lo lleva de nuevo a la vida eterna y le indica el camino para heredar la vida eterna, es decir el amor concreto por el prójimo. Pero el joven responde que esto siempre lo ha hecho y se ha dado cuenta que no basta con seguir los preceptos para ser felices. Entonces Jesús fija sobre él una mirada llena de amor. Él de hecho reconoce el deseo de plenitud que el joven lleva en el corazón y su saludable inquietud que lo pone en búsqueda; por ello siente por él ternura y afecto.

Jesús, sin embargo, entiende también cuál es el punto débil de su interlocutor: está demasiado apegado a los muchos bienes que posee. Por ello el Señor le propone una segunda etapa que cumplir, la de pasar de la lógica del “mérito” a la del don: «Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que posees, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo» (Mt 19, 21). Jesús cambia la perspectiva: lo invita a no pensar en asegurarse el más allá, sino a dar todo en la vida terrena, imitando así al Señor. Es la llamada a una maduración ulterior, a pasar de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Jesús le pide dejar lo que pesa al corazón y obstaculiza el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre despojado de todo, sino un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón está lleno de bienes, el Señor y el prójimo se convierten solamente en una cosa entre las demás. Nuestro tener demasiado y querer demasiado nos ahogan el corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar.

Finalmente, Jesús propone una tercera etapa, la de la imitación: «¡Ven! ¡Sígueme!». «Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque toca al hombre en su profunda interioridad. Ser discípulos de Jesús significa configurarse a Él» (Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 21). A cambio, recibiremos una vida rica y feliz, llena de rostros de muchos hermanos y hermanas, y padres y madres e hijos… (cf. Mt 19, 29). Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una incalculable ganancia, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino. Ese joven rico, sin embargo, tiene el corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgar y perder sus bienes lo hace volver a casa triste: «Él frunció el ceño y se fue entristecido» (Mc 10, 22). No había dudado en hacer la pregunta decisiva, pero no encontró la valentía de acoger la respuesta, que es la propuesta de “desligarse” de sí mismo y de las riquezas para “ligarse” a Cristo, para caminar con Él y descubrir la verdadera felicidad.

Amigos, también a cada uno de ustedes Jesús les dice: «¡Ven! ¡Sígueme!». Tengan la valentía de vivir su juventud confiándose al Señor y poniéndose en camino con Él. Déjense conquistar por su mirada de amor que libera de las seducciones de los ídolos, de las falsas riquezas que prometen vida, pero traen muerte. No tengan miedo de acoger la Palabra de Cristo y de aceptar su llamada. No se desanimen como el joven rico del Evangelio; en cambio, fijen la mirada en María, el gran modelo de la imitación de Cristo, y encomiéndense a Ella que, con su «aquí estoy», respondió sin reservas a la llamada del Señor. Su vida es una donación total de sí, desde el momento de la Anunciación hasta el Calvario, donde se convierte en nuestra Madre. Miremos a María para encontrar la fuerza y recibir la gracia que nos permite decir nuestro «aquí estoy» al Señor. Miremos a María para aprender a llevar a Cristo en el mundo, como hizo Ella cuando, llena de urgencia y alegría, corrió a ayudar a Santa Isabel. Miremos a María para transformar nuestra vida en un don para los demás. Con su interés por los esposos de Caná, Ella nos enseña a estar atentos de los demás. Con su vida Ella nos muestra que en la voluntad de Dios está nuestra alegría y acogerla y vivirla no es fácil, pero nos hace felices. Sí, «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).

Queridos jóvenes, en su camino con el Señor Jesús, animado también por este Festival, los encomiendo a todos a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, nuestra Madre celestial, invocando luz y fuerza del Espíritu Santo. Que la mirada de Dios que los ama personalmente los acompañe cada día, de manera que, en las relaciones con los demás, puedan ser testigos de la nueva vida que han recibido en don. Por ello hago oración y los bendigo, y les pido también a ustedes que oren por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 29 de junio 2021

FRANCISCO

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