ÁNGELUS DEL 14 DE AGOSTO

Compartimos hoy con todos los que visitan nuestro blog el texto del Ángelus pronunciado por Su Santidad Benedicto XVI esta mañana en Castel Gandolfo en donde nos habla de ese llamado que todos tenemos a crecer en nuestra fe, ante el encuentro personal con Cristo.

El Papa saldrá el próximo jueves hacia Madrid para compartir con miles de jóvenes la Jornada Mundial de la Juventud. Ojalá podamos unirnos a ellos con nuestra oración y nuestro entusiasmo evangélico.
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
El pasaje evangélico de este domingo inicia con la indicación de la región hacia donde Jesús se estaba dirigiendo: Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea, tierra pagana. Y es allí donde Él encuentra a una mujer cananea que se dirige a Él pidiéndole que cure a su hija atormentada por un demonio (cfr. Mt 15,22). Ya en esta petición, podemos vislumbrar un inicio del camino de fe, que en el diálogo con el divino maestro crece y se refuerza.
 
La mujer no tiene temor de gritar a Jesús, “Ten piedad de mi”, una expresión recurrente en los Salmos (cfr. 50,1), lo llama “Señor” e “Hijo de David” (cfr. Mt 15,22), manifiesta así una firme esperanza de ser escuchada.
 
¿Cuál es la actitud del Señor frente a ese grito de dolor? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, tanto que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad al dolor de aquella mujer.
 
San Agustín comenta: “Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no para negarle su misericordia, sino para enardecer su deseo” (Sermón 77, 1: PL 38, 483). La aparente indiferencia de Jesús, que dice: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24), no desalienta a la cananea que insiste: “Señor, socórreme” (v. 25).
 
Y cuando recibe una respuesta que parece cerrar toda esperanza - “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (v. 26) - no desiste. No quiere quitarle nada a nadie: en su sencillez y humildad le basta poco, le bastan las migajas, le basta sólo una mirada, una palabra del Hijo de Dios. Y Jesús queda admirado por una respuesta de fe tan grande y le dice: “que te suceda como deseas” (v. 28)
 
Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y a acoger con libertad el don de Dios. Es el camino que Jesús ha hecho cumplir a sus discípulos, a la mujer cananea y a los hombres de cada tiempo y pueblo, a cada uno de nosotros.
 
La fe nos lleva a conocer y a acoger la real identidad de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, a vivir una relación personal con Él. El conocimiento de la fe es un don de Dios que se revela a nosotros no como una entidad abstracta sin rostro y sin nombre, sino como una Persona que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros e involucrar toda nuestra vida. Por ello, cada día, nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, pasar del hombre replegado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cfr. 1 Cor 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre la propia vida a su Amor.
 
Queridos hermanos y hermanas, alimentemos cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en cuerpo y alma, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida, la alegría de haber encontrado al Señor.

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