HAGAN CRECER LA CULTURA DEL ABRAZO: PALABRAS DEL PAPA A LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA (25/04/2024)

Sesenta mil miembros de la Acción Católica Italiana acogieron la mañana de este 25 de abril al Papa Francisco en la Plaza de San Pedro para el encuentro titulado “Con los brazos abiertos”. El Santo Padre les agradeció por “este abrazo tan intenso y hermoso, que desde aquí quiere extenderse a toda la humanidad, especialmente a los que sufren”. Y añadió una petición recurrente en su Pontificado: “No debemos olvidar nunca a las personas que sufren”. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos amigas y amigos de la Acción Católica, buenos días y bienvenidos:

Gracias por su presencia. Los saludo con afecto, en particular al Presidente nacional y al Asistente general. Hace poco, pasando en medio de ustedes, me crucé con miradas llenas de alegría, llenas de esperanza. Gracias por este abrazo tan intenso y hermoso, que desde aquí quiere extenderse a toda la humanidad, especialmente a los que sufren. Nunca debemos olvidar a las personas que sufren.

El título que eligieron para su encuentro es, de hecho, “Con los brazos abiertos”. El abrazo es una de las expresiones más espontáneas de la experiencia humana. La vida del hombre se abre con un abrazo, el de los padres, primer gesto de acogida, al que le siguen muchos otros, que dan sentido y valor a los días y los años, hasta el último, el de la despedida del camino terrenal. Y, sobre todo, está envuelta por el gran abrazo de Dios, que nos ama, nos ama en primer lugar, y nunca deja de estrecharnos, especialmente cuando volvemos de haber estado perdidos, como nos muestra la parábola del Padre misericordioso (cf. Lc 15,1-3.11-32). ¿Que sería nuestra vida, y cómo podría realizarse la misión de la Iglesia sin estos abrazos? Por ello quisiera proponerles, como motivaciones para la reflexión, tres tipos de abrazo: el abrazo que falta, el abrazo que salva y el abrazo que cambia la vida.

Primero: el abrazo que falta. El impulso que hoy expresan de manera tan festiva no siempre es acogido favorablemente en nuestro mundo, a veces se encuentra cerrazones, a veces se encuentra resistencias, por lo que los brazos se hacen rígidos y las manos se entrelazan amenazantes, volviéndose ya no vehículos de fraternidad, sino de rechazo, de contraposición, incluso a veces violenta, un signo de desconfianza frente a los demás, cercanos y lejanos, hasta que llevan el conflicto. Cuando el abrazo se transforma en un puño es muy peligroso. En el origen de las guerras hay a menudo abrazos que faltan o abrazos rechazados, a los que les siguen prejuicios, incomprensiones, sospechas, hasta ver en el otro a un enemigo. Y todo esto desafortunadamente, en estos días, está ante nuestros ojos, en demasiadas partes del mundo. Con su presencia y su trabajo, en cambio, ustedes pueden dar testimonio a todos de que el camino del abrazo es el camino de la vida.

Lo que nos lleva al segundo paso. El primero era el abrazo que falta, ahora veamos el abrazo que salva. Ya humanamente, abrazarse significa expresar valores positivos y fundamentales como el afecto, la estima, la confianza, el ánimo, la reconciliación. Pero se vuelve aún más vital cuando se le vive en la dimensión de la fe. En el centro de nuestra existencia, de hecho, está precisamente el abrazo misericordioso de Dios que salva, el abrazo del Padre bueno que se reveló en Cristo, cuyo rostro es reflejo en cada uno de sus gestos – de perdón, de curación, de liberación, de servicio (cf. Jn 13, 1-15) – y cuya revelación llega a su culmen en la Eucaristía y en la Cruz, cuando Cristo ofrece su vida por la salvación del mundo, para el bien de quien quiera que lo reciba con corazón sincero, perdonando incluso a quienes lo crucificaban (cf. Lc 23, 34). Y todo eso se nos mostró para que también nosotros aprendamos a hacer lo mismo. Por ello, nunca perdamos de vista el abrazo del Padre que salva, paradigma de la vida y corazón del Evangelio, modelo de radicalidad del amor, que se alimenta y se inspira en el don gratuito y siempre sobreabundante de Dios (cf. Mt 5, 44-48). Hermanos y hermanas dejémonos abrazar por Él, como niños (cf. Mt 18, 2-3; Mc 10, 13-16), dejémonos abrazar por Él como niños. Cada uno de nosotros tiene en el corazón algo de niño que necesita un abrazo. Dejémonos abrazar por el Señor. Así, en el abrazo del Señor aprendemos a abrazar a los demás.

