ANGELUS DEL 28 DE AGOSTO

¿Cómo es posible que “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” pueda padecer hasta la muerte? Con esta pregunta el Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, Benedicto XVI, inició su reflexión previa al rezo del “Ángelus”, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, en la que comentó las lecturas de la liturgia del domingo.

Compartimos con todos el texto completo del Ángelus de este domingo.
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
En el Evangelio de hoy, Jesús explica a sus discípulos que tendrá que “ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). Todo parece darse vuelta en el corazón de los discípulos! ¿Cómo es posible que “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” pueda sufrir hasta la muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y dice al maestro: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá” (v. 22).
 
Es evidente la divergencia ente el designio del amor del Padre, que llega hasta el don del Hijo Unigénito sobre la cruz para salvar la humanidad, y las expectativas, deseos y proyectos de los discípulos. Y este contraste se repite también hoy, cuando la realización de la propia vida está orientada solamente al suceso social, al bienestar físico y económico y no se razona más según la voluntad de Dios sino según los hombres (v.23).
 
Pensar según el mundo es poner a un lado a Dios, no aceptar su designio de amor, es casi impedirle que cumpla su sabia voluntad. Por esto Jesús dice a Pedro una palabra particularmente dura: “Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo” (ibid). El Señor enseña que “el camino de los discípulos es seguirlo, seguir la cruz. Los tres evangelios, sin embargo, explican el seguirlo en el signo de la cruz… como el camino del 'perder a sí mismo', que es necesario para el hombre y sin el cual no le es posible encontrar a sí mismo” (Jesús de Nazaret, Milán 2007, 333).
 
Así como lo hizo a los discípulos, Jesús nos invita a nosotros: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.” El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, a pesar de que a los ojos del mundo aparece como un fracaso y una “pérdida de la vida”, el cristiano sabe que no la lleva él solo, sino que la lleva con Jesús, compartiendo su mismo camino de donación.
 
Escribe el Siervo de Dios Pablo VI: “Misteriosamente, el mismo Cristo, para erradicar del corazón del hombre el pecado de presunción y manifestar al Padre una obediencia íntegra y filial, acepta… morir en una cruz”. Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad.
 
San Cirilo de Jerusalén comenta: “La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba ciego por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha llevado la redención a toda la humanidad.”
 
Confiamos nuestra oración ala Virgen María y a San Agustín, de quien hoy se celebra la memoria litúrgica, para que cada uno de nosotros sepa seguir al Señor en el camino de la cruz y nos dejemos transformar por la gracia divina, renovando el modo de pensar “para poder discernir la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Rom.12, 2).

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