NO BUSQUES A DIOS SÓLO CUANDO TENGAS UN PROBLEMA: ÁNGELUS DEL 01/08/2021

Asomado, como cada domingo, desde el balcón del Palacio Apostólico, al mediodía de este 1º. de agosto, el Santo Padre pidió a los fieles del mundo discernir cuáles son los motivos que les impulsan a buscar a Dios. El Papa Francisco reflexionó sobre el Evangelio del día según el evangelista Juan que nos muestra el momento en el que una gran multitud de personas en barcas se fueron a buscar a Jesús a Cafarnaúm. No le buscaban porque hubieran recibido una señal sino porque anteriormente habían vivido el milagro de la multiplicación de los panes, habían comido y se habían saciado. “La gente no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro externo y en el pan material” dijo el Pontífice. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La escena inicial del Evangelio, en la liturgia de hoy (cf. Jn 6, 24-35), nos muestra algunas barcas en movimiento hacia Cafarnaúm: la multitud está yendo a buscar a Jesús. Podríamos pensar que sea algo muy bueno, sin embargo, el Evangelio nos enseña que no basta con buscar a Dios, también es necesario preguntarse por qué se le busca. De hecho, Jesús afirma: «Ustedes me buscan, no porque han visto señales, sino porque comieron de aquellos panes y se saciaron». La gente, de hecho, había asistido al prodigio de la multiplicación de los panes, pero no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro exterior, se había quedado en el pan material: solamente allí, sin ir más allá, al significado de esto.

He aquí, entonces, una primera pregunta que podemos hacernos todos nosotros: ¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué busco yo al Señor? ¿Cuáles son las motivaciones de mi fe, de nuestra fe? Necesitamos discernir esto, porque entre las muchas tentaciones que tenemos en la vida, entre las tantas tentaciones hay una que podríamos llamar tentación idolátrica. Es la que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro uso y consumo, para resolver los problemas, para tener gracias a Él lo que solos no logramos conseguir, por interés. Pero de este modo, la fe permanece superficial y también – me permito la palabra – la fe permanece milagrera: buscamos a Dios para que nos quite el hambre y luego nos olvidamos de Él cuando estamos satisfechos. En el centro de esta fe inmadura no está Dios, están nuestras necesidades. Pienso en nuestros intereses, en tantas cosas...Es justo presentar al corazón de Dios nuestras necesidades, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con nosotros ante todo en una relación de amor. Y el amor verdadero es desinteresado, es gratuito: ¡no se ama para recibir un favor a cambio! Eso es interés; y tantas veces en la vida somos interesados.

Nos puede ayudar una segunda pregunta, esa que la multitud dirige a Jesús: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» (v. 28). Es como si la gente, provocada por Jesús, dijera: “¿Qué hacer para purificar nuestra búsqueda de Dios? ¿Cómo pasar de una fe mágica, que sólo piensa en las propias necesidades, a la fe que agrada a Dios?”. Y Jesús indica el camino: responde que la obra de Dios es acoger a Aquél a quien el Padre ha enviado, es decir, acogerle a Él mismo, a Jesús. No es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a Jesús, es acogerlo en la vida y vivir una historia de amor con Jesús. Será Él quien purifique nuestra fe. Solos no podemos hacerlo. Pero el Señor desea con nosotros una relación de amor: antes de las cosas que recibimos y hacemos, está Él para amar. Hay una relación con Él que va más allá de la lógica del interés y del cálculo.

Esto es válido con respecto a Dios, pero es válido también en nuestras relaciones humanas y sociales: cuando buscamos sobre todo la satisfacción de nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar a las personas e instrumentalizar las situaciones para nuestros fines. Cuántas veces hemos escuchado de una persona: “Pero ésta usa a la gente y luego se olvida”. Usar a las personas para el propio beneficio: está muy mal. Y una sociedad que pone al centro los intereses en lugar de las personas es una sociedad que no genera vida. La invitación del Evangelio es ésta: en lugar de estar preocupados sólo por el pan material que nos quita el hambre, acojamos a Jesús como el pan de la vida y, a partir de nuestra amistad con Él, aprendamos a amarnos entre nosotros. Con gratuidad y sin cálculos. Amor gratuito y sin cálculos, sin usar a la gente, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad.

Oremos ahora a la Virgen Santa, Aquélla que vivió la más bella historia de amor con Dios, para que nos dé la gracia de abrirnos al encuentro con su Hijo.

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