CATEQUESIS DEL PAPA: VIVIR LA COMUNIÓN FRATERNA (21/08/2019)

«La comunión integral en la comunidad de creyentes y la unión fraterna», fue el tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General de este 21 de agosto.“La comunidad cristiana nace de la efusión del Espíritu Santo y crece cuando comparte con los demás lo que posee. El término griego Koinonía, que significa ‘poner en común’, ‘compartir’, tiene una dimensión importante desde los orígenes de la Iglesia. De la participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo, derivaba la unión fraterna que llevaba a compartir todo lo que tenían”. Así lo dijo el Papa Francisco al continuar con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles, como preparación para el Mes Misionero Extraordinario del próximo mes de octubre. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La comunidad cristiana nace de la efusión sobreabundante del Espíritu Santo y crece gracias al fermento del compartir entre los hermanos y hermanas en Cristo. Hay un dinamismo de solidaridad que edifica a la Iglesia como familia de Dios, donde resulta central la experiencia de la koinonia. ¿Qué quiere decir, esta palabra extraña? Es una palabra griega que quiere decir «poner en comunión», «poner en común», ser como una comunidad, no aislados. Esta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, o sea poner en común, «compartir», «comunicar, participar», no aislarse. En la Iglesia de los orígenes, esta koinonia, esta comunidad se refiere ante todo a la participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Por esto, cuando comulgamos decimos “nos comunicamos”, entramos en comunión con Jesús y de esta comunión con Jesús llegamos a la comunión con los hermanos y las hermanas. Y esta comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo que se hace en la Santa Misa se traduce en unión fraterna, y entonces también en aquello que es más difícil para nosotros: poner en común los bienes y al recoger el dinero para la colecta a favor de la Iglesia madre de Jerusalén y de las otras Iglesias. Si quieren saber si son buenos cristianos deben orar, buscar acercarse a la comunión, al sacramento de la reconciliación. Pero la señal de que tu corazón se ha convertido, es cuando la conversión llega al bolsillo, cuando toca el propio interés: ahí es donde se ve si uno es generoso con los demás, si uno ayuda a los más débiles, a los más pobres. Cuando la conversión llega ahí, estás seguro que es una verdadera conversión. Si se queda solamente en las palabras no es una buena conversión.

La vida eucarística, la oración, la predicación de los Apóstoles y la experiencia de la comunión (cf. Hch 2, 42) hacen de los creyentes una multitud de personas que tienen – dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles – tienen «un solo corazón y una sola alma» y que no consideran su propiedad lo que poseen, sino que tienen todo en común (cf. Hch 2, 42). Es un modelo de vida tan fuerte, que nos ayuda a ser generosos y no tacaños. Por este motivo, «ninguno […] entre ellos estaba necesitado, porque cuantos poseían – dice el Libro – poseían campos o casas las vendían, llevaban lo obtenido de lo que se había vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; después era distribuido a cada uno según su necesidad» (Hch 4, 34-35). Siempre la Iglesia ha tenido este gesto de los cristianos que se despojaban de las cosas que tenían de más, de las cosas que no eran necesarias para darlas a aquellos que tenían necesidad, Y no sólo de dinero: también del tiempo. ¡Cuántos cristianos – ustedes, por ejemplo, aquí en Italia –cuántos cristianos hacen voluntariado! ¡Esto es bellísimo! Es comunión, compartir mi tiempo con los demás, para ayudar a los que tienen necesidad. Y así el voluntariado, las obras de caridad, las visitas a los enfermos; se necesita siempre compartir con los demás, y no buscar solamente el propio interés.

