CATEQUESIS DEL PAPA: NO HAY RECONCILIACIÓN SIN DONACIÓN DE LA PROPIA VIDA (15/04/2020)

El Papa Francisco continuó su ciclo acerca de las Bienaventuranzas en la catequesis de este 15 de abril, que dedicó a la séptima de ellas: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Reflexionando desde la Biblioteca del Palacio Apostólico, como lo hace desde que comenzó la pandemia que ha catapultado al mundo en emergencia sanitaria, el Pontífice profundizó sobre el significado de la palabra “paz” y sus dos ideas sobre ella. “Buscar la paz siempre y de todas maneras”, exhortó el Papa en su catequesis sobre esta Bienaventuranza, la de los “artesanos de paz”, que son proclamados hijos de Dios. Compartimos el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis de hoy está dedicada a la séptima bienaventuranza, la de los “trabajadores de la paz”, que son proclamados hijos de Dios. Me alegro de que caiga inmediatamente después de la Pascua, porque la paz de Cristo es fruto de su muerte y resurrección, como escuchamos en la lectura de San Pablo. Para entender esta bienaventuranza es necesario explicar el sentido de la palabra “paz”, que puede entenderse mal o a veces ser banalizado.

Debemos orientarnos entre dos ideas de paz: la primera es la bíblica, donde aparece la bellísima palabra shalòm, que expresa abundancia, prosperidad, bienestar. Cuando en hebreo se desea shalòm, se desea una vida bella, plena, próspera, pero también según la verdad y la justicia, que se cumplirán en el Mesías, Príncipe de la Paz (cf. Is 9, 6; Miq 5, 4-5).

Luego está el otro sentido, más difundido, en el que la palabra “paz” se entiende como una especie de tranquilidad interior: estoy tranquilo, estoy en paz. Esta es una idea moderna, psicológica y más subjetiva. Se piensa comúnmente que la paz sea quietud, armonía, equilibrio interior. Esta acepción de la palabra “paz” es incompleta y no puede ser absolutizada, porque en la vida la inquietud puede ser un importante momento de crecimiento. Muchas veces es el Señor mismo el que siembra en nosotros la inquietud para ir a su encuentro, para encontrarlo. En este sentido es un importante momento de crecimiento; mientras puede suceder que la tranquilidad interior corresponda a una conciencia domesticada y no a una verdadera redención espiritual. Tantas veces el Señor debe ser “signo de contradicción” (cf. Lc 2, 34-35), sacudiendo nuestras falsas seguridades, para llevarnos a la salvación. Y en ese momento parece no haber paz, pero es el Señor el que nos pone en este camino para llegar a la paz que Él mismo nos dará.

En este punto debemos recordar que el Señor entiende su paz como diferente de la humana, la del mundo, cuando dice: «Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, se las doy a ustedes» (Jn 14, 27). La de Jesús es otra paz, diferente de la mundana.

Preguntémonos: ¿cómo da la paz el mundo? Si pensamos en los conflictos bélicos, las guerras concluyen, normalmente, de dos maneras: o con la derrota de una de las dos partes, o bien con tratados de paz. No podemos menos que esperar y orar para que se tome siempre este segundo camino; pero debemos considerar que la historia es una infinita serie de tratados de paz desmentidos por guerras sucesivas, o por la metamorfosis de esas mismas guerras en otras formas o en otros lugares. Incluso en nuestro tiempo, una guerra “en pedazos” se combate en varios escenarios y de diferentes maneras [1]. Debemos al menos sospechar que en el contexto de una globalización hecha sobre todo por intereses económicos o financieros, la “paz” de algunos corresponda a la “guerra” de otros. ¡Y ésta no es la paz de Cristo!

En cambio, ¿cómo “da” su paz el Señor Jesús ? Hemos escuchado a San Pablo decir que la paz de Cristo es “hacer de dos, uno” (cf. Ef 2, 14), anular la enemistad y reconciliar. Y el camino para alcanzar esta obra de paz es su cuerpo. Él de hecho reconcilia todas las cosas y hace la paz con la sangre de su cruz, como dice en otro sitio el mismo Apóstol (cf. Col 1, 20).

Y aquí yo me pregunto, podemos todos preguntarnos: ¿Quiénes son, entonces, los “trabajadores de la paz”? La séptima bienaventuranza es la más activa, explícitamente operativa; la expresión verbal es análoga a la utilizada en el primer versículo de la Biblia para la creación e indica iniciativa y laboriosidad. El amor, por su naturaleza, es creativo – el amor es siempre creativo – y busca la reconciliación a cualquier costo. Son llamados hijos de Dios aquellos que han aprendido el arte de la paz y la ejercitan, saben que no hay reconciliación sin la donación de la propia vida, y que la paz se busca siempre y en cualquier caso. ¡Siempre y en cualquier caso, no olvidar esto! Se busca así. Esta no es una obra autónoma fruto de las propias capacidades, es una manifestación de la gracia recibida de Cristo, que es nuestra paz, que nos hizo hijos de Dios.

El verdadero shalòm y el verdadero equilibrio interior brotan de la paz de Cristo, que viene de su Cruz y genera una humanidad nueva, encarnada en una infinita multitud de Santos y Santas, inventivos, creativos, que han ideado caminos siempre nuevos de amar. Los Santos, las Santas que construyen la paz. Esta vida de hijos de Dios, que por la sangre de Cristo buscan y encuentran a sus propios hermanos, es la verdadera felicidad. Bienaventurados los que van por este camino.

Y una vez más, ¡feliz Pascua a todos, en la paz de Cristo!

[1] cf. Homilía en el Sagrario Militar de Redipuglia, 13 de septiembre de 2014; Homilía en Sarajevo, 6 de junio de 2015; Discurso al Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, 21 de febrero de 2020.

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