VIVAN JUNTOS AMÁNDOSE SIN EXCLUIR A NADIE: PALABRAS DEL PAPA EN ENCUENTRO CON ABUELOS, ANCIANOS Y NIETOS (27/04/2024)

El Papa Francisco encabezó en el Aula Pablo VI, este 27 de abril, el Encuentro “La caricia y la sonrisa” con ancianos, abuelos y nietos de la Fundación italiana “Gran Edad” y les dijo que es importante estar juntos con amor, sin excluir a nadie. Sobre todo, en una sociedad llena de especialistas en hacer muchas cosas, pero egoísta, individualista, en que lo único que se alcanza es el empobrecimiento de la humanidad. El mundo actual estimula a la gente a no depender de los demás, a creer en sí mismos, nada más, viviendo como islas, dijo el Papa, todas ellas actitudes que sólo crean mucha soledad. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos abuelos y queridos nietos, buenos días y bienvenidos:

Saludo a Mons. Vincenzo Paglia y a todos los que colaboraron para organizar este momento de fiesta. Y dirijo un particular agradecimiento a los numerosos personajes del espectáculo que han querido participar. ¡Gracias! Además, todos tenemos un abuelo o una abuela, dos abuelos o dos abuelas. Es una experiencia hermosa tener un abuelo. Pero también Italia tiene un “abuelo”, y por eso quiero saludar al “abuelo de Italia” [Lino Banfi], que está aquí presente.

Es hermoso recibirlos aquí, abuelos y nietos, jóvenes y menos jóvenes. Hoy vemos, como dice el Salmo, qué hermoso es estar juntos (cf. Sal 133). Basta con mirarlos para entenderlo, porque entre ustedes hay amor. Es precisamente sobre esto que quisiera que reflexionáramos un momento: sobre el hecho de que el amor nos hace mejores, nos hace más ricos y nos hace más sabios a cualquier edad.

Primero: el amor nos hace mejores. Lo muestran también ustedes, que se mejoran mutuamente queriéndose. Y se los digo como “abuelo”, con el deseo de compartir la fe siempre joven que une a todas las generaciones. También yo la recibí de mi abuela, de quién en primer lugar aprendí a conocer a Jesús, que nos ama, que nunca nos deja solos y que nos impulsa a hacernos también nosotros cercanos los unos a los otros y a nunca excluir a nadie. Todavía recuerdo hoy las primeras oraciones que me enseñó mi abuela. Es de ella que escuché la historia de aquella familia donde estaba el abuelo que, como en la mesa ya no comía bien y se ensuciaba, había sido alejado, puesto a comer solo. Y no era algo lindo – la abuela me contó esa historia –, no era algo lindo, ¡era una historia muy fea! Entonces el nietecito – continúa la historia que me contó la abuela – el nietecito se puso a trabajar algunos días con martillo y clavos y, cuando el papá le preguntó qué estaba haciendo, respondió: “Construyo una mesa para ti, para que comas solo cuando te hagas viejo”. Eso me enseñó mi abuela y yo nunca he olvidado esa historia. Tampoco lo olviden ustedes, porque solo estando juntos con amor, no excluyendo a nadie, es que nos volvemos mejores, nos volvemos más humanos.

No sólo eso, sino que nos volvemos también más ricos. ¿Pero cómo? Nuestra sociedad está llena de personas especializadas en muchas cosas, ricas en conocimientos y con medios útiles para todos. Sin embargo, sino se comparten y cada uno piensa sólo en sí mismo, toda la riqueza se pierde, más aún se transforma en un empobrecimiento de humanidad. Y ese es un gran riesgo para nuestro tiempo: la pobreza de la fragmentación y el egoísmo. La persona egoísta piensa que es más importante si se coloca en el centro y si tiene más cosas, más cosas... Pero la persona egoísta es la más pobre, porque el egoísmo empobrece. Pensemos, por ejemplo, en algunas expresiones que usamos: cuando hablamos de “el mundo de los jóvenes”, “el mundo de los viejos”, “el mundo de esto y de aquello”... ¡Pero el mundo es sólo uno! Y está compuesto por muchas realidades que son distintas precisamente para poder ayudarse y completarse mutuamente: las generaciones, los pueblos y todas las diferencias, si son armonizadas, pueden revelar, como las caras de un gran diamante, el esplendor maravilloso del hombre y la creación. También esto nos lo enseña el estar juntos: ¡a no dejar que las diferencias creen basura entre nosotros! A no pulverizar el diamante del amor, el tesoro más hermoso que Dios nos ha dado.

