CATEQUESIS DEL PAPA: UNA VIDA SEGÚN EL EVANGELIO TRAE PERSECUCIONES (29/04/2020)

La última Bienaventuranza fue el tema de la catequesis del Santo Padre este 29 de abril. “Esta Bienaventuranza culmina un camino, que es el que conduce de una vida según este mundo a la de Dios, de una vida guiada por el egoísmo a la del Espíritu”, dijo el Papa Francisco en su última catequesis del ciclo dedicado a las Bienaventuranzas, en la Audiencia General de este miércoles, que fue transmitida en directo desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano. El Sumo Pontífice dijo que, la exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos hacen parecer a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación de la vida nueva. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Con la audiencia de hoy concluimos el recorrido sobre las Bienaventuranzas evangélicas. Como hemos escuchado, en la última se proclama la alegría escatológica de los perseguidos por la justicia.
Esta bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el Reino de los cielos es de los perseguidos así como es de los pobres de espíritu; comprendemos así que hemos llegado al final de un recorrido unificado descifrado por los anuncios precedentes.

La pobreza de espíritu, el llanto, la mansedumbre, la sed de santidad, la misericordia, la purificación del corazón y las obras de paz pueden conducir a la persecución por causa de Cristo, pero esta persecución al final es causa de alegría y de gran recompensa en el cielo. El sendero de las Bienaventuranzas es un camino pascual que conduce de una vida según el mundo a una según Dios, de una existencia guiada por la carne – o sea, por el egoísmo – a una guiada por el Espíritu.

El mundo, con sus ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede aprobar este tipo de existencia. Las “estructuras de pecado”,[1] a menudo producidas por la mentalidad humana, tan ajenas como son al Espíritu de verdad que el mundo no puede recibir (cf. Jn 14,17), no pueden más que rechazar la pobreza o la mansedumbre o la pureza y declarar la vida según el Evangelio como un error y un problema, por tanto, como algo que hay que marginar. Así piensa el mundo: “Estos son idealistas o fanáticos...”. Así piensan.

Si el mundo vive en función del dinero, cualquiera que demuestre que la vida se puede realizar en el don y la renuncia se convierte en un fastidio para el sistema de la codicia. Esta palabra “fastidio” es clave, porque el testimonio cristiano, que hace tanto bien a tanta gente porque lo sigue, fastidia a los que tienen una mentalidad mundana. Lo viven como un reproche. Cuando aparece la santidad y emerge la vida de los hijos de Dios, en esa belleza hay algo incómodo que llama a tomar una posición: o dejarse cuestionar y abrirse al bien o rechazar esa luz y endurecer el corazón, incluso hasta la oposición y el ensañamiento (cf. Sab 2, 14-15). Es curioso, atrae la atención ver cómo, en las persecuciones de los mártires, crece la hostilidad hasta el ensañamiento. Basta ver las persecuciones del siglo pasado, de las dictaduras europeas: cómo se llega al ensañamiento contra los cristianos, contra el testimonio cristiano y contra la heroicidad de los cristianos.

Pero esto muestra que el drama de la persecución es también el lugar de la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y a los compromisos del mundo. ¿De qué se alegra quien es rechazado por el mundo a causa de Cristo? Se alegra de haber encontrado algo que vale más que el mundo entero. De hecho «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su vida?» (Mc 8, 36). ¿Qué ventaja hay ahí?

Es doloroso recordar que, en este momento, hay muchos cristianos que padecen persecuciones en varias zonas del mundo, y debemos esperar y orar para que cuanto antes su tribulación se detenga. Son muchos: los mártires de hoy son más que los mártires de los primeros siglos. Expresemos a estos hermanos y hermanas nuestra cercanía: somos un único cuerpo, y estos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Pero debemos tener cuidado también de no leer esta Bienaventuranza en clave victimista, auto-conmiserativa. De hecho, no siempre el desprecio de los hombres es sinónimo de persecución: precisamente un poco después Jesús dice que los cristianos son la «sal de la tierra», y advierte del peligro de “perder el sabor”, de lo contrario la sal «no sirve para otra cosa que para ser tirada y pisoteada por la gente» (Mt 5, 13). Entonces, también hay un desprecio que es culpa nuestra, cuando perdemos el sabor de Cristo y el Evangelio.

Es necesario ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de Cristo y no del mundo. Vale la pena recordar el recorrido de San Pablo: cuando pensaba que era un justo era de hecho un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba alegremente los sufrimientos de la persecución que sufría (cf. Col 1, 24).

La exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos hacen semejantes a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación de la vida nueva. Esta vida es la misma de Cristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue “despreciado y rechazado por los hombres” (cf. Is 53, 3; Hch 8, 30-35). Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener tanto amor en el corazón como para ofrecer la vida por el mundo sin hacer compromisos con sus engaños y aceptando el rechazo. Los compromisos con el mundo son el peligro: el cristiano está siempre tentado a hacer compromisos con el mundo, con el espíritu del mundo. Esta – rechazar los compromisos y andar por el camino de Jesucristo – es la vida del Reino de los Cielos, la más grande alegría, la verdadera felicidad. Y después, en las persecuciones está siempre la presencia de Jesús que nos acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela y la fuerza del Espíritu que nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una vida coherente con el Evangelio atrae las persecuciones de la gente: está el Espíritu que nos sostiene, en este camino.

[1] cf. Discurso a los participantes en el taller “Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión, integración e innovación”, 5 de febrero de 2020: «La idolatría del dinero, la codicia, la corrupción, son “estructuras de pecado” – como las definía Juan Pablo II – producidas por la “globalización de la indiferencia”».

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