Vayamos al tercer paso. Primero, el abrazo que falta; segundo, el abrazo que salva; tercero, el abrazo que cambia la vida. Un abrazo puede cambiar la vida, mostrar caminos nuevos, caminos de esperanza. Son muchos los santos en cuya existencia un abrazo marcó un cambio decisivo, como San Francisco, que dejó todo para seguir al Señor después de haber abrazado a un leproso, como él mismo recuerda en su testamento (cf. FF 110, 1407-1408). Y si esto ha sido válido para ellos, no están bien para nosotros. Por ejemplo, para nuestra vida como asociación, que es multiforme y encuentra el común denominador precisamente en el abrazo de la caridad (cf. Col 3, 14; Rom 13, 10), única contraseña esencial de los discípulos de Cristo (cf. Lumen gentium, 42), regla, forma y fin de todo medio de santificación y apostolado. Dejen que sea ella la que moldee cada uno de sus esfuerzos y servicios, para que puedan vivir fieles a su vocación y a su historia (cf. Discurso a la Acción Católica, 30 de abril 2017).

Amigos, ustedes serán cada vez más presencia de Cristo cuanto más sepan estrechar y ayudar a cada hermano necesitado con brazos misericordiosos y compasivos, como laicos comprometidos en los acontecimientos del mundo y de la historia, ricos en una gran tradición, formados y competentes en lo que se refiere a sus responsabilidades, y al mismo tiempo humildes y fervientes en la vida del espíritu. Así podrán colocar signos concretos de cambio según el Evangelio a nivel social, cultural, político y económico en los contextos en que trabajan.

Entonces, hermanos y hermanas, la “cultura del abrazo”, a través de sus caminos personales y comunitarios, crecerá en la Iglesia y la sociedad, renovando las relaciones familiares y educativas, renovando los procesos de reconciliación y justicia, renovando los esfuerzos de comunión y corresponsabilidad, construyendo vínculos para un futuro de paz (cf. Discurso al Consejo Nacional de la Acción Católica Italiana, 30 de abril 2021).

Y a propósito quisiera agregar un último pensamiento. Verlos aquí a todos juntos – niños, familias, hombres y mujeres, estudiantes, trabajadores, jóvenes, adultos y “adultísimos” (como llaman a los de mi generación) – me hace venir a la mente el Sínodo. Y pienso en el Sínodo en desarrollo, que llega a su tercera etapa, la más exigente e importante, la profética. Ahora se trata de traducir el trabajo de las fases anteriores en opciones que den impulso y vida nueva a la misión de la Iglesia en nuestro tiempo. Pero lo más importante de este Sínodo es la sinodalidad. Los argumentos, los temas, son para hacer avanzar esta expresión de la Iglesia, que es sinodalidad. Por eso se necesitan hombres y mujeres sinodales, que sepan dialogar, conversar, buscar juntos. Se necesita gente forjada por el Espíritu, “peregrinos de esperanza”, como dice el tema del Jubileo ya cercano, hombres y mujeres capaces de trazar y recorrer senderos nuevos y exigentes. Los invito entonces a ser “atletas y abanderados de sinodalidad” (cf. ibid.), en las Diócesis y en las parroquias de las que forman parte, para una plena aplicación del camino realizado hasta hoy.

En los últimos meses vivieron, en sus comunidades, momentos de intensa experiencia de vida asociativa, con la renovación de los responsables a nivel diocesano y parroquial, y esta tarde iniciará la XVIII Asamblea Nacional. Les deseo que vivan también estas experiencias no como obligaciones formales, no, sino como momentos de comunión, momentos de corresponsabilidad, momentos eclesiales, en los cuales puedan contagiarse mutuamente con abrazos de afecto y estima fraterna (cf. Rom 12, 10).

Muy queridos todos, gracias por lo que son, ¡gracias por lo que hacen! Que la Virgen los acompañe siempre. Pido por ustedes. Y les pido, no se olviden de orar por mí, ¡a favor, no en contra! Gracias.

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