EUCARISTÍA, SERVICIO, UNCIÓN: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA “IN COENA DOMINI” EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO (08/04/2020)

Este 8 de abril por la tarde, el Papa Francisco celebró la Misa de la Cena del Señor en la Basílica de San Pedro a diferencia de años anteriores, en que la celebración se había llevado a cabo en distintas cárceles cercanas a Roma, debido a las medidas dictadas para evitar el contagio del coronavirus. Por ello, el Papa celebró la Eucaristía con la presencia de algunos laicos y miembros de la curia, centrando su homilía en el sacerdocio, en la que recordó a los sacerdotes que han muerto cumpliendo su misión en medio de la pandemia del COVID-19. Reproducimos a continuación el texto de su homilía, traducido del italiano:

La Eucaristía, el servicio, la unción. La realidad que hoy vivimos en esta celebración. El Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre tabernáculo del Señor. Llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su Cuerpo y no bebemos su Sangre no entraremos en el Reino de los Cielos. Misterio este del Pan y del Vino. Del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros.

Servicio. Ese gesto que es condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, todos. Pero el Señor, en ese intercambio de palabras que tuvo con Pedro, le hace comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva. Que sea el siervo de Dios, siervo de nosotros. Y esto es difícil de comprender. Si yo no dejo que el Señor sea mi servidor, que el Señor me lave, que me haga crecer, que me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

El sacerdocio. Hoy querría estar cercano a los sacerdotes. A todos los sacerdotes. Desde el más recientemente ordenado hasta el Papa. Todos somos sacerdotes. Los Obispos, todos. Somos ungidos por el Señor. Ungidos para hacer la Eucaristía. Ungidos para servir.

Hoy no hubo la Misa Crismal, espero que podamos tenerla antes de Pentecostés. De lo contrario deberemos dejarla para el próximo año. Pero no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a los sacerdotes. Los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor. Sacerdotes que son los servidores.

En estos días han muerto más de 60 aquí en Italia en la atención a los enfermos en los hospitales, también con los médicos, los enfermeros, las enfermeras. Son los santos de la puerta de al lado. Sacerdotes que sirviendo han dado la vida.

Pienso en aquellos que están lejos. Hoy he recibido una carta de un sacerdote capellán de una cárcel, lejana. Y narra cómo vive esta Semana Santa con los detenidos. Un franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí.

Me decía un Obispo que lo primero que hacía cuando llegaba a estos lugares de misión era ir al cementerio, a las tumbas de los sacerdotes que han dejado la vida allí, jóvenes, por la peste del lugar. No estaban preparados, no tenían los anticuerpos para ello. Y nadie sabe el nombre. Sacerdotes anónimos. Párrocos rurales que aquí son párrocos de cuatro, cinco, siete pueblos en la montaña, y van de uno a otro. Que conocen a la gente. Una vez uno me decía que conocía el nombre de toda la gente del pueblo. “¿De verdad?”, le decía yo. “Incluso los nombres de los perros”. Conocía a todos. La cercanía sacerdotal. ¡Valientes! ¡Valientes sacerdotes! Hoy los llevo en mi corazón, y los llevo ante el altar.

Sacerdotes calumniados. Muchas veces, sucede hoy, no pueden ir por la calle porque les insultan con referencia al drama que hemos vivido con el descubrimiento de sacerdotes que han hecho cosas terribles. Algunos me decían que no podían salir de casa con alzacuellos, porque les insultaban. Y ellos continúan. Sacerdotes pecadores, que junto a los Obispos pecadores y al Papa pecador no se olvidan de pedir perdón. Y aprenden a perdonar, porque ellos saben que tienen necesidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos pecadores. Sacerdotes que sufren alguna crisis, que no saben qué hacer. Están en la oscuridad. Hoy todos ustedes, hermanos sacerdotes, estén conmigo en el altar. Ustedes, consagrados. Sólo les digo una cosa: no sean testarudos como Pedro. Déjense lavar los pies. El Señor es su siervo, Él está cerca de ustedes para darles la fuerza para lavar los pies.

Y así con esta conciencia de necesidad de ser lavado, sean grandes perdonadores. Perdonen. Corazón grande de generosidad en el perdón. Es la medida con la que nosotros seremos medidos. Como tú has perdonado, serás perdonado. La misma medida. No tengan miedo de perdonar. A veces te vienen las dudas. Mira al Cristo. Ahí está el perdón de todos. Sean valientes, también en el arriesgar para perdonar, para consolar. Si no pueden dar un perdón sacramental en ese momento, dar el consuelo de un hermano que acompaña y que deja la puerta abierta para que regrese.

Agradezco a Dios por la gracia del sacerdocio. Todos nosotros. Agradezco a Dios por ustedes, sacerdotes. Jesús los quiere. Sólo quiere que ustedes se dejen lavar los pies.

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