ÁNGELUS DEL 7 DE AGOSTO

Compartimos con ustedes el texto del Ángelus que desde Castel Gandolfo, dirigió a los fieles Su Santidad Benedicto XVI.
 
Esperamos que podamos sacar provecho de estos textos que Su Santidad nos regala y que compartimos con ustedes cada semana.
 
Les pedimos que hagan sus comentarios a estos textos y podamos hacer de éste, un medio más vivo de intercambio y unión fraterna. 
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
En el Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús que, habiéndose retirado al monte, ora por toda la noche. El Señor, alejado de la gente y de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de rezar en soledad, al resguardo de la multitud del mundo. Pero este alejarse, no debe ser entendido como un desinterés hacia las personas o como un abandono de los Apóstoles. Por el contrario –narra san Mateo - apremió a sus discípulos a que “subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla” (Mt 14,22), para encontrarlos de nuevo.
 
Mientras tanto, “la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario” (v. 24). Y sucedió que “de madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua” (v. 25). Los discípulos, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma, no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor.
 
Pero Jesús los tranquilizó: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (v. 27). Es un episodio, del cual los Padres de la Iglesia han capturado una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica todo tipo de tribulación, de dificultad, que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles.
 
Jesús quiere educar a los discípulos a soportar con valor las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se ha revelado al profeta Elías sobre el Horeb “en el susurro de una brisa suave” (1 Re 19,12).
 
El versículo continua después con el gesto del apóstol Pedro, quien, movido por un impulso de amor hacia el Maestro, pide ir a su encuentro, caminando sobre las aguas. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mt 14,30).
 
San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol, comenta: el Señor “se ha inclinado y te ha tomado de la mano. Con tus solas fuerzas no puedes levantarte. Estrecha la mano de Aquel que desciende hasta ti”. Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree y cuando se ve agobiado por la duda, cuando no fija más la mirada sobre Jesús, porque tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, significa que se está alejando de Él y es entonces cuando peligra de hundirse en el mar de la vida.
 
El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor “está siempre cerca, permaneciendo a la raíz de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. Desde la cercanía estamos fortificados, desde la lejanía puestos a la prueba”.
 
Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías que escuchó el pasar de Dios y la dificultad de fe del apóstol Pedro, nos hacen comprender que el Señor aún antes de que lo busquemos o lo invoquemos, es Él mismo quien viene a nuestro encuentro, hace descender el cielo para tendernos la mano y conducirnos a su altura; espera solamente que nos confiemos totalmente de Él.
 
Invoquemos a la Virgen María, modelo de plena confianza en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas, dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra consoladora de Jesús: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” y crezca nuestra fe en Él.
 
Después del rezo del Ángelus:
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
Sigo con viva preocupación los dramáticos y crecientes episodios de violencia en Siria, que han provocado numerosas víctimas y graves sufrimientos. Invito a los fieles católicos a orar, para que el esfuerzo por la reconciliación prevalezca sobre la división y sobre el rencor. Además, renuevo a las Autoridades y a la población siria un firme llamamiento, para que se restablezca cuanto antes la pacífica convivencia y se responda adecuadamente a las legítimas aspiraciones de los ciudadanos, en el respeto de su dignidad y en beneficio de la estabilidad regional.
 
Mi pensamiento va también a Libia, donde la fuerza de las armas no ha resuelto la situación. Exhorto a los Organismos internacionales y a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares a lanzar nuevamente con convicción y resolución la búsqueda de un plan de paz para el País, mediante las negociaciones y el diálogo constructivo.

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