LA SOCIEDAD NECESITA UN YO RESPONSABLE Y NO EGOÍSTA: MENSAJE DEL PAPA EN OCASIÓN DEL XLII ENCUENTRO POR LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS (19/08/2021)

El Papa Francisco envió, este 19 de agosto, un mensaje al Obispo de Rimini, donde se celebrará el Encuentro por la Amistad entre los Pueblos. En el mensaje, firmado por el Secretario de Estado Pietro Parolin, el Papa expresa su alegría de que este año, el evento se realizará en forma presencial. “El título elegido – ‘La valentía de decir yo’ –, tomado del Diario del filósofo danés Søren Kierkegaard, es muy significativo en un momento en que se trata de empezar con buen pie, para no desperdiciar la oportunidad que brinda la crisis pandémica”, señaló el Pontífice. “Reiniciar” es la palabra clave, se lee en el texto, pero no ocurrirá automáticamente, porque la libertad está implicada en toda iniciativa humana, agrega el Papa. Porque como lo dijo el Pontífice, recordando la Spe salvi de Benedicto XVI, “la libertad debe ser conquistada de nuevo por el bien”. Transcribimos a continuación el texto del mensaje, traducido del italiano:

A Su Excelencia Reverentísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rimini

Excelencia Reverentísima:

El Santo Padre se alegra de que el Encuentro por la Amistad entre los Pueblos vuelva a desarrollarse “presencialmente” y dirige a usted, a los organizadores y a todos los participantes su saludo con el deseo de un provechoso desarrollo del evento.

El título elegido – «La valentía de decir yo» –, tomado del Diario del filósofo danés Søren Kierkegaard, es cuanto más significativo en el momento en que se trata de reiniciar con el paso correcto, para no desperdiciar la ocasión dada por la crisis de la pandemia. “Reinicio” es la palabra adecuada. Pero esta no se realiza automáticamente, porque en cada iniciativa humana está implicada la libertad. Lo recordaba Benedicto XVI: «La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre […] tenga un nuevo comienzo. […] La libertad debe siempre ser conquistada de nuevo por el bien» (Carta Enc. Spe salvi, 24). En este sentido, la valentía de arriesgarse es ante todo un acto de la libertad.

Durante el primer lockdown, el Papa Francisco llamó a todos al ejercicio de esta libertad: «Peor que esta crisis, sólo está el drama de desperdiciarla» (Homilía de Pentecostés, 31 de mayo de 2020).

Mientras que impuso el distanciamiento físico, la pandemia puso de nuevo al centro a la persona, al yo de cada uno, provocando en muchos casos un despertar de las preguntas fundamentales sobre el significado de la existencia y de la utilidad del vivir que desde hace mucho tiempo eran silenciadas o peor aún, censuradas. Y ha suscitado también el sentido de una responsabilidad personal. Muchos han dado testimonio de ello en diversas situaciones.

La sociedad tiene una necesidad vital de personas que sean presencias responsables. Sin la persona no existe sociedad, sino agregación casual de seres que no saben por qué están juntas. Como único pegamento quedaría sólo el egoísmo del cálculo y los intereses particulares que hace indiferentes a todo y a todos. Del resto, las idolatrías del poder y del dinero prefieren tener que ver con individuos más que con personas, es decir con un “yo” concentrado en sus propias necesidades y sus propios derechos subjetivos más que un “yo” abierto a los demás, inclinado a formar el “nosotros” de la fraternidad y la amistad social.

El Santo Padre no se cansa de alertar a quienes tienen responsabilidades públicas de la tentación de usar a la persona y descartarla cuando ya no sirve, en lugar se servirla. Después de lo que hemos vivido en este tiempo, quizá es más evidente a todos que precisamente la persona es el punto del cual todo debe recomenzar. Ciertamente existe la necesidad de encontrar recursos y medios para volver a poner en movimiento a la sociedad, pero existe la necesidad ante todo de que cada uno tenga el valor de decir “yo” con responsabilidad y no con egoísmo, comunicando con su propia vida que se puede comenzar el día con una esperanza confiable.

Pero la valentía no es siempre un don espontáneo y nadie puede dárselo a sí mismo (como decía el P. Abbondio Manzoniano), sobre todo en una época como la nuestra, en la cual el miedo – revelador de una profunda inseguridad existencial – juega un rol tan determinante para bloquear tantas energías e impulsos hacia el futuro, percibido cada vez más como incierto sobre todo por los jóvenes.

