BUSCAR LAS COSAS QUE TIENEN VERDADERO VALOR: ÁNGELUS DEL 04/08/2019

Este 4 de agosto, a la hora del Ángelus, el Papa Francisco comentó la parábola de Jesús sobre el “rico necio” y subraya que la búsqueda frenética de bienes materiales encadena el corazón, lo distrae del “verdadero tesoro que está en el cielo” y es a menudo “fuente de inquietud, adversidad, ilegalidad y guerra”. “Los bienes materiales son necesarios para la vida, son un medio para vivir honestamente y compartir con los más necesitados” afirmó el Papa Francisco previamente a la oración mariana del Ángelus de este domingo. Ante los fieles romanos y peregrinos congregados en la soleada Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el pasaje del evangelista Lucas, que relata la actitud de un rico insensato que le pide a Jesús que resuelva una cuestión de herencia familiar. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 12, 13-21) se abre con la escena de uno que se levanta entre la muchedumbre y pide a Jesús dirimir una cuestión jurídica acerca de la herencia familiar. Pero en su respuesta Él no afronta la pregunta, y exhorta a permanecer alejado de la codicia, es decir, de la avidez de poseer. Para desviar a sus oyentes de esta búsqueda frenética de la riqueza, Jesús cuenta la parábola del rico necio, que cree ser feliz porque ha tenido la suerte de una vendimia excepcional y se siente seguro por los bienes acumulados. Será bello que hoy para la leas; está en el capítulo 12 de San Lucas, versículo 13. Es una hermosa parábola que nos enseña mucho. El relato cobra vida cuando surge la contraposición entre lo que el hombre rico proyecta para sí mismo y lo que en cambio Dios le muestra.

El rico pone ante su alma, es decir, ante sí mismo, tres consideraciones: los muchos bienes amasados, los muchos años que estos bienes parecen asegurarle y tercero, la tranquilidad y el bienestar desenfrenados (cf. v.19). Pero la palabra que Dios le dirige anula estos proyectos suyos. En lugar de los «muchos años», Dios indica la inmediatez de «esta noche; esta noche morirás»; en lugar de «el goce de la vida» le presenta el «dar la vida; darás vida a Dios», con el consiguiente juicio. En cuanto lo que se refiere a la realidad de los muchos bienes acumulados en los que los ricos debía basar todo, es recubierta por el sarcasmo de la pregunta: «Y lo que has acumulado, ¿de quién será ?» (v. 20). Pensemos en las luchas por las herencias; muchas luchas familiares. Y mucha gente, todos sabemos alguna historia, que en la hora de la muerte comienzan a venir: los nietos, los nietecitos, vienen a ver: “¿Qué es lo que me toca a mi?”, y se llevan todo. Es en esta contraposición que se justifica el apelativo de «necio» – porque piensa en cosas que cree son concretas pero son una fantasía – con que Dios se dirige a él. Es necio porque en la práctica ha negado a Dios, no ha llegado a un acuerdo con Él.

La conclusión de la parábola, formulada por el evangelista, es de singular eficacia: «Así es para quien acumula tesoros para sí mismo y no se enriquece de Dios» (v. 21). Es una advertencia que revela el horizonte hacia el que todos estamos llamados a mirar. Los bienes materiales son necesarios – ¡son bienes! –, pero son un medio para vivir honestamente y en el compartir con los más necesitados. Jesús hoy nos invita a considerar que las riquezas pueden encadenar el corazón y desviarlo del verdadero tesoro que está en los cielos. Nos lo recuerda también San Pablo en la segunda lectura de hoy. Dice así: «Busca las cosas de allá arriba. …vuelvan el pensamiento a las cosas de allá arriba, no a las de la tierra» (Col 3, 1-2).

Esto – se entiende – no quiere decir alejarse de la realidad, sino buscar las cosas que tienen una verdadero valor: la justicia, la solidaridad, la acogida, la fraternidad, la paz, todo lo que constituye la verdadera dignidad del hombre. Se trata de tender hacia una vida que se realiza no según el estilo mundano, sino según el estilo evangélico: amar a Dios con todo nuestro ser, y amar al prójimo como lo amó Jesús, es decir en el servicio y en el don de sí mismo. La codicia por los bienes, el deseo de tener bienes, no sacia el corazón, ¡de hecho causa más hambre! La codicia es como esos buenos caramelos: tu tomas uno y dices: “¡Ah, qué bueno!”, y luego tomas otro; y después otro. Así es la codicia: no se sacia nunca. ¡Estén atentos! El amor así entendido y vivido es la fuente de la verdadera felicidad, mientras que la búsqueda desmesurada de los bienes materiales y de las riquezas es a menudo fuente de inquietudes, de adversidad, de ilegalidades, de guerras. Muchas guerras comienzan con la codicia.

Que la Virgen María nos ayude a no dejarnos fascinar por las seguridades que pasan, sino a ser cada día testigos creíbles de los valores eternos del Evangelio.

Comentarios