La comunidad, o koinonia, se convierte de tal manera en la nueva modalidad de relaciones entre los discípulos del Señor. Los cristianos experimentan un nuevo modo de ser entre ellos, de comportarse. Y es la manera justamente cristiana, a tal punto que los paganos miraban a los cristianos y decían: “¡Miren cómo se aman!” El amor era la manera. Pero no amor de palabra, no amor fingido: amor de obras, de ayudarse uno al otro, el amor concreto, la concreción del amor. El vínculo con Cristo instaura un vínculo entre hermanos que confluye y se expresa también en la comunión de los bienes materiales. Sí, este modo de estar juntos, este amarse así llega hasta los bolsillos, llega al despojarse también del impedimento del dinero para darlo a los demás, yendo contra el propio interés. Ser miembros del cuerpo de Cristo hace a los creyentes corresponsables unos de otros. Ser creyente en Jesús hace a todos nosotros corresponsables unos de otros. “Pero mira a ese, el problema que tiene: no me importa, es cosa suya”. No, entre cristianos no podemos decir: “Pobre persona, tiene un problema en su casa, esta pasando esta dificultad de familia”. Yo debo hacer oración, llevo eso conmigo, no soy indiferente. Esto es ser cristiano. Por esto los fuertes sostienen a los débiles (cf. Rm 15, 1) y ninguno experimenta la indigencia que humilla y desfigura la dignidad humana, porque viven esta comunidad: tener en común el corazón. Se aman. Esta es la señal: amor concreto.

Santiago, Pedro y Juan, que son, los tres apóstoles, como las “columnas” de la Iglesia de Jerusalén, establecen un modo comunitario con que Pablo y Bernabé evangelicen a los paganos mientras ellos evangelizan a los judíos, y piden solamente, a Pablo y Bernabé, cuál es la condición: no olvidarse de los pobres, recordar a los pobres (cf. Gal 2, 9-10). No sólo a los pobres materiales, sino también a los pobres espirituales, la gente que tiene problemas y necesita nuestra cercanía. Un cristiano parte siempre de sí mismo, de su corazón, y se acerca a os demás como Jesús se acercó a nosotros. Esta es la primera comunidad cristiana.

Un ejemplo concreto de compartir y comunión de bienes nos llega del testimonio de Bernabé: él posee un campo y lo vende para entregar la ganancia a los Apóstoles (cf. Hch 4, 36-37). Pero junto a su ejemplo positivo aparece otro tristemente negativo: Ananías y su mujer Sáfira, vendido un terreno, deciden entregar sólo una parte a los Apóstoles y retener otra para ellos mismos (cf. Hch 5, 1-2). Este embrollo interrumpe la cadena del compartir gratuito, el compartir sereno, desinteresado y las consecuencias son trágicas, son fatales (Hch 5, 5.10). El apóstol Pedro desenmascara la incorrección de Ananías y de su mujer y les dice: «¿Por qué Satanás te ha llenado el corazón, de manera que has mentido al Espíritu Santo y retuviste una parte de lo obtenido por el campo? […] No has mentido a los hombres sino a Dios» (Hch 5, 3-4). Podríamos decir que Ananías ha mentido a Dios por medio de una conciencia aislada, de una conciencia hipócrita, o sea por medio de una pertenencia eclesial “negociada”, parcial y oportunista. La hipocresía es el peor enemigo de esta comunidad cristiana, de este amor cristiano: ese fingir hacer el bien pero buscar solamente el propio interés.

Disminuir la sinceridad del compartir, de hecho, o disminuir la sinceridad del amor, significa cultivar la hipocresía, alejarse de la verdad, volverse egoístas, extinguir el fuego de la comunión y destinarse al hielo de la muerte interior. quien se comporta así transita en la Iglesia como un turista. Hay tantos turistas en la Iglesia que están siempre de paso, pero nunca entran en la Iglesia: es el turismo espiritual que les hace creer ser cristianos, mientras son solamente turistas de las catacumbas. No, no debemos ser turistas en la Iglesia, sino hermanos unos de otros. Una vida basada sólo sobre el obtener ganancias y ventajas de las situaciones a expensas de los demás, provoca inevitablemente la muerte interior. Y cuántas personas se dicen cercanos a la Iglesia, amigos de los sacerdotes, de los obispos mientras buscan solamente el propio interés. ¡Estas son las hipocresías que destruyen a la Iglesia!

Que el Señor – lo pido para todos nosotros – derrame sobre nosotros su Espíritu de ternura, que vence toda hipocresía y enmarca esa verdad que nutre la solidaridad cristiana, la cual, lejos de ser actividad de asistencia social, es la expresión irrenunciable de la naturaleza de la Iglesia, madre tiernísima de todos, especialmente de los más pobres.

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