En este sentido, el Siervo de Dios Luigi Giussani advertía de un doble peligro: «El primer peligro […] es el dudar. Anota Kierkegaard: “Aristóteles dice que la filosofía comienza con la maravilla, y no como en nuestros tiempos con la duda”. La duda sistemática es, por decirlo así, el símbolo de nuestro tiempo. […] La segunda objeción a la decisión del yo es la mezquindad. […] Dudar y sentirse cómodos, estos son nuestros dos enemigos, los enemigos del yo» (En camino 1992-1998, Milán 2014, 48-49).

¿De dónde puede venir, entonces, la valentía de decir yo? Viene gracias a ese fenómeno que se llama encuentro: «Sólo en el fenómeno del encuentro se da la posibilidad al yo de decidir, de hacerse capaz de acoger, de reconocer y de acoger. La valentía de decir “yo” nace ante la verdad, y la verdad es una presencia» (ibíd., 49). Desde el día en que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros, Dios dio al hombre la posibilidad de salir del miedo y buscar la energía del bien siguiendo a su Hijo, muerto y resucitado. Son iluminadoras las palabras de Santo Tomás de Aquino cuando afirma que «la vida del hombre consiste en el afecto que principalmente lo sostiene y el que encuentra la más grande satisfacción» (Summa Theologiae, II-II, q. 179, a. 1 co.).

La relación filial con el Padre eterno, que se hace presente en personas alcanzadas y cambiadas por Cristo, da consistencia al yo, liberándolo del miedo y abriéndolo al mundo con actitud positiva. Genera una voluntad de bien: «Toda experiencia auténtica de verdad y belleza busca por sí misma su expansión, y toda persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien echa raíces y se desarrolla» (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 9).

Es esta experiencia la que infunde la valentía de la esperanza: «El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor ensancha el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no decepciona. La fe no es un refugio para gente sin valentía, sino la expansión de la vida. Esta hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor y asegura que este amor es confiable, que vale la pena comprometerse a ello, porque su fundamento se encuentra en la fidelidad de Dios, más fuerte que nuestra fragilidad» (id., Carta enc. Lumen fidei, 53).

Pensemos en la figura de San Pedro: los Hechos de los Apóstoles refieren estas palabras suyas, después de que se le había prohibido severamente hablar en nombre de Jesús: «Si es correcto ante Dios obedecer a ustedes en lugar de a Dios, júzguenlo ustedes; nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído» (4, 19-20). ¿De dónde obtiene la valentía «este cobarde que negó al Señor? ¿Qué sucedió en el corazón de este hombre? El don del Espíritu Santo» (Francisco, Homilía en la Misa en Casa Santa Martha, 18 de abril de 2020).

La razón profunda de la valentía del cristiano es Cristo. Es el Señor resucitado nuestra seguridad, que nos hace experimentar una paz profunda incuso en medio de las tempestades de la vida. El Santo Padre desea que en la semana del Encuentro, organizadores y asistentes se den testimonio vivo, haciendo propia la tarea indicada en el documento programático de su pontificado: «Muchos […] buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, incluso en países de antigua tradición cristiana. […] Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, más bien como quien comparte una alegría, o señala un hermoso horizonte, u ofrece un banquete deseable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14).

La alegría del Evangelio infunde la audacia para recorrer nuevos caminos: «Se necesita tener la valentía de encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne, […] particularmente atrayentes para los demás» (ibíd., 167). Es la contribución que el Santo Padre espera que el Encuentro dé al reinicio, en la consciencia de que «la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (Carta enc. Lumen fidei, 34), nadie excluido, porque el horizonte de la fe en Cristo es el mundo entero.

Al entregar a usted, apreciable Excelencia, este mensaje, el Papa Francisco pide el recuerdo en la oración y de corazón le bendice y bendice a los responsables, los voluntarios y los participantes del Encuentro 2021.

Formulo también yo los mejores deseos por el buen resultado del evento y aprovecho la circunstancia para confirmarme con sentimientos de distinguido respeto.

de Su Excelencia Reverentísima
devotísimo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado

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