EL SEÑOR NO RECONOCERÁ A LOS QUE OBRAN LA INJUSTICIA: ÁNGELUS DEL 25/08/2019

El Señor no nos reconocerá por nuestros títulos, sino por una vida humilde y buena, una vida de fe que se traduce en obras. Así lo dijo el Papa Francisco este 25 de agosto, previamente a la oración mariana del Ángelus, reflexionando sobre el Evangelio del día. El Evangelio de este 21er. Domingo del Tiempo Ordinario se centra en la respuesta de Jesús a un hombre, que le pregunta si “son pocos” los que se salvan. El Papa señaló que la respuesta de Jesús, no se enfoca en la “cantidad” sino en la “responsabilidad”, con lo que nos invita a “usar el bien”, en el tiempo presente. En efecto, el Maestro dice: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (v. 24). Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 13, 22-30) nos presenta a Jesús que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en cruz por la salvación de todos nosotros. En este cuadro, se inserta la pregunta de uno, que se dirige a Él diciendo: «Señor, ¿son pocos los que son se salvan?» (v. 23). La cuestión era debatida en aquel tiempo – cuántos se salvan, cuántos no… – y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras al respecto, según de los textos que tomaran. Jesús sin embargo invierte la pregunta – que apunta más a la cantidad, o sea “¿son pocos?...”– y en cambio, coloca la respuesta en el plano de la responsabilidad, invitándonos a hacer buen uso del tiempo presente. Dice de hecho: «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque muchos, les digo, intentarán entrar pero no lo conseguirán» (v. 24).

Con estas palabras, Jesús hace entender que no es una cuestión de número, ¡no hay un “número cerrado” en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar en este momento por el pasaje justo, y este pasaje justo es para todos, pero es estrecho. Ese es el problema. Jesús no quiere engañarnos, diciendo: “Sí, estén tranquilos, la cosa es fácil, hay una bonita autopista y al fondo un gran portón…”. No nos dice eso: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el pasaje es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse es necesario amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una “puerta estrecha” porque es exigente, el amor es exigente siempre, requiere compromiso, es decir, “esfuerzo”, o sea una voluntad decidida y perseverante para vivir según el Evangelio. San Pablo lo llama «el buen combate de la fe» (1 Tim 6, 12). Se necesita el esfuerzo de todos los días, de todo el día para amar a Dios y al prójimo.

Y, para explicarse mejor, Jesús cuenta una parábola. Hay un dueño de una casa que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, o sea la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, que se quedaron afuera, empezaran a llamar a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”. Pero él les contestará: “No sé de dónde son”». (v. 25). Estas personas entonces tratarán de hacerse reconocer, recordando al dueño de la casa: “Comí contigo, bebí contigo… escuché tus consejos, tus enseñanzas en público…” (cf. v. 26); “Yo estaba allí cuando diste esa conferencia…”. Pero el Señor repetirá que no los conoce, y los llama «trabajadores de injusticia». ¡Ese es el problema! El Señor nos reconocerá no por nuestros títulos – “Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo de ese monseñor, de ese cardenal, de ese sacerdote…”. No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe que se traduce en las obras.

Y para nosotros cristianos, esto significa que estamos llamados a instaurar una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la Iglesia, acercándonos a los Sacramentos y alimentándonos de su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva la caridad. Y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos gastar nuestra vida por el bien de los hermanos, luchar contra toda forma de mal y de injusticia.

Que nos ayude en esto la Virgen María. Ella pasó por la puerta estrecha que es Jesús. Lo acogió con todo el corazón y lo siguió todos los días de su vida, aun cuando no comprendía, incluso cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como “Puerta del Cielo”: María, Puerta del Cielo; una puerta que copia exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

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