PIDAMOS LA GRACIA DE SABER CONMOVERNOS ANTE EL SUFRIMIENTO DE LOS MÁS FRÁGILES: PALABRAS DEL PAPA A LA FUNDACIÓN SANTA ÁNGELA DE MERICI (06/04/2024)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Me alegra encontrarlos y les agradezco por estar aquí, en ocasión de los 50 años de la Fundación Santa Ángela Merici de Siracusa que, continuando la inspiración y el compromiso de Mons. Gozzo, se pone cotidianamente al servicio de las personas más frágiles.
Su historia, y todo lo que en los distintos centros operativos llevan adelante con tanta generosidad, se arraiga en aquel evento que marcó a la ciudad de Siracusa cuando, en 1953, un pequeño cuadro de la Virgen comenzó a llorar en la casa de los esposos Iannuso. Son las lágrimas de María, nuestra Madre celestial, por los sufrimientos y penas de sus hijos. María llora por sus hijos que sufren. Son lágrimas que nos hablan de la compasión de Dios por todos nosotros. Debemos pensar en esto: la compasión de Dios. Él, de hecho, nos entregó a todos nosotros a su Madre, que llora nuestras propias lágrimas para que no nos sintamos solos en los momentos difíciles. Al mismo tiempo, a través de las lágrimas de la Virgen Santa, el Señor quiere ablandar nuestros corazones que a veces se han vuelto áridos en la indiferencia y se han endurecido en el egoísmo; quiere hacer sensible nuestra conciencia, para que nos dejemos tocar por el dolor de los hermanos y seamos movidos a la compasión por ellos, comprometiéndonos en consolarlos, volver a levantarlos, acompañarlos.
Esa es la riqueza de su historia, esas son las raíces que no deben olvidar y, sobre todo, ese es el significado de su obra. La Fundación, de hecho, llevando adelante un trabajo cotidiano donde se mezclan profesionalismo y espíritu de sacrificio, existe para expresar en gestos concretos las lágrimas derramadas por la Virgen María y al mismo tiempo su deseo maternal de enjugar el llanto de sus hijos. Y ustedes, hermanos y hermanas, buscan hacer precisamente eso: enjugar las lágrimas de quienes sufren, acompañar a quienes están en el dolor, estar al lado de los más débiles de la sociedad, cuidar a los más vulnerables, acoger y dar hospedaje a quienes viven particulares en situaciones de fragilidad.
Hermanos y hermanas, el servicio que prestan es valioso y quisiera decirles esto: la fuente de su obra es el Evangelio, ¡sigan unidos a esa fuente!
El Evangelio es la fuente porque Jesús, en primer lugar – no lo olvidemos –, se dejó tocar hasta el interior de sus entrañas ante los sufrimientos de aquellos a quienes se encontraba y, como nos recuerda el evangelista Juan, por la muerte de su amigo Lázaro «se conmovió profundamente» (Jn 11, 33). Al mismo tiempo, ustedes son testimonio vivo de este Evangelio, de la compasión de Jesús, cuando se ocupan para acompañar a quienes están en el dolor, precisamente como el Señor ordenó a sus discípulos que hicieran ante las multitudes hambrientas, agotadas y oprimidas. Jesús, de hecho, nos pide que nunca separemos el amor a Dios del amor al prójimo, en particular a los más pobres. Él nos recuerda que al final seremos juzgados no por las prácticas exteriores sino en el amor, que como aceite de consuelo, hayamos sabido derramar en las heridas de los hermanos. Él dice: «Todo lo que hicieron a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25, 40).
Queridos hermanos, los animo a continuar en este camino suyo. Y pido para ustedes una gracia, que es la más importante de todas: la gracia de saber conmoverse, la capacidad de llorar con quien llora. La indiferencia, el individualismo que nos cierra a la suerte de quien está junto a nosotros, es esa anestesia del corazón que ya no nos deja conmovernos ante los dramas de la vida cotidiana, estas tres cosas son los peores males de nuestra sociedad. Por favor, no se avergüencen de llorar, de conmoverse por los que sufren; no escatimen al ejercer compasión con los que son frágiles, porque en estas personas está presente Jesús.
¡Sigan adelante! Y no se desanimen, más bien, agradezcan si su trabajo permanece oculto y exige un sacrificio silencioso y cotidiano: el bien hecho a los que no pueden pagarlo se expande de manera sorprendente e inesperada, como una pequeña semilla oculta en el terreno que tarde o temprano hará germinar una vida nueva.
Que la Virgen de las Lágrimas los proteja, los cuide e interceda por ustedes. Y, por favor, no se olviden de orar por mí.
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