A veces escuchamos frases como “piensa en ti mismo”, “no necesitas a nadie”. Son frases falsas, que engañan a las personas, haciéndoles creer que es bueno no depender de los demás, valerse por sí mismo, vivir como islas, mientras que éstas son actitudes que sólo crean mucha soledad. Como por ejemplo cuando, por la cultura del descarte, se deja solos a los ancianos y deben pasar los últimos años de su vida lejos de casa y de sus seres queridos. ¿Qué piensan de eso? ¿Es bueno esto o no lo es? ¡No! A los ancianos no se les debe dejar solos, deben vivir en familia, en comunidad, con el afecto de todos. Y si no pueden vivir en familia, debemos ir a verlos y estar cerca de ellos. Pensemos en ello un momento: ¿no es mucho mejor un mundo en el que nadie debe tener miedo de acabar sus días solo? Claramente sí. Entonces construyamos este mundo, juntos, no sólo elaborando programas de asistencia, sino cultivando proyectos distintos de existencia, en que los años que pasan no sean considerados una pérdida que disminuye a las personas, sino un bien que crece y enriquece a todos: y como tales sean apreciados y no temidos.

Y esto nos lleva al último aspecto: el amor que nos hace más sabios. Es curioso: el amor nos hace más sabios. Queridos nietos, sus abuelos son la memoria de un mundo sin memoria, y «cuando una sociedad pierde la memoria, está acabada» (Discurso a la Comunidad de San Egidio, 15 de junio 2014). Pregunto: ¿cómo se encuentra una sociedad que pierde la memoria? [responden a coro: “acabada”] Acabada. No debemos perder la memoria. Escuchen a los abuelos, especialmente cuando les enseñan con su amor y su testimonio a cultivar los afectos más importantes, que no se obtienen con la fuerza, no aparecen con el éxito, pero llenan la vida.

No es una casualidad que hayan sido dos ancianos, me gusta pensar que dos abuelos, Simeón y Ana, quienes reconocieron a Jesús cuando fue llevado al Templo por María y José (cf. Lc 2, 22-38). Fueron estos dos abuelos quienes reconocieron a Jesús, antes que todos. Lo acogieron, entre sus brazos y comprendieron – sólo ellos lo comprendieron – lo que estaba sucediendo: es decir, que Dios estaba ahí, presente, y que los miraba con los ojos de un Niño. ¿Entienden? Estos dos ancianos, sólo ellos se dieron cuenta, viendo al pequeño Jesús, que había llegado el Mesías, el Salvador que todos esperaban. Fueron los viejos quienes entendieron el Misterio.

Los ancianos usan anteojos – casi todos – pero ven lejos. ¿Cómo es posible? Ven lejos porque han vivido muchos años y tienen muchas cosas que enseñar: por ejemplo, qué terrible es la guerra. Yo, hace mucho tiempo, lo aprendí precisamente de mi abuelo, que había vivido en el ’14, en el Piave, la Primera Guerra Mundial, y que con sus relatos me hizo entender que la guerra es algo horrible, que no debe hacerse nunca. Me enseñó también una hermosa canción, que aún recuerdo. ¿Quieren que se las diga? [responden: “Sí”]. Piensen bien, esto cantaban los soldados en el Piave: “el general Cadorna escribió a la Reina: si quiere ver Trieste, ¡que la vea en una postal!” ¡Es hermoso! Lo cantaban los soldados.

Busquen a sus abuelos y no los marginen, por su bien: «La marginación de los ancianos [...] corrompe todas las etapas de la vida, no solo la de la ancianidad» (Catequesis, 1º de junio 2022). En mi otra diócesis visitaba las casas de descanso de los ancianos y siempre preguntaba: “¿Cuántos hijos tiene?” – “Muchos, muchos” – “¿Y vienen a verla?” – “Sí, sí, siempre – recuerdo un caso – vienen siempre”. Y cuando salía, la enfermera me decía: “Qué buena es esa mujer, cómo cubre a sus hijos: vienen dos veces al año, no más”. Los abuelos son generosos, saben cubrir las cosas malas. Por favor, busquen a sus abuelos, no los marginen, es por su bien. La marginación de los ancianos corrompe todas las etapas de la vida, no sólo la de la ancianidad. Me gusta repetir eso. Ustedes, en cambio, aprendan la sabiduría de su amor fuerte y también de su fragilidad, que es un “magisterio” capaz de enseñar sin necesidad de palabras, un verdadero antídoto contra el endurecimiento del corazón: los ayudará a no atorarse en el presente y a saborear la vida como relación (cf. Benedicto XVI, Saludo en la casa-familia “Viva los ancianos”, 12 de noviembre 2012). Pero no solamente, cuando ustedes, abuelos y nietos, ancianos y jóvenes, están juntos, cuando se ven y se escuchan a menudo, cuando se cuidan unos a otros, su amor es un soplo de aire limpio que refresca al mundo y a la sociedad y nos hace a todos más fuertes, más allá de los vínculos de parentesco.

Es el mensaje que también nos dio Jesús desde la cruz, cuando «viendo a la madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a la madre: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! Después dijo al discípulo: ¡He ahí a tu madre! Y desde ese momento el discípulo la acogió consigo» (Jn 19, 26-27). Con esas palabras nos encomendó un milagro que hay que realizar: el de amarnos todos como una gran familia.

Muy queridos amigos, gracias por estar aquí y gracias por lo que hacen con la Fundación “Edad Grande”. Juntos, unidos, son un ejemplo y un don para todos. Los recuerdo en la oración, los bendigo, y les pido, no se olviden de orar por mí. ¡Gracias, muchas gracias!

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