CATEQUESIS DEL PAPA: CON LA VERDAD DEL EVANGELIO NO SE NEGOCIA (04/08/2021)

Tras una breve pausa en el mes de julio, el Papa Francisco reanudó la mañana de este 4 de agosto, su tradicional Audiencia General de los miércoles en el Aula Pablo VI. En la Catequesis de hoy, el Pontífice continuó con su ciclo sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, la cual – dijo – “es el anuncio de Pablo que nos da vida a todos”. El Pontífice hoy quiso dejar claro, al igual que Pablo en su tiempo, que no se puede negociar con la verdad del Evangelio. La situación vivida por los Gálatas es una situación que se repite en todos los tiempos, y por eso, observó el Papa, las palabras del Apóstol son útiles también para nosotros hoy, que debemos saber desenredarnos en el “laberinto de las buenas intenciones”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Cuando se trata del Evangelio y de la misión de evangelizar, Pablo se entusiasma, sale fuera de sí. Parece no ver otra cosa que esta misión que el Señor le ha encomendado. Todo en él está dedicado a este anuncio, y no posee otro interés que no sea el Evangelio. Es el amor de Pablo, el interés de Pablo, el trabajo de Pablo: anunciar. Llega incluso a decir: «Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar el Evangelio» (1 Cor 1, 17). Pablo interpreta toda su existencia como una llamada a evangelizar, a hacer conocer el mensaje de Cristo, a hacer conocer el Evangelio: «¡Ay de mí – dice – si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9, 16). Y escribiendo a los cristianos de Roma, se presenta sencillamente así: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por llamado, escogido para el Evangelio de Dios» (Rom 1, 1). Esta es su vocación. En resumen, su consciencia es de haber sido “apartado” para llevar el Evangelio a todos, y no puede hacer otra cosa que dedicarse con todas sus fuerzas a esta misión.

Se comprende por tanto la tristeza, la desilusión e incluso la amarga ironía del Apóstol ante los Gálatas, que a sus ojos están tomando un camino equivocado, que los llevará a un punto sin retorno: se han equivocado de camino. El eje en torno al cual todo gira es el Evangelio. Pablo no piensa en los “cuatro evangelios”, como es espontáneo para nosotros. De hecho, mientras está enviando esta Carta, ninguno de los cuatro evangelios ha sido escrito todavía. Para él el Evangelio es lo que él predica, esto que se llama el kerygma, es decir el anuncio. Y ¿qué anuncio? De la muerte y resurrección de Jesús como fuente de salvación. Un Evangelio que se expresa con cuatro verbos: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y se apareció a Cefás» (1 Cor 15, 3-5). Este es el anuncio de Pablo, el anuncio que nos da vida a todos. Este Evangelio es el cumplimiento de las promesas y es la salvación ofrecida a todos los hombres. Quien lo acoge es reconciliado con Dios, es acogido como un verdadero hijo y obtiene en herencia la vida eterna.

Ante un don tan grande que se les ha entregado a los Gálatas, el Apóstol no logra explicarse cómo es posible que estén pensando en acoger otro “evangelio”, quizá más sofisticado, más intelectual… otro “evangelio”. Hay que notar, sin embargo, que estos cristianos todavía no han abandonado el Evangelio anunciado por Pablo. El Apóstol sabe que aún están a tiempo para no realizar un paso en falso, pero les advierte con fuerza, con mucha fuerza. Su primer argumento apunta directamente sobre el hecho de que la predicación realizada por los nuevos misioneros – estos que predican la novedad – no puede ser el Evangelio. Es más, es un anuncio que distorsiona el verdadero Evangelio porque impide alcanzar la libertad – una palabra clave – que se adquiere llegando a la fe. Los Gálatas son todavía “principiantes” y su desorientación es comprensible. No conocen todavía la complejidad de la Ley mosaica y el entusiasmo en el abrazar la fe en Cristo les empuja a escuchar a estos nuevos predicadores, ilusionándose en que su mensaje sea complementario con el de Pablo. Y no es así.

El Apóstol, sin embargo, no puede arriesgarse a que se creen compromisos en un terreno tan decisivo. El Evangelio es sólo uno y es él quien lo ha anunciado; no puede existir otro. ¡Cuidado! Pablo no dice que el verdadero Evangelio es el suyo porque él lo ha anunciado, ¡no! Esto no lo dice. Esto sería presuntuoso, sería vanagloria. Afirma, más bien, que “su” Evangelio, el mismo que los otros Apóstoles estaban anunciando en otros lugares, es el único auténtico, porque es el de Jesucristo. Escribe así: «Les declaro, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no sigue un modelo humano; de hecho, yo no lo recibí ni aprendí de hombres, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1, 11). Se comprende entonces por qué Pablo utiliza términos muy duros. Dos veces usa la expresión “anatema”, que indica la exigencia de tener lejos de la comunidad lo que amenaza sus fundamentos. Y este nuevo “evangelio” amenaza los fundamentos de la comunidad. En resumen, sobre este punto el Apóstol no deja espacio a la negociación: no se puede negociar. Con la verdad del Evangelio no se puede negociar. O recibes el Evangelio como es, como ha sido anunciado, o recibes otra cosa. Pero no se puede negociar, con el Evangelio. No se puede llegar a acuerdos: la fe en Jesús no es una mercancía que negociar: es salvación, es encuentro, es redención. No se vende a bajo costo.

Esta situación descrita al inicio de la Carta parece paradójica, porque todos los sujetos en cuestión parecen animados por buenos sentimientos. Los Gálatas que escuchan a los nuevos misioneros piensan que con la circuncisión podrán estar aún más dedicados a la voluntad de Dios y por tanto agradar aún más a Pablo. Los enemigos de Pablo parecen estar animados por la fidelidad a la tradición recibida por los padres y consideran que la fe genuina consiste en la observancia de la Ley. Delante de esta suma fidelidad justifican incluso las insinuaciones y las sospechas sobre Pablo, considerado poco ortodoxo ante la tradición. El mismo Apóstol es bien consciente de que su misión es de naturaleza divina – ¡ha sido revelada por Cristo mismo, a él! – y por tanto está movido por el total entusiasmo por la novedad del Evangelio, que es una novedad radical, no es una novedad pasajera: no hay evangelios “de moda”, el Evangelio es siempre nuevo, es la novedad. Su inquietud pastoral lo lleva a ser severo, porque ve el gran riesgo que se cierne sobre los jóvenes cristianos. En resumen, en este laberinto de buenas intenciones es necesario desprenderse, para acoger la verdad suprema que se presenta como la más coherente con la Persona y la predicación de Jesús y su revelación del amor del Padre. Esto es importante: saber discernir. Muchas veces hemos visto en la historia, y también lo vemos hoy, algún movimiento que predica el Evangelio con una modalidad propia, a veces con carismas verdaderos, propios; pero después exagera y reduce todo el Evangelio al “movimiento”. Y esto no es el Evangelio de Cristo: esto es el Evangelio del fundador, de la fundadora y esto sí, podrá ayudar al principio, pero al final no da frutos porque no tiene raíces profundas. Por esto, la palabra clara y decidida fue saludable para los Gálatas y es saludable también para nosotros. El Evangelio es el don de Cristo para nosotros, es Él mismo quien lo revela. Esto es lo que nos da vida.

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