NO PERDER EL TIEMPO CULPANDO A LOS DEMÁS: ÁNGELUS DEL 29/08/2021

Al comentar el Evangelio de la Liturgia de este 29 de agosto, que muestra a los escribas y fariseos asombrados por la actitud de Jesús, que se escandalizaron al ver que sus discípulos tomaban alimentos sin realizar las tradicionales abluciones rituales, el Papa Francisco explicó que para el Señor es importante devolver la fe a su centro, “y evitar un riesgo, que vale para aquellos escribas como para nosotros: observar las formalidades externas dejando en segundo plano el corazón de la fe”. Concluyó invocando a la Virgen María, “que cambió la historia a través de la pureza de su corazón”, para que “nos ayude a purificar el nuestro, superando ante todo el vicio de culpabilizar a los demás y de quejarnos por todo”. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy muestra a algunos escribas y fariseos asombrados por la actitud de Jesús. Están escandalizados porque sus discípulos comen sin antes realizar las tradicionales abluciones rituales. Piensan en su interior: “Esta forma de hacer es contraria a la práctica religiosa” (cf. Mc 7, 2-5).

También nosotros podríamos preguntarnos: ¿por qué Jesús y sus discípulos descuidan estas tradiciones? En el fondo no son cosas malas, sino buenos hábitos rituales, simples lavados antes de comer. ¿Por qué Jesús no le presta atención? Porque para Él es importante llevar de nuevo la fe a su centro. En el Evangelio lo vemos continuamente: este llevar de nuevo la fe al centro. Y evitar un peligro, que es válido para esos escribas como para nosotros: observar formalidades externas dejando en segundo plano el corazón de la fe. También nosotros muchas veces nos “maquillamos” el alma. La formalidad exterior y no el corazón de la fe: esto es un riesgo. Es el riesgo de una religiosidad de la apariencia: aparentar ser bueno por fuera, descuidando purificar el corazón. Siempre existe la tentación de “sistematizar a Dios” con alguna devoción externa, pero Jesús no se contenta con este culto. Jesús no quiere exterioridad, quiere una fe que llegue al corazón.

De hecho, inmediatamente después, llama otra vez a la multitud para decir una gran verdad: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro» (v. 15). En cambio, es «desde dentro, desde el corazón» (v. 21) que nacen las cosas malas. Estas palabras son revolucionarias, porque para la mentalidad de entonces ciertos alimentos o contactos externos te hacían impuro. Jesús invierte la perspectiva: no hace mal lo que viene de fuera, sino lo que nace de dentro.

Queridos hermanos y hermanas, esto nos concierne también a nosotros. A menudo pensamos que el mal proviene sobre todo de fuera: del comportamiento de los demás, de quien piensa mal de nosotros, de la sociedad. ¡Cuántas veces culpamos a los demás, a la sociedad, al mundo, de todo lo que nos pasa! Siempre es culpa de los “otros”: es culpa de la gente, de quien gobierna, de la mala suerte, etcétera. Parece que los problemas vienen siempre de fuera. Y pasamos el tiempo distribuyendo culpas; pero pasar el tiempo culpando a los demás es perder el tiempo. Nos enojamos, nos amargamos y mantenemos a Dios lejos de nuestro corazón. Como esas personas del Evangelio, que se quejan, se escandalizan, hacen polémica y no acogen a Jesús. No se puede ser verdaderamente religioso en la queja: la queja envenena, te lleva a la rabia, al resentimiento y a la tristeza, la del corazón, que cierra las puertas a Dios.

Pidámosle hoy al Señor que nos libere de culpar a los demás —como los niños: “¡No, yo no fui! Fue el otro, fue el otro…”—. Pidamos en la oración la gracia de no perder el tiempo contaminando el mundo con quejas, porque esto no es cristiano. Jesús nos invita mucho más a mirar la vida y el mundo a partir de nuestro corazón. Si nos miramos dentro, encontraremos casi todo lo que detestamos fuera. Y si, con sinceridad, le pedimos a Dios que nos purifique el corazón, entonces sí comenzaremos a hacer el mundo más limpio. Porque hay una forma infalible de vencer el mal: empezar a vencerlo dentro de uno mismo. Los primeros Padres de la Iglesia, los monjes, cuando se les preguntaba: “¿Cuál es el camino de la santidad? ¿Cómo debo empezar?”, el primer paso, decían, era acusarse a uno mismo: acúsate a ti mismo. La acusación de nosotros mismos. ¿Cuántos de nosotros, durante el día, en un momento del día o en un momento de la semana, somos capaces de acusarnos por dentro? “Sí, este me hizo esto, ese otro..., aquel una barbaridad...”. ¿Pero yo? Yo hago lo mismo, o lo hago así... Es una sabiduría: aprender a acusarse a sí mismo. Intenten hacerlo, les hará bien. A mí me hace bien, cuando consigo hacerlo, me hace bien, nos hará bien a todos.

Que la Virgen María, que cambió la historia a través de la pureza de su corazón, nos ayude a purificar el nuestro, superando ante todo el vicio de culpar a los demás y de quejarnos de todo.

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